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El Museo Nacional de Antropología ha sido distinguido con el Premio Princesa de Asturias de la Concordia 2025, uno de los más prestigiosos reconocimientos internacionales. El jurado lo definió como un “referente global en el estudio de la humanidad”, heredero de una larga tradición que expresa la identidad y la pluralidad de toda una nación.
La noticia esbozó una nostálgica sonrisa. Ese museo fue, durante mi adolescencia, uno de mis lugares más amados; lo conocí de niño en 1985 y lo recorrí solo y acompañado con fascinación una y otra vez. Años después, volví con la mejor compañía, de la mano de mi hijo, contagiándole el asombro ante los cimientos de lo que somos.
El Museo Nacional de Antropología no es solo un edificio monumental o una vitrina de tesoros antiguos. Es una obra maestra del siglo XX y un símbolo de la identidad mexicana, un espacio de concordia entre culturas, un puente entre lo prehispánico y lo colonial, entre el pasado indígena y el presente mestizo. Recorrer sus salas es recorrer la historia de México y, al mismo tiempo, de la humanidad entera.
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De ahí la profundidad de este galardón: reconoce no solo su arquitectura y su acervo, sino su vocación universal. El presidente del jurado, Adrián Barbón, destacó su papel como institución “heredera de una larga tradición en defensa y preservación de una parte esencial del patrimonio antropológico de la humanidad”.
Con 20 salas y más de 250,000 piezas que abarcan desde los monolitos mexicas hasta las máscaras zapotecas, el museo es un centro de divulgación del alma mexicana. Sus colecciones están ancladas en las culturas de ayer y de hoy, con la mirada puesta en las grandes civilizaciones prehispánicas y en la herencia viva que aún define nuestra realidad cultural y social.
El año pasado lo visitaron más de tres millones de personas: tres millones de miradas que se asomaron a la historia de México en un recorrido que, idealmente, debería ser también una lección de conciencia. Sin embargo, este premio llega en un momento paradójico: el Presupuesto de Egresos 2026 prevé recortes al sector cultural, poniendo en riesgo la continuidad de instituciones que sostienen precisamente esa grandeza. Vaya paradoja y vaya funesto presagio: no hay nación sin memoria, ni memoria sin cultura.
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Vaya paradoja, vaya funesto presagio, acompañó nuestros pasos la última vez que visite el museo, con Raúl, Roberto y Guillermo, grandes aliados de la naturaleza y la cultura. Descubrimos perplejos que, a pesar de su vastedad, el museo ha quedado en deuda con Quintana Roo, uno de los territorios más ricos en patrimonio natural y antropológico del país.
En 2017, el Museo Nacional de Antropología recibió el esqueleto femenino más antiguo de América: Naia, hallada en un cenote del sistema subterráneo de Tulum, con una antigüedad de entre 12,000 y 13,000 años. Este hallazgo y otros igual de extraordinarios, como el del joven Chan Hol, obligaron a cambiar los libros de Historia y echar por tierra la creencia de que el hombre cruzó el estrecho de Bering hace 12 mil 500 años. Sin embargo, ni ella ni los numerosos hallazgos de la región —restos humanos, fósiles de animales extintos, evidencias de antiguas ocupaciones humanas— figuran hoy en ninguna sala del recinto.
Como integrantes del colectivo Sélvame MX teníamos un par de eventos en la CDMX y en un tiempo libre nos fuimos al museo, recorrimos todas las salas, del Mamut a la Sala Maya, y no encontramos representada la riqueza antropológica ni natural de los cenotes de Quintana Roo, apenas una mención al cenote sagrado de Chichén Itzá, nada que ilustre el extraordinario universo subterráneo de la península.
Compartimos in situ una capsula hablando del tema. Roberto Rojo, biólogo y explorador fundador del proyecto Cenotes Urbanos, lo expuso con claridad: “Hay un gran vacío en este museo, y es toda la historia de los últimos 15 años, de este patrimonio biocultural impresionante que tenemos en la Península de Yucatán. Nada de eso está representado aún en el Museo Nacional de Antropología.”
Ese vacío no es menor. En los sistemas de cuevas como Sac Actun y Ox Bel Ha se han encontrado vestigios de ocupación humana de más de 10 mil años. Solo en Hoyo Negro se han encontrado restos de 42 animales del Pleistoceno Tardío, pertenecientes a 13 especies, siete de ellas ya extintas como el gonfoterio, tigre dientes de sable, perezoso gigante de tres tipos, oso tremarctino y un cánido parecido al lobo sudamericano, insisto en que pongamos esto en un contexto comprensible, los huesos de Naia, son de una joven que cayo en Hoyo Negro 25 mil años después que un gonfoterio que cayo allí hace alrededor de 37 mil años, ojala algún día logre explicar con palabras lo que se siente bucear y admirar un fósil así. En estos lugares se conserva una parte esencial de la historia del continente americano y del planeta. Pero mientras buzos y científicos lidian con falta de presupuesto y burocracia para estudiarles, la selva maya es devastada por infinidad de sascaberas, menonitas extraviados, granjas porcinas cochinas, desvaríos carreteros e inmobiliarios inescrupulosas. El reciente reinicio de obras con la intención de imponer un libramiento a Tulum —sin permisos ambientales y pese a clausuras previas de PROFEPA— lo confirma: la devastación sepulta a su paso nuestro pasado y futuro.
El INAH ha trabajado junto a buzos, arqueólogos y biólogos locales para documentar extraordinarios hallazgos. El conocimiento existe, pero la divulgación no se ejerce como defensa. El museo que presume de ser el espejo de México tiene el deber de mostrar también esta parte del país, de actualizar su narrativa y de sensibilizar a millones de visitantes sobre la riqueza y la fragilidad de nuestro patrimonio natural.
Porque no podemos cuidar, amar ni proteger lo que no conocemos.
Mientras los especuladores continúan talando, dinamitando y fragmentando la selva de Quintana Roo, millones de visitantes recorren cada año el Museo Nacional de Antropología ignorando que, bajo los suelos de la Península, se encuentra otro museo vivo, uno sumergido en el agua y el tiempo.
El acervo del Museo Nacional de Antropología ha inspirado generaciones de defensores de la cultura. Hoy debe también inspirar a quienes defienden la naturaleza que cobija esa cultura. La ciudadanía, acude a la ley, a la SEMARNAT, a PROFEPA y a la CONANP para defender su hogar.México necesita que esos tres millones de visitantes se marchen del museo como “herederos de una larga tradición en defensa y preservación de una parte esencial del patrimonio antropológico de la humanidad”, sabiendo que este patrimonio se define en identidad también en el agua clara, que surge de la oscuridad luminosa, en los cenotes de Yucatán. El INAH debe acudir a este llamado y hacer de los conocimientos generados en la selva de Quintana Roo herramientas para defenderla.
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