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Un éxito, las pulsiones de los timbaleros, confirman las crónicas de la época que narran las actuaciones de Celia Cruz y la Sonora Matancera en México. Al igual que el artista cubano Bola de Nieve, se presentaron en la Terrazza Cassino, en Insurgentes Sur 953 esquina con Pensilvania, el 18 de septiembre de 1961, tres días después de los festejos patrios. En un artículo publicado en EL UNIVERSAL se resalta cómo este conjunto se unió a la conmemoración de la Independencia mexicana y hasta entonaron “El cielito lindo”.
Timbaleros, percusionistas, maraqueros, guitarristas, sensaciones artísticas con una fuerza y resonancia por todo México. La Matancera tenía programada por esas fechas un par de presentaciones en Veracruz. El éxito se construyó en torno a sus figuras: desde las que pasaron por el conjunto en un ascenso meteórico hasta las que siempre estuvieron ahí, al pie del cañón. Vocalistas de lujo como Celia Cruz, Miguelito Valdés, Daniel Santos, Yayo El Indio, pero crooner de planta: Bienvenido Granda.
Se ha concedido a Bienvenido Granda buena parte del éxito matancero, lo mismo que a Celia Cruz y Daniel Santos: la crítica es justa. Y junto a los melómanos, se ha reconocido el enorme peso de Rogelio Martínez, director de la Sonora Matancera, así como del arreglista Severino Ramos, que tenían todo el perfil de escuchas con un oído educado, sobre todo, de una perspicacia que sólo la música puede otorgar libremente. Son los intelectuales de la sonoridad.
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Esta es la breve historia de Rogelio Martínez durante su estadía en México
De La Habana, cuenta la hija de Rogelio, Liz Martínez Domínguez, su padre conoció a María de la Luz Moreno Domínguez, quien era promotora de una agencia de viajes, y tuvieron varios roces en algunos vuelos. Cuando el director de la Matancera decidió que la agrupación se quedaría en México, tras la instalación del régimen comunista en Cuba ―decisión que estuvo acompañada de un contrato en la capital mexicana con la Terrazza Casino―, Martínez ya venía con el corazón preñado.
La Terrazza a donde la Sonora llegó a tocar durante dos años, antes de asentarse, nuevamente, en Nueva York, fue el lugar que convertiría Rogelio en la pista de las citas románticas. A la Cassino invitó a María y bailaron un bolero, un danzón más y otros, todos dedicados por la orquesta que dirigía, siempre elegante, de lentes oscuros. La mujer sonriente, de un áurea condescendiente.
Un año después del exilio de la Matancera, Rogelio y María concebirían a Liz. La niña, por afinidad y fraternidad entre Rogelio y Celia Cruz, quién siguió a la Sonora en su misión, llevará en el primer nombre el de Celia. María y Cruz se volverán comadres y la cantante cubana llamará a la pequeña Chachita. Junto a su esposo, el trompetista Pedro Knight, se convertirá en madrina en el bautizo celebrado en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México en 1961.
Liz Martínez recuerda a su padre como un hombre alegre y, no obstante, disciplinado. Era un extraordinario cocinero, él que venía de un padre cocinero con un restaurante en La Habana de un nombre sepultado por el tiempo. La orquesta, por instrucciones de Rogelio ensayaba hubiera o no giras o presentaciones prolongadas. Ensayaban en el Hotel del Prado en avenida Marina Nacional, en Polanco. Le disponían de una sala exclusiva.
Cuando llegó la hora de viajar a Nueva York, porque la Matancera ya no cosechaba el éxito de antes, sumado al contexto de la migración a Estados Unidos que, por asociación histórica, cocinaba un fenómeno musical distinto al jazz y blues, la salsa, Celia escribió una carta a su comadre ofreciendo disculpa por la prisa al salir del país.
Rogelio siempre se sintió orgulloso de ser el padre de Liz, él siendo mulato, decía, también fue era capaz de procrear una hija blanca, cuenta Liz. Encantada con la vida tropical y juglar, la mujer, una vez adulta, quiso convertirse en vedette y aparecer como rumbera en los conciertos de la Matancera, pero su padre se negó.
Sin embargo, se integró al grupo de bailarinas de la Danzonera Playa de Gonzalo Varela, y aún a sus 55 años sigue metida en los escenarios y pistas de baile. Es bastante conocida en el ambiente de salones, la conocen de sobra en Los Ángeles, ubicado en Lerdo. Va a los aniversarios sin perderse uno.
Hoy Liz trabaja en la ruta hacia un proyecto museográfico para dar a conocer documentos, instrumentos y un testimonio hemerográfico de su padre y Celia, cartas que detallan lo más humano de estos protagonistas del ritmo tropical.