“Terminó aquel país. No hay memoria del México de aquellos años. Y a nadie le importa: de ese horror quién puede tener nostalgia”, se lee en el último párrafo de Las batallas en el desierto (Era, 1981) de José Emilio Pacheco. En ella, un hombre maduro cuenta su versión de hechos terribles ocurridos durante su niñez. Así, más que arrebatos melancólicos, la obra del maestro José Emilio es la crónica de las primeras decepciones juveniles y del violento despertar al mundo adulto. He recordado esto mientras leía El reino de la desesperanza (Lectorum, 2024), el más reciente libro de cuentos del narrador yucateco Carlos Martín Briceño. Autor distinguido con múltiples premios como el Internacional de Cuento Max Aub y el Nacional de Literatura José Fuentes Mares, Carlos Martín Briceño es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte desde 2018.

Los paralelismos entre la obra de Pacheco y la de Martín Briceño resultan evidentes no sólo porque este volumen de cuentos lleva como epígrafe un poema de Pacheco extraído de La arena errante (Era, 1999), también porque ambos libros tienen como centro temático los procesos de construcción de la memoria.

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Estructurado en tres apartados distintos que corresponden a tres momentos básicos de la vida (pubertad, madurez y vejez), El reino de la desesperanza está integrado por dieciséis cuentos con temáticas muy variadas pero emparentados por la subjetividad de los protagonistas, quienes comparten una visión desencantada y oscura del mundo y, sobre todo, de sí mismos.

Bajo el subtítulo “Los territorios de la pubertad”, el primero de los apartados explora esos amargos rituales de iniciación: las primeras relaciones amorosas y los primeros encuentros sexuales, así como las turbulencias que ambos despertares suelen acarrear. Así, por ejemplo, en el cuento titulado “Conjura” el personaje narrador es un adolescente atiborrado de hormonas que hostiga sexualmente a la muchacha que ayuda en su casa. El resultado es un embarazo no deseado, situación que abre un laberinto de dilemas éticos que el protagonista jamás habría podido imaginar. Un viaje sin retorno. Un relato que, sin ser moralizante, expone los prejuicios frecuentes en la clase media, así como los machismos soterrados que persisten en el México de nuestros días.

Crédito: Página oficial del autor.
Crédito: Página oficial del autor.

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Otro de los cuentos que sobresalen en este apartado es “Desagravio”. El relato es protagonizado por un afamado escritor que regresa a su ciudad natal después de veinte años de ausencia, solo para reencontrarse con un antiguo compañero de escuela que lo asediaba y lo manipulaba. Llama la atención lo efectiva que resulta la estructura de este cuento: bajo el esquema de vasos comunicantes, la narración alterna dos planos temporales: uno en donde el pasado es narrado en presente se entrelaza con otro donde el presente es narrado en pretérito, evidenciando así que en la construcción de la memoria y de la identidad no hay puntos fijos: el pasado determina el presente, pero también la actualidad matiza la forma en que recordamos ciertos hechos.

Bajo el título “A merced del desengaño”, el segundo apartado aborda los fantasmas de la madurez: la creciente angustia frente al declive de las capacidades físicas, la erosión de la vida en pareja a merced de la costumbre, la continua negociación con los proyectos e incluso con las fantasías insatisfechas. Así, por ejemplo, “Un amor verdadero” retrata el conservadurismo de ciertos círculos a la vez que atiza preguntas centrales para las nuevas generaciones: ¿qué es una familia? ¿cómo se construye, cuáles son sus funciones?

Bodas de plata” es un ajuste de cuentas de la protagonista consigo misma. Insatisfecha con su vida sexual, hastiada de ceder en todos los planos a las inquietudes de su esposo, la sesentona protagonista explora en su fuero interno las posibilidades que aún le quedan para obtener y dar placer. A esas negociaciones internas forjadas en clave femenina, corresponden las de “Día de asueto”, que abordan las zozobras que ha acarreado una vida de quince años en pareja entre una mujer llamada Iliana y el protagonista, un cirujano plástico que ha cruzado los límites de la ética profesional con una de sus pacientes. En esta clave de desencuentros generacionales sobresale también un relato cuyo conflicto central es la crisis de la edad madura: “Miel sobre hojuelas” sigue por encima del hombro a un cincuentón próximo al retiro que enfrenta un diagnóstico de cáncer de próstata. Indeciso entre Andrea, la exesposa con quien toda comunicación está salpicada de sarcasmos, y Mariana, la jovencita con quien intenta construir una nueva relación, el protagonista debe comenzar por reestructurar la idea que tiene de sí mismo.

Bajo el título “Lo que no se dice del ocaso”, el tercer apartado hurga en las pesadillas cotidianas de la tercera edad. “Voz propia”, por ejemplo, es protagonizada por un poeta que gana fama tardía y que expone su salud para asistir a un prestigioso encuentro literario, solo para darse cuenta de que quizá nadie escuche su recital. En esta certera colección de relatos el mejor es, a mi juicio, “La amabilidad de los extraños”. Bajo ese título con ecos de Tennessee Williams, el cuento exhibe un destacado manejo del implícito: un hombre viaja al sureste para visitar a su padre, quien lleva apenas unos cuantos días confinado en un asilo para adultos mayores. Lo que comienza como una apacible tarde entre padre e hijo termina como una amenaza, tan silenciosa como violenta, de la que el protagonista ya no podrá deshacerse.

Así, El reino de la desesperanza es un libro que destaca no solo por la profundidad con que Carlos Martín Briceño construye las agobiadas y agobiantes psicologías de sus personajes, también por la sobria carpintería con que forja sus conflictos: basta un parpadeo, una pregunta hecha a destiempo o un trago de más para que el mejor momento se convierta en una pesadilla que podría quedarse para siempre en el espejo negro de la memoria.

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