David Toscana, originario de Monterrey y galardonado con el Premio Mario Vargas Llosa de narrativa 2022, fue definido por el propio Nobel peruano como un autor a la altura de los lectores más sofisticados y exigentes de literatura en lengua castellana.

A más de treinta años de la primera publicación de su libro de cuentos, Lontananza, Ediciones Era lanzó una reedición el año pasado. Este libro, ya clásico en su bibliografía, retrata personajes grises—como un cantinero anónimo o un burócrata milenario—que, a pesar de su rutina, descubren una secreta felicidad, misma que está relacionada a esa chispa creativa que brilla desde la opacidad de sus grises existencias.

En entrevista, el autor reflexiona sobre este tipo de personajes, así como otros temas caros a su escritura como las epifanías del día a día, el papel del arte y el peso de las enseñanzas paternas.

Lee también:

Algunos de tus personajes, como el cantinero del cuento “El cacomixtle” en Lotananza, a pesar de ser emblemas de la derrota (viviendo una vida de lo más ordinaria) se descubren en determinado momento artistas, dueños de un don “para tocar el corazón de las personas”. ¿Somos, entonces, artistas todos los seres humanos?

Artista no todo el mundo lo es. Estamos en eras donde nos gusta mucho la democracia, la inclusividad, la apertura para todo el mundo y empezamos a decir este tipo de cosas. Es verdad que se afirma desde la ciencia que todos los niños tienen cierto talento artístico, pero el ir creciendo, el volverse adultos va matando esto.

Hay muchísima gente que escribe, muchísima gente en talleres, lo mismo que en los deportes, pero finalmente algunos no dan el kilo, algunos se van quedando. Algunos sí llegan a ser estos artistas incomprendidos que se quedan sin ser descubiertos pero, principalmente, el ser artista es una cuestión de trabajo arduo, en el caso de la literatura es de mucha lectura, de mucho debatir con uno mismo, filosofar sobre la creación. No estaría seguro de llamarle un don, creo que tiene mucho que ver con el trabajo y con el descubrir; descubrir cosas, tener estas epifanías que, de pronto, te hagan entender cierta parte del mundo y de la literatura y expresar ese entendimiento a través de la escritura, la pintura, etc.

Sin embargo, me da la sensación de que te inspiras en gente que —como el cantinero y otros personajes que habitan los escenarios de Lontananza— está encadenada a una realidad que no le permitió a desarrollar ese don, por su situación social y su contexto particular o por falta de ambición.

Sí, el cantinero es un personaje que ha vivido en una rutina toda su vida, que solamente ha leído un libro y que siente, a sus 50 años, que su vida pudo ser otra. Esto me parece un sentimiento bastante común, el preguntarte en cierto momento de tu vida qué pude haber sido, qué pude haber estudiado. De esto me he ocupado en otros libros, en otras novelas, cómo el azar nos va llevando a ser quiénes somos, cómo la vida tiene una infinidad de posibilidades y, sin embargo, seguimos solamente un camino, un camino que solo lo vemos hasta el final, cuando volteas hacia atrás. De joven dices: “Tengo todo este espectro de opciones.” Pero a cierta edad dices: “Pues sí, que bonito ese espectro, pero solamente recorrí esta ruta.”

Y eso es lo que el personaje que mencionas siente en ese momento, pero lo siente sin poder ni siquiera expresarlo, es apenas la sensación de decir, “Yo pude ser otro, quizá pude tocar los corazones de la gente, quizá pude ser un filósofo, quizá pude ser algo más que un cantinero que se pasó la vida entera detrás de la barra.”

Otro detalle en la construcción de ese mismo personaje es la marca que dejó en él “las enseñanzas de su padre”, una carga moral que pesa en su conciencia y que le otorga a este un efecto muy vívido.

Sí, porque hay un momento en donde todos sentimos que los padres son sabios. “Mi padre dice que...” Pero ¿quién sabe? Es mejor dudar de esos grandes consejeros, sobre todo cuando uno voltea a verlos y dice “Bueno, tampoco es que les haya ido tan bien en la vida.” Claro, cada quien puede contrastar la historia que haya tenido con su padre, y con los consejos que de él haya recibido (si los recibió).

Pero para muchos esos consejos han significado poner un ancla a sus sueños, por causa de haber representado una posición conservadora. Un padre no suele decirle al hijo: “sí, vuela, te voy a regalar una guitarra eléctrica para que seas rockstar.”

