Una pérdida mayúscula para la Música se sumó intempestivamente a esta columna la mañana del martes 17, cuando trascendió la noticia de que el gran Alfred Brendel falleció en su casa londinense. Originalmente, iba a hablarles únicamente del pasadía que tuve el domingo 15 en Bellas Artes, algo que tenía muchos años de no hacer.

 No estoy seguro de cuánto tenía de no asistir a un concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional, tan atinadamente rebautizada por José Antonio Alcaraz como “la Chafónica Naciomal”. Preciso: a uno de sus conciertos de temporada –y el último creo que fue hace más de una década, cuando tuvieron como solista a Behzod Abduraimov-, ya que el haber padecido más recientemente su mínima participación en la final del Concurso Angélica Morales no cuenta, pues únicamente accedieron a acompañar el primer movimiento de los conciertos elegidos por los finalistas, ¡no se fueran a cansar!

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La Orquesta Sinfónica Nacional OSN México, dirigida por la canadiense Tania Miller./ Crédito: Palacio de Bellas Artes.
La Orquesta Sinfónica Nacional OSN México, dirigida por la canadiense Tania Miller./ Crédito: Palacio de Bellas Artes.

 ¿Qué me animó para volver? Indudablemente, la participación de Olga Arribas, esa excelente violinista checa que tanto ha enriquecido nuestro panorama sonoro desde que se estableció en nuestro país hará unos tres años; participó como solista en el Concierto para violín en re menor, Op. 47, de Sibelius en un programa dirigido por la canadiense Tania Miller, que abría con Paradisfåglar II (Aves del Paraíso II), de la sueca Andrea Tarrodi y, redondeando los “Paisajes nórdicos” que daban título a la velada, la Quinta Sinfonía, Op. 50, de Nielsen.

 De entrada, reconozco que la gestión de Ludwig Carrasco se ha distinguido por ofrecer una programación que ha dado gran relevancia a muchos compositores mexicanos injustamente relegados, y que no la ha tenido fácil. Recibió una orquesta bastante amañada, y volver a disciplinarla es labor titánica; por lo que ahora vi, se ha renovado buena parte de la plantilla, y por lo que oí, “ahí van”. Ojalá logre devolverle la solvencia que tuvo con Herrera de la Fuente y con Diemecke porque, después… ¡ay!, más de una vez me quedé sin reconocer qué tocaban, y sigo sin reponerme de aquel Huapango que masacraron, justo el día que se conmemoró el centenario de Moncayo.

 Paradisfåglar II aparecía descrita en el programa como “inspirada por uno de los documentales de la serie Planet Earth producida por la BBC, sobre las extrañas y hermosas aves del paraíso. Sus numerosos colores, la manera en la que vuelan, cómo suenan y cómo cantan”, y sabrán que nunca le había dado tan inmediatamente la razón a mi querido Angelo Cianciulli, a quien le sonó “a ruiditos de aromaterapia”. ¿Será que nada más la programaron para cubrir la cuota de género?

 Mejor impresión dejó la Maestra Arribas, ¡bien valió la pena madrugar en domingo para ir al Centro Histérico a escucharla! A su indiscutible virtuosismo y pureza de sonido, se suma la claridad con que estructuró este Concierto, poniéndola al nivel de cualquiera de sus colegas, por afamados que sean, y lo digo pensando en Kavakos y en Szeps-Znaider, que son los grandes violinistas que han visitado recientemente nuestro país. La claridad de ideas también distinguió el desempeño de Miller. Logró un equilibrado balance mientras la acompañó y dispuso claramente los diferentes planos en la Sinfonía de Nielsen, donde estuvo particularmente bien logrado el clímax del primer movimiento y, sobre todo, cómo logró diluirlo, cosa nada sencilla, considerando la preponderancia que tiene la tarola.

