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¿Por qué unas novelas tienen éxito y otras no? ¿Por qué unas alcanzan el millón de ejemplares vendidos y otras no encuentran editor y se producen y reparten artesanalmente en “tirajes” de diez ejemplares? Desde hace sesenta años, la teoría de la recepción ofrece herramientas teóricas que navegan por encima de la mera sociología de la literatura (esta última encontró en 1958 una buena síntesis gracias a un volumen homónimo de Robert Escarpit). La teoría de la recepción puede ayudarnos a encontrarles respuesta a las preguntas de este párrafo.
Me concentro en cuatro novelas españolas exitosísimas publicadas en algún momento de los últimos cincuenta años: Beltenebros (1989), de Antonio Muñoz Molina; Soldados de Salamina (2001), de Javier Cercas; Patria (2016), de Fernando Aramburu, y Feria (2021), de Ana Iris Simón. Al menos Soldados de Salamina y Patria rebasan el millón de ejemplares vendidos, según indican sus respectivos editores, y las cuatro reportan numerosísimas reimpresiones. ¿Tienen algún patrón en común?
Desde luego, hay factores sociológicos que son condición de posibilidad de (o simple condición para) una venta masiva: el factor más relevante es sin duda la existencia de un público constante, como el español en verano. (Creo haber escrito que México anda por un 5 % de lectores consuetudinarios; España, por un 65 %.)
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La lectura literaria testimonia el encuentro de dos soberanías: la soberanía de quien escribe y la soberanía de quien compra el libro o lo saca de una biblioteca y le dedica un tiempo valioso para seguir cada uno de aquellos renglones regulares que aspiran a transmitir vida e incluso una sustancia mejor y más intensa que la vida, como un licor de altísima factura. La experiencia del arte, la experiencia estética, es una conjunción de libertades. Como todas las libertades, experimenta límites y pactos, asedios e incluso riesgos más o menos difusos, más o menos ocultos.
La lectura se encuentra hoy de tal modo amenazada por las prisas, por el costo de los libros, por la sobreoferta desde las pantallas que el acto de terminar satisfactoriamente un libro debería ser declarado por la UNESCO patrimonio intangible en riesgo de extinción por lo menos en México. Otra propuesta consistiría en premiar la lectura, más que la lectura: ya no agobiar a los autores de siempre con un premio más a la lista interminable, sino galardonar a quienes pese a tantos factores en contra son capaces de adquirir un libro y leerlo de principio a fin.
La lectura de buenos libros se ha vuelto un indicador secreto de solidez de un país, de una civilización. Y los lectores son los héroes de la literatura contemporánea.
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Pues bien, la teoría de la recepción nos dice que un libro puede ser respuesta a una pregunta que flota en el ambiente, a una duda, a una inquietud, a una crisis.
El patrón en común de los cuatro libros es el siguiente: los cuatro asumen la tensión entre el mundo secular y el mundo religioso o bien (si es mejor decirlo así) entre el laico y el eclesiástico o entre el no creyente y el creyente en una trascendencia.
Asumen la tensión y le dan respuesta o ya el simple hecho de asumirla pone el tema ante los ojos de lectores en un reino al que Felipe II llamó “campeón del catolicismo” en el siglo XVI y que claramente se mueve entre el escepticismo o el agnosticismo y la confianza o la fe en un más allá por encima de (o en una dimensión distinta a) aquello que ven nuestros ojos y disfrutan (o padecen) nuestros sentidos.
Ya desde el título Beltenebros da una clave: termina siendo un descenso a los infiernos de la clandestinidad de una célula política que ejerce el terror contra sus propios integrantes por haberse desviado de la doctrina política hegemónica (no otro es el tema de Demonios, de Fedor Dostoievski, en cuyo sistema solar gira Beltenebros).
Soldados de Salamina busca un punto de conciliación entre ideologías enfrentadas a muerte durante la guerra civil española. No creyente, el héroe de la novela se encuentra aun así a gusto en una residencia para mayores atendida por monjitas. La novela concluye con la petición de un abrazo por parte del héroe. YouTube nos deja ver parte de la escena culminante en la filmación respectiva; allí el escritor protagonista se ha vuelto escritora, a la que encarna Ariadna Gil.
Patria remata con otro abrazo: uno sin palabras a las afueras de una iglesia como pacto entre dos antiguas amigas, tan cercanas que de jóvenes quisieron ingresar juntas en un convento. Finalmente, cada una se casó, y la vida las separó de tal modo que, ya adultas mayores, una representa la posición de la víctima y la otra la de la madre de un victimario durante los años de terrorismo en el País Vasco.
Ambas novelas parecen rescatar el abrazo como un momento de fusión conciliadora y de tácita alianza de paz y de perdón: herencia del cristianismo en un mundo laico.
La protagonista de Feria, identificable con la autora, proviene de una familia donde abundan los católicos y los comunistas. Una frase simboliza el espíritu conciliador de ella, causante acaso –al menos en parte– del éxito de la obra: “Jesucristo fue el primer comunista” nos conduce a una de las síntesis más logradas del libro. Con tal afirmación la narradora une dos ramas de su familia: una comunista atea y otra religiosa y presumiblemente más bien conservadora. Ambas chocaron en la Guerra Civil. Es que eran opuestas en ideología y en propósitos: los franquistas querían salvar a Dios y destruir los Evangelios; los comunistas querían ver realizado el mundo solidario y universal que se perfila en los Evangelios y destruir a Dios.
Me invitaron a leer El loco de Dios en el fin del mundo (2025), de Javier Cercas. Me resistía: la portada me parecía espantosa, el título incomprensible y el inicio muy pedante y (auto) celebratorio (las librerías en España admiten un acercamiento a los libros porque éstos no vienen “retractilados”, esto es, cubiertos con plástico, ese atentado contra la ecología y contra una lectura selectiva en plena librería; se sabe que el retractilado ha hecho mucho daño a la lectura en México, pero no hay poder humano que lo evite; en la Coordinación de Humanidades y en el Centro de Enseñanza para Extranjeros fomentamos hace años el uso de un cintillo de papel en vez de plástico).
Cercas ha descubierto su fórmula exitosa y la maneja muy bien: narración en primera persona sobre hechos históricos y personajes con relieve; relato de muy fácil lectura e interés garantizado. El loco… es el testimonio del viaje con el papa Francisco a Mongolia. El ateo Cercas fue invitado (seguramente por el propio Bergoglio) a acompañarlo. Cercas proviene de una familia católica. La madre padece Alzheimer, pero está segura de que se reencontrará con el esposo difunto gracias a la resurrección de la carne. El libro tiene estructura de novela policíaca: se basa en una o dos preguntas que deberán resolverse. En este caso, las preguntas son: ¿Hay Dios (para un ateo)? ¿Y quién es a fin de cuentas el papa Francisco, ese habilísimo líder espiritual y político, agudo detector del corazón de cada gente?