Normalmente estas cosas se hacen alternativamente porque el padre dice: “Tienes que estudiar, tienes que hacer.” El padre común y corriente no te dice “Tú vas a ser futbolista.” Más bien te manda a la escuela, que es el lugar más ordinario del mundo. Ese es el lugar donde no hay cabida para la genialidad, porque hacen que todos pasemos por lo mismo, aprendamos lo mismo, a la misma edad, un normalizador.

Dirías que la filosofía que articulan estos tipos de personajes —que no representan grandes héroes ni pensadores sino gente “de a pie”— es igual de valiosa que aquella que construyen las grandes plumas universales?

No lo es porque la filosofía de a pie no suele avanzar mucho y se queda en la pregunta. En cambio, la Filosofía va más lejos en el camino hacia la respuesta.

Cuando uno se está tomando una copa con los amigos y dice, “¿cuál es el sentido de la vida?” Alguien le responde, “Ah, ya, cállate y tómate otra.” Entonces, uno tiende a soltar la gran pregunta. Sin embargo, transitar el camino hacia responderla, tratar verdaderamente de encontrarle respuestas a las grandes preguntas, de las que siempre se ha dicho, acaban por no tener respuesta, es muchas veces lo que vale la pena.

Hay mucha filosofía que se ha cuestionado si existe Dios o si no existe. Y ni los que dicen que sí, ni los que dicen que no lo han podido demostrar. Entonces, la razón no sirve para llegar a las respuestas últimas, pero sí sirve para plantear preguntas y ese proceso —el cuestionarnos el libre albedrio, la felicidad y todo eso que no tiene una respuesta última— nos ha estado regalando cosas en el camino.

La libertad, por ejemplo, que era algo inconcebible en los siglos pasados, ahora la vivimos y la gozamos ¿por qué? Porque mucha gente ha estado preguntándose a lo largo de la historia cuál es el derecho del ser humano, a qué viene el ser humano al mundo y cómo ser un ser humano más humano.

Entonces, les debemos muchos a todos estos filósofos, filósofos políticos, económicos, filósofos de la filosofía pura, la teología y muchas otras ramas del pensamiento que nos sirven de base, incluso, sin haberlas leído nunca.

¿Defiendes el copyrigh? ¿Te atrae en alguna medida esta idea romántica (o anarquía) de la gratuidad de los bienes inmateriales que aboga por pensar en nuevas formas de emplear el arte comunitariamente?

Pues defiendo las dos cosas. El arte debe tener algo de comunitario pero, al mismo tiempo, el derecho de autor tiene que ser un pilar que organice las cosas para que puedan ocurrir, digamos, en los canales correctos.

Si no respetáramos el derecho de autor de los escritores les estaríamos quitando el modo de vida y no solo eso; haríamos desaparecer las editoriales, las impresas, las librerías, los diseñadores de portadas y nadie podría controlar esto.

No estoy diciendo que la literatura represente una sección económica preponderante; sería absurdo decir que la industria editorial contribuye tanto al PIB como el petróleo o algo así. Pero, sin duda, es algo que tiene que seguir vivo y tiene que seguir con sus estímulos.

Ahora, hablando de libros, la parte comunitaria es la biblioteca. A las bibliotecas la gente va y lee gratuitamente. Lo malo está en que hemos perdido el gusto por la biblioteca; desaparecen, tienen poca clientela y, más bien, mucha gente tiende a consumir productos de entretenimiento.

¿No son, entonces, arte y entretenimiento dos cosas afines, a veces indiferenciables?

Son distintas; el entretenimiento tiene que ver con otro tipo de manifestaciones que, sí, llegan a veces a tocarse con el arte. Pero, al fin de cuentas, pasarse viendo series de televisión no es exactamente lo que uno vería como cultivarse artísticamente.

Si una persona lee un libro al mes, al final del año, se le nota. En cambio, si ve una serie cada día, al final del año, termina más más… elemental. Entonces, el arte de algún modo forma a los seres humanos y el entretenimiento no.

