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Este siete de agosto se cumple un siglo del nacimiento de Julián Orbón (1925-1991) y “ni quien le tirara un lazo”, de no ser por el programa con que el 10 y el 13 de este mes cerró su segunda temporada del año la Filarmónica de Jalisco. A poco más de tres décadas de su muerte, quien es considerado “uno de los mejores compositores españoles de todos los tiempos, aún no ocupa el lugar que merece en las salas de concierto y el conocimiento del gran público.”
Esta cita se la debo a mi querida Noelia Rodiles, pianista que, al igual que Orbón, nació en Oviedo y se ha convertido en su más ferviente apóstol tras la desaparición de Eduardo Mata, quien fuera alumno suyo durante los años que aquél fungió como auxiliar musical de Carlos Chávez en la enseñanza de composición en nuestro Conservatorio Nacional de Música.
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Tras abandonar España a la llegada de Franco, Orbón pasó su adolescencia en Cuba, donde su padre fundó el Conservatorio Orbón que él acabó dirigiendo tras regresar de los Estados Unidos, a donde se había mudado para estudiar composición con Aaron Copland durante el año de 1945. Orillado por la revolución cubana a cerrar el Conservatorio Orbón, emigró a nuestro país en 1960, estableciéndose definitivamente en los Estados Unidos a partir de 1964, donde continuó su trayectoria académica enseñando en el Lenox College, la Universidad de Washington, el Barnard College y el Instituto Hispánico de la Universidad de Columbia en Nueva York; la nostalgia caribeña le llevó a morir de cáncer en Miami.
En una entrevista con John Ardoin, quien calificaba su música como “una amalgama contemporánea de características latinas y americanas”, Orbón precisó que, además de su inocultable gusto por la música popular latinoamericana, especialmente la cubana, estaba en deuda con Copland, Brahms y Stravinsky.
Parafraseando el refrán, “como toda persona bien nacida, Mata era gente agradecida”, y no solamente programó cuanto pudo la música de su maestro. También grabó su Himnus ad Galli Cantum, sus Tres cantigas del rey y sus Tres versiones sinfónicas para el sello Dorian y, a principios de 1982, le comisionó una obra que Orbón tardó varios años en concluir: su Partita n. 4, Movimiento sinfónico para piano y orquesta, finalizada en 1985 y estrenada el el 11 de abril de ese mismo año, con Tedd Joselson al piano y el propio Mata dirigiendo a la Dallas Symphony Orchestra, de la cual entonces era titular.
Mata y Joselson presentaron la Partita n. 4 en Londres, Amsterdam, Rotterdam y Caracas; no habían transcurrido dos años de su estreno cuando la grabaron con la Orquesta Sinfónica de la Radio de Frankfurt para el sello Olympia, incluyendo en el mismo disco las Noches en los jardines de España de Manuel de Falla, compositor de quien Julio Estrada no duda en decir que Orbón es su “legítimo sucesor”, dado el lenguaje adusto que ambos comparten. Tras aquel furor inicial, esta obra en la que Orbón incorporó diestramente el motete O magnum mysterium de Tomás Luis de Victoria desapareció de las salas de concierto –también envuelta en un magno misterio- hasta que, treinta años después, Rodiles encontró el manuscrito en la Universidad de Bloomington y se propuso exhumarlo.
Sería hasta el 23 de mayo de 2019 que logró que se escuchara nuevamente la Partita n. 4 de Orbón, y fue aquí, en México, con la Filarmónica de Querétaro y Ludwig Carrasco en el podio. Dos semanas después realizaría su estreno en España, con la Orquesta de la Comunidad de Madrid y José Ramón Encinar, grabándola finalmente con la Oviedo Filarmonía bajo la batuta de Lucas Macías en agosto de 2023.
Pianófilo irredento que soy, no había tenido oportunidad de escuchar en vivo esta obra de la que tanto me hablara Mata en octubre de 1994, durante los descansos de su grabación del Concierto para clavecín de Falla, con Rafael Puyana, como solista. Para quienes se pregunten “qué tienen que ver la cola con las pestañas”, la vinculación se dio porque en aquel disco Mata volvería a juntar obras de Falla y Orbón, y yo le decía que prefería mil veces la versión del Concierto de Falla tocado en piano, dada mi intolerancia al timbre “de guitarra acostada” del clavecín… así que cuando ví anunciada en Guadalajara la Partita n. 4, no lo pensé dos veces; además, en ese mismo programa, Noelia tocaría el mentado Concierto de Falla ¡en piano!
Por si fuera poco, había algo más: la garantía de que, si tenemos un director que aborda con convicción irrenunciable y preclaro entendimiento estos y otros repertorios cuya actualidad tantas veces me rebasa, ese es José Luis Castillo, quien ha hecho un trabajo admirable para devolverle a la Filarmónica de Jalisco el altísimo nivel al que la llevó Marco Parisotto, a quien ¡hágame Usted el favor!, ya pasó un sexenio y el Gobierno de Jalisco sigue debiéndole una buena lana, y todo por los caprichos y la ignorancia en temas musicales de Giovanna Jaspersen, la primera Secretaria de Cultura que tuvo Enrique Alfaro. Hago votos porque Pablo Lemus salde el adeudo y, de paso, mande arreglar el elevador del Teatro Degollado y se moche con un piano a la altura del teatro más bello de México, porque, los que hay ahí, ya están bastante traqueteados.
Bien decía Martin Krause que “un buen pianista se crece ante un mal piano”, pues, a pesar del instrumento, fue un gozo escuchar sendas obras en manos de una intérprete tan musical como la Maestra Rodiles, quien correspondió a la ovación del público con la Rapsodia Asturiana de Benjamín Orbón –padre de Julián-, piececita de salón que funde varias tonadas populares. Con inteligencia y gran sentido de la simetría y la oportunidad, dado que estamos celebrando el 125 aniversario del natalicio de Rodolfo Halffter, Castillo inició el programa con su Divertimento para nueve instrumentos. Elaborado con base en la suite que el mismo Halffter extractó de su ballet Don Lindo de Almería. Brillante en su versión orquestal, suena bastante ramploncito en la magra versión ahora interpretada.
Para cerrar, nada más festivo que las danzas que Falla incluyó en su ballet El sombrero de tres picos. Obra idónea para hacer brillar a la orquesta, arrancó en más de una ocasión los aplausos del público en medio de su interpretación, y es que, ¿quién se resiste al brío de su fandango y su farruca, o a la contagiosa algarabía de su jota final? Conciertos como este convidan a volver.
Ojalá pudiéramos decir lo mismo de otras orquestas… por lo pronto, me comparte el Maestro Castillo que, del 14 al 21 de septiembre, la Filarmónica de Jalisco hará una pequeña gira nacional en la que interpretarán obras de Chávez y Revueltas y el plato fuerte será la Sinfonía n. 11 de Shostakovich. Entre otras plazas, estarán en el Teatro Bicentenario de León y, aquí, en la Sala Neza el domingo 19, ¡anótenlo en su agenda!