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¿Qué significa ser una estadounidense judía que no tiene ningún problema con que la califiquen de izquierdista y socialista? Susan Neiman, ganadora del Pen Award en 1992 y doctora en Filosofía de la Universidad de Harvard reflexiona a profundidad sobre estos y otros conceptos en su libro “Izquierda no es woke” (Penguin Random House, 2024).

En tiempos agitados en los que, afirma Neiman, la izquierda ha abandonado sus ideas filosóficas centrales (el compromiso con el universalismo frente al tribalismo, la distinción clara entre poder y justicia, y la creencia en la posibilidad del progreso) contribuyendo al brusco viraje a hacia la derecha, se hace urgente denunciar el exceso del pensamiento woke, que puede ser tan ridículo como aterrador, explica la directora del Foro Einstein en Potsdam.

La autora analiza las ideas filosóficas que subyacen al poscolonialismo woke, pasando por “la política que corre por debajo de la cultura”, la diversificación de las estructuras de poder, el estatus que se deriva del victimismo, y la reivindicación de las minorías con derechos como grupos particulares, entre varios asuntos.

A la luz del regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, la expansión de la ultraderecha en el mundo, y el cada vez más complejo fenómeno de la migración —por solo mencionar algunos asuntos que conciernen a todos—, la propuesta de Neiman cobra innegable relevancia si queremos superar la teoría y abrazar la práctica de fomentar el progreso y la justicia universal.

Durante mucho tiempo se nos hizo creer que el lenguaje es aséptico, neutral, inocuo, pero cada vez más es más evidente que hay muchos asuntos que subyacen al lenguaje y, entre ellos, a los conceptos woke e izquierda que, por supuesto, no son neutrales.

Creo que la idea de que el lenguaje es mucho más complicado de lo que pensamos, es bastante antigua. La gente ha estado pensando en eso durante cincuenta o sesenta años. Pienso que uno de los problemas que tiene lo woke es que se centra demasiado en los cambios lingüísticos en lugar de los cambios sustanciales. En una entrevista que Judith Butler dio hace poco, dijo: "Bueno, las cosas han cambiado en el mundo, la gente puede cambiar sus pronombres” y yo solo puedo decir: ¿Qué? Si queremos entender por qué todos están tan abiertos a las noticias falsas (fake news), te lo explico: constantemente estamos bombardeados por un lenguaje idiota —en el libro doy un par de ejemplos—. Por ejemplo, no sé cómo empacan las cosas aquí, pero supongo que es un asunto global eso de que compras algo en línea y viene con un letrero que dice: “Empacado con amor” o “Hecho con amor” y, por supuesto, te enferma pensar que eso lo hicieron o lo empacaron personas que trabajan en condiciones —a menudo— terribles. Entonces no puedes evitar preguntarte: ¡¿qué carajo?! Estas cosas suceden inconscientemente; es bastante raro que seamos conscientes de ellas y por eso nos las tragamos todo el tiempo, pero debemos entender que las palabras no significan lo que nos dicen que significan. Precisamente por eso no es de extrañar que terminemos por creerle a alguien como Trump, que dice que arriba es abajo y que abajo es arriba, y así sucesivamente. Esas son las cosas de las que debemos tomar conciencia y, la verdad, espero que no sea demasiado tarde.

Otro asunto que usted desarrolla en el libro es el de la noción errónea de la identidad como una noción única y unívoca.

Las nociones de identidad en otras culturas están muy conectadas con la identidad étnica. Supongo que en un país que es cincuenta por ciento mestizo, cuestionarías que la identidad ciertamente no puede ser la identidad étnica —no necesariamente—, lo cual me parece bueno. No me opongo a la idea de que la gente pueda sentir un amor particular por su propia cultura o por sus propias historias nacionales. Creo que es completamente posible hacerlo y, al mismo tiempo, sentir amor e interés por otras culturas. Mi consejo es que la gente siempre debería elegir otras dos culturas —no una, porque ese es un pensamiento binario y el mundo no lo es—. A lo largo de la vida, pasar un buen tiempo involucrado con la historia, la literatura y el arte de otro país te permitirá comprender tu propia identidad, pero también comprender que hay otras realidades. Uno puede estar orgulloso de lo bueno de su propia cultura, sin ser nacionalista o tribalista al respecto, y sin caer en el nacionalismo.

Es muy interesante lo que usted plantea sobre conceptos como humanidad, derechos humanos, democracia, justicia, moral, izquierda, que para muchos todavía son muy abstractos, comparados con los que usted denomina hechos empíricos.

