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El Prix Voltaire es el más importante reconocimiento que entrega anualmente la Unión Internacional de Editores a algún editor amenazado, perseguido, en riesgo o encarcelado, debido a sus publicaciones.
El premio lleva el nombre de Voltaire, en honor al escritor y filósofo francés François-Marie Arouet, quien publicó varios libros y panfletos en el siglo XVIII. Fue una figura clave del movimiento intelectual europeo conocido como la Ilustración.
Voltaire fue el seudónimo que usó Arouet y, en una de sus más célebres citas, dijo que: “Aunque desapruebe lo que dices, defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo.” La esencia de la libertad de expresión.
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El Prix Voltaire de este año fue entregado la primera semana de junio durante el World Expression Forum en Lillehammer, Noruega. WEXFO, que fue creado como un lugar de encuentro y un motor de cooperación global para asegurar la libertad de expresión para todos, es hoy día el foro internacional más importante sobre libertad de expresión.
El Prix Voltaire se entregó de manera conjunta a dos escritores bielorrusos, Nadia Kandrusevich, exiliada en Polonia, y Dmitri Strotsev, exiliado en Alemania.
El gobierno bielorruso exige a las editoriales obtener una licencia para publicar, pero a menudo se les impide registrarse o no se les conceden las licencias.
En 2020, el gobierno bielorruso intensificó su campaña de censura contra las editoriales que promovían la identidad, el idioma o la historia bielorrusos, o publicaban textos en bielorruso.
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Bielorrusia, su gobierno autoritario y sus problemas de censura nos pueden parecer muy lejanos, pero en México hay señales ominosas que nos deberían de poner en alerta e incitar a la acción.
Por un lado, hemos normalizado la violencia. Desde hace muchos años, en México se comente un promedio anual de 30,000 homicidios. 82 mexicanos mueren con violencia cada día. Solo para poner las cosas en contexto, en la guerra que inició Rusia contra Ucrania, en donde todos los días Rusia bombardea barrios residenciales en Ucrania, ha habido en tres años de conflicto un promedio de 50,000 muertes por año.
De acuerdo con Reporteros sin Fronteras, México es uno de los países más peligrosos en el mundo para ejercer el periodismo. 47 periodistas han sido asesinados en los últimos seis años.
Por otro lado, la censura va en aumento, de manera alarmante. El periodista Héctor de Mauleón y este diario sufrieron hace poco la censura del Tribunal Electoral de Tamaulipas por su columna: "Huachicol y poder judicial en Tamaulipas".
En una nota de El Universal se puede leer: “Entre las medidas cautelares, se exigió eliminar la nota donde se menciona a la candidata Tania Contreras y no volver a hacer alusión a su nombre, porque las sanciones, explicó, van desde multas económicas hasta arresto.”
El periodista Raymundo Riva Palacio mencionó al respecto que: “No podemos quedarnos callados contra este acto de censura. Que callara un medio tan importante sería señal de que la libertad está prácticamente perdida. No hay una ley que pueda apagar la libertad de expresión porque es en sí misma un derecho universal.”
En efecto, de acuerdo con la Declaración Universal de Derechos Humanos, en su artículo 19, todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión.
Recientemente, nuestro acomplejado presidente del senado utilizó ese recinto parlamentario, de manera poco ética y no sé si hasta ilegal, para un vergonzoso acto de humillación pública contra un ciudadano que osó increparlo en público.
En Puebla hubo una reforma al Código Penal que crea el delito de “ciberasedio” para "quien, a través de la utilización de las tecnologías de la información y la comunicación, redes sociales, correo electrónico o cualquier espacio digital insulte, injurie, ofenda, agravie o veje a otra persona, con la insistencia necesaria para causarle un daño”.
En una nota en este diario, el presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa,José Roberto Dutriz, manifestó que “Lo que está en juego es el derecho de toda la sociedad a informarse y debatir. Esta iniciativa puede borrar del espacio público información incómoda, dañando la memoria colectiva y la rendición de cuentas”.
En otra nota en El Universal, leemos que a “Jorge González Valdez, reconocido periodista con más de 50 años de trayectoria y exdirector del portal Tribuna, se le vinculó a proceso, bajo cargos de incitación al odio y violencia en contra de la gobernadora de Campeche.”
“Además de ordenar el cierre del portal Tribuna, prohibir a González Valdez ejercer el periodismo durante dos años e imponer una indemnización de dos millones de pesos por daño moral al Director de Comunicación Social del estado, la jueza ordenó el embargó algunas de sus propiedades.”
En otra noticia, el Instituto Nacional Electoral (INE) impuso a la ciudadana Karla Estrella, medidas cautelares que incluyeron el retiro inmediato de una publicación en la red social X, bajo el argumento de violencia política de género.
Por otro lado, el pasado 20 de junio, la conductora y actriz Laisha Wilkins reveló que fue notificada de una denuncia interpuesta ante el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), instancia que reservó la identidad de la persona denunciante.
“Me dicen que, de proceder la demanda, la multa es entre 2 mil y 200 mil (pesos)”, indicó.” Pero ella responde, valiente: “¡Voy con todo, no me van a callar! Amo a México y siempre alzaré la voz, pese a quien le pese.”
Algo va por muy mal camino en México, cuando las instituciones que fueron creadas para defender al ciudadano frente a los abusos del poder están siendo usadas ahora por la misma autoridad para amedrentarnos, sí, a todos nosotros, para silenciar cualquier voz que pueda ser diferente a la versión oficial de las cosas.
En los regímenes en donde se ha erosionado el equilibrio de poderes y existe una brutal concentración de poder, la historia siempre se repite. Se traduce en una necesidad de silenciar cualquier opinión discordante con la narrativa oficial.
Necesitamos leer más. Entre lo que estamos viviendo y la distopía que plantea George Orwell en 1984, hay una frontera muy delgada. Si alguien no ha leído a Orwell, recomiendo encarecidamente que lo haga. El pobre hombre se escandalizaría de ver realizadas sus más tristes profecías.