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Por inteligente que sea, un personaje nunca puede ser más brillante que el autor que lo ha creado, nos dice Norman Mailer. He recordado esta afirmación mientras leía Especies tan lejanas, primera novela de Nayeli García Sánchez, pues la protagonista es Natalia, joven bióloga que un día se encuentra en internet con una antigua esquela que da noticia de la muerte su padre, a quien ella vio sólo una vez cuando tenía cinco años. No es gran cosa lo que sabe de él: apenas su nombre, que nació en Irapuato, y que abandonó el nido familiar cuando ella era apenas una bebé. No obstante, Natalia decide viajar hasta allá con la esperanza de encontrar algo o alguien que le ayude a explicarse ese abandono. Acompañada por Jacobo, su novio, emprende las pesquisas. Pero lo que comienza como un viaje doméstico se convierte en una fascinante expedición intelectual y emocional.
En cuando a la forma, destaca la difícil sencillez que la autora ha construido: no es un relato lineal, sino una narración que comienza in medias res, cuando la protagonista ha iniciado ya la búsqueda, y va informándonos de la situación con certeras incursiones en el pasado. No es remoto que al comenzar a leer esta novela, muchas lectoras y lectores tengan la impresión de estar leyendo una variación de su propia vida convertida en literatura. Esto se debe a que la autora ha sabido recrear dilemas frecuentes en la vida contemporánea: la ausencia del padre, las negociaciones de la vida en pareja, el arranque de la trayectoria profesional y la construcción del yo social. Esta identificación es el punto de partida de una estrategia narrativa tan precisa como efectiva.
Maestra en Letras por la UNAM y doctora por el Colegio de México, becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, Nayeli García Sánchez ha pasado buena parte de su vida trabajando con ideas: sabe diseccionarlas, cuestionarlas, incluso buscar antídotos para las más peligrosas. No en vano dedicó su tesis, de 286 páginas, a examinar tres obras clave en la escritura documental en nuestra lengua: Cartucho de Nellie Campobello, Hasta no verte Jesús mío de Elena Poniatowska y Nadie me verá llorar de Cristina Rivera Garza. En esa trayectoria, García Sánchez ha desarrollado una envidiable capacidad analítica. Asombra su habilidad para exponer ideas complejas en términos muy simples. Y también allí estriba una de las fortalezas mayores de su narrativa.
Recién publicada en México bajo el sello SextoPiso, Especies tan lejanas toma la pérdida del padre como motivo principal: con el mismo ahínco con que intenta comprender la ausencia de su progenitor, Natalia se esfuerza en revertir pérdidas ajenas: al inicio del relato la vemos comprometida en la búsqueda de un perro extraviado, y más adelante la vemos agobiarse porque se ha perdido la cajita del dinero en el negocio de su madre. “El problema es que no perdimos nada, nos lo quitaron” concluye, y con ello redefine también su situación familiar. Un padre no es algo que se pierde. Es precisamente esta potencia reflexiva lo que caracteriza a la voz narrativa de esta novela. Apenas en la página 15 encontramos, por ejemplo, las cavilaciones de Natalia al enterarse de que su padre ha muerto cuatro años atrás: “en términos concretos ya no podía decirse que siguiera abandonándome: su afrenta terminó cuatro años antes de que yo supiera, pero ahora su rechazo hacia mí por fin podía cuantificarse con exactitud: me abandonó veinte años. Si llego a vivir más de cuarenta, él sólo me habrá abandonado la mitad de mi vida. Conforme sigan pasando los años, cada vez me habrá abandonado menos tiempo”.
A medida que avanza la novela, estas cavilaciones sobre el padre ausente convergen con otro de los elementos simbólicos que articulan el libro: las arañas, objeto de estudio de la joven bióloga. Los arácnidos son el detonador de una perspectiva distinta de la vida. Una aproximación que Natalia define como “no atropocéntrica”.
No hay forma de que podamos entender la vida desde una posición distinta a la que nos ha tocado, dice la protagonista en la página 72: “es un vicio del que no te puedes desintoxicar, pero hace bien tenerlo en mente”. Nuestro miedo a las arañas, explica, se origina en la certeza de que son muy distintas a nosotros. Ejemplo de ello es la noción de espacio. Los humanos, dotados de un par de ojos que pueden mirar en un rango máximo de 180 grados, estamos acostumbrados a ubicarnos en el mundo con las nociones adelante y atrás. Para ciertas especies de arañas, en cambio, estas nociones no existen, pues sus ocho ojos abarcan casi 360 grados. Eso explica que las arañas se desplacen con movimientos que a los humanos nos parecen erráticos.
“No existe una forma única de habitar el mundo”, concluye Natalia, y la aplicación de esta idea a la noción de paternidad/maternidades el centro de la novela. En ciertas arañas, el concepto de familia es difuso. La novela lo explica a partir de una especie de araña llamada Stegodyphus dumicola, en donde las hembras se asocian para cazar. Se hayan reproducido o no, todas las hembras de una comunidad producen un líquido con el que alimentan a las crías del grupo. El proceso desgasta a las adultas hasta la muerte, y entonces las crías se alimentan de los cadáveres de sus cuidadoras.
Volvamos a Mailer: por inteligente que sea, un personaje nunca puede ser más brillante que el autor que lo ha creado. Las cavilaciones de Natalia generan un alud de preguntas en el lector. Quienes en un inicio nos identificamos con el personaje de la joven bióloga, adoptamos su postura crítica frente a las estrategias humanas para vivir en sociedad. Tal vez podamos aprender de lo distinto más de lo que estamos dispuestos a admitir. Comprendemos que los horrores lo son sólo en tanto comparamos las prácticas arácnidas con los estándares humanos. Así, desde el título, Especies tan lejanas es una entrañable fábula sobre la tolerancia y la diversidad. Una fábula donde las arañas, bien vistas, causan fascinación y no rechazo.
- García Sánchez, Nayeli, Especies tan lejanas, México, Sexto Piso, 2024, 115 pp.