Creo que hay una diferencia real entre la democracia y la socialdemocracia. Las diferencias en la socialdemocracia insisten en que tenemos un conjunto de derechos que son tan importantes como la posibilidad de votar o no por un candidato en particular. Curiosamente —yo le digo esto a la gente en Europa todo el tiempo—, Bernie Sanders está muy a la derecha de Angela Merkel. No quiero restarle importancia al hecho de que hay partidos de derecha en toda Europa en este momento, y esa es una preocupación genuina, pero también ocurre que incluso los partidos más derechistas no cuestionan la idea de los derechos sociales. En Estados Unidos, si esa fuera una base, si la gente lo aceptara, sería mucho menos dramático. Esto es en lo que vivo en Alemania, por ejemplo, donde tendremos elecciones en menos de un mes: yo no estoy satisfecha con ninguno de los partidos en este momento, pero pase lo que pase, creo que será menos dramático que lo que está sucediendo en Estados Unidos, solo porque es una especie de democracia… pero no es una socialdemocracia y la gente se siente tan lejos de tener el control sobre su propia vida, que millones de personas que podrían haber votado no lo hicieron, y Trump solo ganó con el treinta y dos por ciento de los votos.

¿Qué ocurre hoy con la narrativa?, ¿quién la controla realmente?

Tú ves quién controla la narrativa: ¡los hermanos tecnológicos (the tech bros)! En algún lugar hace apenas veinte años era la corporación Murdoch, que desafortunadamente todavía tiene mucho poder, y que ahora es una generación diferente, pero ellos tienen todo el control. Es una locura.

¿Podemos hablar de un gran discurso hoy, tal vez de una gran mitología en torno a los hechos políticos, sociales?

Por supuesto. Esa mitología es: lo único que nos une es el egoísmo desnudo, y eso es así incluso a nivel genético. Todo lo demás es un espejismo. Estamos unidos por el deseo universal de consumir tantos juguetes como sea posible. Desafortunadamente esa es la ideología unificadora del mundo entero, incluido un país como China, que afirma estar gobernado por un partido comunista, cuando en realidad ha combinado las peores características del comunismo y del capitalismo.

En el libro usted habla de una tendencia a explicar las perspectivas filosóficas, las posturas políticas, etc. como un partido de fútbol, ​​por ejemplo, donde hay ganadores y perdedores, y lo que ocurre al final es que se minimiza o se banaliza todo desde esas metáforas.

Es un buen punto, en realidad, porque los conceptos abstractos son insatisfactorios. Esa es la razón por la que la gente recurre a esta metáfora de “mi equipo versus tu equipo”. La pregunta es: ¿cómo hablamos de los conceptos abstractos? Cuando doy clases de filosofía me encuentro con que la gente dice: "Todo es relativo. No tenemos valores universales”. Eso es cierto cuando te quedas en el nivel más abstracto, pero cuando hablas de casos reales, hay una enorme cantidad de desacuerdo entre la gente. Creo que tenemos que aprender de nuevo a hablar coherentemente sobre ideas abstractas, pero siempre aplicándolas a casos particulares; así llegaremos a acuerdos más fácilmente.

¿Cree usted que nuestras instituciones están muertas? La Iglesia, el Estado, la familia…

Respecto a la religión, jamás nos libraremos de ella porque no necesitamos librarnos de ella. Creo que, aunque no es común, a veces los líderes religiosos pueden ser líderes morales y pueden unir a la gente — yo soy judía, pero soy una gran admiradora del Papa Francisco y pienso que es un ejemplo maravilloso de esto—. La Iglesia está creciendo, tanto como están creciendo religiones horribles, así que no creo que podamos hablar del fin de la religión. Respecto a las familias, hubo mucha infelicidad involucrada en las nociones tradicionales de familia; hoy estas son mucho más fluidas de lo que solían ser y no creo que eso sea algo malo. Sobre el Estado… es complicado. En cierto sentido todos sabemos que ya no es tan importante como una especie de fuerzas corporativas multinacionales que controlan gran parte de lo que sucede a nivel estatal. Lamentablemente, vimos lo que sucedió hace unas semanas con Trump. Yo quisiera expresar mi deseo de que los países latinoamericanos puedan unirse contra él. ¡Es que casi cualquier cosa sería mejor que Trump! A largo plazo tengo otra esperanza, que no sé si es razonable o no, y es la opción de recurrir a China. Si se lograra una verdadera unión en América Latina —y sé que eso es muy difícil porque se trata de diferentes tipos de culturas e intereses—, eso realmente podría tener un impacto. ¡La gente tiene que enfrentarse a este bastardo con más que actos simbólicos!