 Y aunque extraño los manteles blancos y los bellos arreglos florales que engalanaban al Café del Palacio mientras estuvo concesionado a Luis Bello, agradezco que este imprescindible servicio esté de vuelta tras varios años suspendido. Quien tomó la estafeta ofrece varias apetecibles opciones, y la sopa de cebolla fue de lo mejor que probamos antes de regresar a la Sala Principal para la final del Concurso Morelli, al que asistí, más que nada, por atestiguar el retorno al podio de la Orquesta del Teatro del mejor concertador que ha tenido, el Maestro Srba Dinić, de quien nunca lamentaremos suficientemente el nivel que se perdió cuando acabó imperando la ignorancia de Lucina Jiménez y sus secuaces al despedirlo.

 De los 178 contendientes, trece llegaron a la final y sigo preguntándome por qué, pues no todos tenían un óptimo nivel. ¿Sería para poder repartir todos los premios conseguidos? Según la memoria incluida en el programa, en sus primeras ediciones sólo se otorgaban cuatro premios y una beca. Actualmente hay premios para las categorías de zarzuela, ópera mexicana, interpretación mozartiana y tantos más, que ya no sé si aquello parece más una boda –de esas que tan bien cantaba Chava Flores, con padrinos de todo, desde el pastel hasta las servilletas- o una tómbola de pueblo, pues nadie salió sin premio.

Contamos más de treinta y no dudo que haya voluntad por entregarlos todos. Falta ver si los premiados los aceptan, pues como comentó un muy querido amigo, algunos le recordaban aquella historia del que se ganó el caballo en la rifa, pero no tenía donde ponerlo ni con qué mantenerlo, y hubo premios que lo único que satisficieron, fue el ego de quien los patrocinaban al oírse mencionados por Francisco Méndez Padilla, director del certamen.

Que la soprano Génesis Moreno ganara del primer lugar femenino no sorprendió a nadie. Era bola cantada. Tanto, como inobjetable su triunfo ya que acrisola madurez, histrionismo y una bella voz. ¿Por qué fomentar habladurías, negando a otras concursantes que cantaran el aria que tenían preparada? No creo que pudieran opacarla, pero, salir con que no tienen en archivo el aria de La doncella de Orleans de Tchaikowsky o que no pueden programar Bel raggio lusinghier de Semiramis, de Rossini, porque “tiene derechos de autor” resulta penoso… aunque no tanto como ver que varios asistentes se robaran los arreglos florales del proscenio.

Ya veremos cuántos de estos talentosos jóvenes harán carrera. Por lo pronto, celebro el Premio Oralia Domínguez a la mezzo Daniela Cortés y que el barítono Guillermo Montecino –que tanto nos impactó con el aria Ves’ tabar spit… de la ópera Aleko de Rachmaninov- ganara los premios Gilda Morelli y Ópera nuestra herencia olvidada, que la soprano Melissa Fernández recibiera los premios Revelación Juvenil, Monterrey Ópera Studio e Híbrido Ópera Lab, y el tenor Rafael Rojas el Premio Ópera de Bellas Artes.

Ante la noticia de la muerte de Alfred Brendel, Francesco Piemontesi, uno de sus más destacados alumnos, sintetizó cuanto se ha publicado al escribir que “su sabiduría, arte y humanidad moldearon a generaciones de músicos. El mundo es más pobre sin él”.

Hoy pocos saben que, a finales de los 50 y principios de los 60, Brendel visitó tres veces nuestro país. Nadie habla de la cortesía con que trató a los participantes del Curso de Perfeccionamiento que impartió en la Escuela Nacional de Música de la UNAM ni de los recitales que tocó, puebleando, en Piedras Negras, Nueva Rosita, Sabinas, Múzquiz, Saltillo y Monterrey. Si acaso, recuerdan aquel histórico 24 de abril de 1959, cuando Helmut Goldmann le dirigió los dos Conciertos de Liszt con la Orquesta Sinfónica de Guadalajara en el Degollado, o aquel inolvidable Concierto Emperador de Beethoven que tocó con la Sinfónica de Xalapa y Francisco Savín sin ensayo previo, por culpa de “la venganza de Moctezuma” y tras la cual, nunca volvió. ¡Qué afortunados cuantos tuvieron entonces la oportunidad de escucharlo y de tratarlo!

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