Ahora: ¿por qué queremos formar a los seres humanos? Alguien dirá que los que estamos en el mundo del arte tendemos a tener este tipo discurso de sabor religioso en el que nos planteamos como una especie de cruzada para convertir a la gente en lectores. Y si alguien dice: “Pero es que lo importante en la vida es ser feliz y la lectura no te hace feliz.” Pues entonces, efectivamente, no hay que leer. Si el objetivo fuera ser feliz, entonces, no habría que leer en absoluto porque todos los que leemos nos volvemos más críticos con el mundo y nos ocurren ciertas transformaciones que hasta nos amargan y, por ende, somos más infelices que los que no leen.

Los líderes del mundo y los grandes millonarios no leen; Elon Musk debe ser bastante incompetente en la lectura, él y el presidente Trump, esos dos tipos son prácticamente unos tarados. Y la tradición ha sido esa. Sabíamos que Peña Nieto no había ningún libro. Sabíamos que Bush en Estados Unidos también era un iletrado. Entonces, la idea de leer para tener éxito en la vida está, en realidad, muy divorciada. Parece, más bien, que los lectores nos volvemos una especie de clase media que no ambiciona riquezas.

¿Qué sensación te brinda el hecho de producir arte? Dirías que tienes una relación conflictiva con tu quehacer o el escribir es siempre vivido como algo placentero para ti?

Sí, para mí es la pasión de mi vida leer y escribir. Y cuando escribo me siento maravillosamente bien. Este sentimiento dramático frente al papel en blanco la verdad nunca lo he sentido.

Puede ser complicado, pero es como cuando jugamos futbol, claro que es difícil meter gol, hay que correr, recibir patadas pero precisamente ahí radica lo gustoso, en el esfuerzo, en el hecho de que te cuesta mucho trabajo, pero que aún así lo disfrutas porque te gusta.

Entonces, escribir alguna página, releerla, revisarla, corregirla, mandarla a la basura, escribir otra… este proceso es para mí es placentero y apasionante.

Además de la literatura: ¿cuáles serían las artes que más te brindan inspiración? ¿Practicas alguna otra?

No práctico otra. Me gustan las artes plásticas. Mi mujer es pintora, vivo en una casa con obras que se crean ahí mismo y me gustan mucho. Hablamos mucho de arte y de literatura.

También me gusta cierto tipo de música, pero ya trato de evitarla porque es omnipresente, me cae por todos lados y hay momentos en que prefiero el silencio. No tengo televisión y no veo cine.

¿Consideras que el autor es la carne de cañón de las editoriales, en el sentido de no obtener lucros justos?

El único que no se mete en la literatura por dinero es el autor. Hay todo un aparato alrededor de él, el cual, se sabe, necesita ser una entidad económica. El de la imprenta dice: “si no me pagas, no imprimo nada.” El traductor en su contrato pide un adelanto, todo el mundo solicita una cantidad de dinero, pero el autor es el que entra, en un principio, sin ningún incentivo económico. El gran aliciente es que te publique alguien. Y hasta hay muchos que pagan para eso. El interés va por otro lado y, sin embargo, los autores han ido ganando ciertos derechos. Antes, cuándo soñábamos con que nos invitaran a dar una conferencia. Le pagaban, por ejemplo, al que ponía las sillas, al que ponía la lámpara, a todo el mundo, pero a ti te decían: “No tenemos presupuesto. Hay para tu avión, para tu hotel, para tus comidas, pero ya para pagarte no queda nada.”

Eso se ha venido corrigiendo; preparar una conferencia lleva trabajo y siento que el nuestro empieza a ser más respetado. Nos permite dedicarnos a la literatura y no tener que estar como en un principio, cuando trabajaba y escribía al mismo tiempo; chambas por todos lados que me quitaban el tiempo para escribir.

¿Qué puedes comentarnos de la muerte de Vargas Llosa, de su figura y su legado?

Fue el gran arquitecto de la literatura latinoamericana. Muchos escritores hemos recurrido a él no solo por placer sino para aprender lecciones sobre el arte de narrar. Porque él siempre estaba jugando con estructuras diferentes, con formas distintas de narrar, de crear personajes.

No voy a decir que experimentaba porque los experimentos se hacen en casa y él ya presentaba algo hecho. Sus historias son siempre distintas, juegan con los tiempos,maneja los diálogos de manera magistral.

Por eso los escritores llegamos y decimos: “Vamos a ver cómo hace las cosas Mario Vargas Llosa.” Puede que al lector común y corriente le baste encontrar en él no más que el placer, la información, el gusto, la atención. Pero para los escritores es un maestro de escritores.

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Comentarios

Noticias según tus intereses