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En una entrevista en Santiago de Chile en 2003, el escritor Roberto Bolaño reflexionaba sobre la vida de escritores aventureros que jamás se interesaron en contar sus memorias, en valerse de ellas para construir historias, frente a la de aquellos que, sin salir de sus aldeas, nos entregaron viajes alucinantes. Ante esas dos vertientes se abre paso Elena Poniatowska, una aventurera del periodismo que nos ha entregado libros inspirados en hechos sorprendentes como trágicos, en personajes fascinantes, reales o no, quien se ha valido de sus vivencias para armar una obra que respira vida, odiseas y viacrucis.
También podríamos afirmar como el autor de Estrella distante: “(…) da lo mismo si los fantasmas salen de la realidad o de la cabeza. Lo que importa es la biblioteca”. Y es por eso que editorial Planeta ha editado la Biblioteca Elena Poniatowska, colección conformada por 17 títulos, los más emblemáticos, donde es posible apreciar los géneros que la escritora ha abordado, como la novela, el cuento, la entrevista, el ensayo y la crónica, una gama de temas que nacen a partir de su experiencia como periodista. La literatura de Poniatowska es una referencia de las letras pero también del periodismo mexicano.
La ganadora del Premio Cervantes y autora de Hasta no verte Jesús mío, La noche de Tlatelolco y Nada nadie. Las voces del temblor, conversó con los suscriptores de EL UNIVERSAL en el segundo círculo de lectura organizado por esta casa editorial, a propósito de esta nueva colección de Planeta. Fiel a la filosofía nahuatl impulsada por Miguel León-Portilla, de la que se dice practicante Elena Poniatowska, abrevamos ese lema de “Casa abierta al tiempo”, reconociendo la importancia de atesorar las memorias de esta escritora que convivió con los intelectuales y artistas hispanoamericanos más influyentes del siglo XX.
¿Cómo fueron esos primeros días de periodismo, en un mundo diferente, usted era una de las pocas periodistas que hacía ese trabajo? ¿Fueron duros?
Yo me inicié en el periodismo cuando nadie de los presentes había nacido, soy quizá la persona de mayor edad que los haya visitado jamás, estoy por cumplir los 93 años, una persona de esta edad que todavía funciona, no está hospitalizada. Me dediqué en 1953 al periodismo. Yo leía el Excélsior, las entrevistas que hacía la periodista llamada Bambi —por sus ojos grandes—, ella se casó con el reconocido pintor Alberto Gironella, y cuando el jefe de redacción del Excélsior se enteró, como estaba enamorado de ella, le dio coraje y me contrató a mí, me publicaron de inmediato: le hice una entrevista al embajador de Estados Unidos. En los años 50 había una gran preponderancia de Estados Unidos en México, entonces llevar una entrevista con el embajador fue primicia. Recuerdo que le solicité la entrevista en inglés: “May I interview you tomorrow?” Le caí bien y me dijo: “Good child, let’s come to my office tomorrow”. A raíz de eso, siendo una niña de convento de mojas, que no conocía la historia de México, que el español no era su idioma materno, sino el francés, me lancé al agua a aventurarme. Siempre hay una posibilidad de salvación, para mí fue la juventud, y la circunstancia de que una periodista querida por el jefe de redacción se había casado con otro.
Para mí esos años no fueron duros. Llamaba la atención que una “niña bien” llegara y le preguntara a Diego Rivera por qué tenía los dientes tan chiquitos y por qué estaba tan panzón. Preguntas sosas porque no había visto ninguna pintura de Diego Rivera, venía de la total ignorancia, y los lectores se empezaron a manifestar, querían leer qué más preguntas, en cierta manera impertinentes, iba yo a hacer. La ignorancia sí fue una plataforma para hacerme conocer sobre todo en esa época donde muy pocas mujeres eran periodistas. Recuerdo a Elvira Vargas, buenísima, ella escribía editoriales políticas, una opinión que asume el periódico, por eso era tan importante.
Usted se inició con la entrevista, pero después comenzó a ejercitarse con otros géneros periodísticos como la crónica...
Los géneros siempre están basados en la información, de lo que se trata es de informar, y de quién te va a conceder dicha información, entonces a través de las entrevistas podías abarcar y acceder a la casa de María Félix o de Tin Tan o de Cantinflas, por ejemplo. En general tenías que caer bien para sorprender, porque había conferencias de prensa con preguntas agresivas en un clima político agresivo; yo escribía otras cosas, como “El presidente de la República por poco se va de bruces al entrar a Bellas Artes”, esas cosas no se decían, yo fui la que empecé. Era lo que yo veía. A partir de una cierta inconsciencia se hizo un estilo de periodismo.
Salvador Novo decía, a su manera, que usted era muy insistente y le jalaba “las faldas” para pedir una entrevista.
A lo mejor Novo sí se ponía faldas. Él era muy amigo de unos tíos míos, y entonces también le decía tío, lo quería bien, las manos siempre llenas de anillos, y él me estimaba, pero después de la publicación de La noche de Tlatelolco ya nunca me habló. Le llamé por teléfono y le dije: “Tío, habla Elena”. Y me dijo: “Elena ¿quién?”. “Elena, tu sobrina”, le dije: “Elena Poniatowska”. Y empezó a decir: “Elena Poniapaca, Elena Poniatroska, Elena Putiatoska”. Hasta que me di cuenta y colgué. Soy de chispa retardada porque me tardé una hora en hacerlo. Jamás, jamás lo volví a ver. Él le dijo a unos tíos que me convertí en una gran decepción porque él era amigo de Gustavo Díaz Ordaz, el que ordenó la matanza de Tlatelolco.
Ahora que habla de los presidentes. ¿Más allá de la vida cultural, tuvo relación con algún presidente?
No me dediqué para nada a hacer una buena relación con presidentes de la República, no creo que ese sea el destino de un periodista, porque el destino de un periodista es ser crítico, un hombre y una mujer que denuncia. Obviamente los presidentes se interesan en qué se escribe sobre ellos y quién escribe.
¿Con quién le costó más trabajo hacer clic?
En general, a las personas le gusta hablar de ellas mismas; somos vanidosos. A la quesadillera que vende a flor de banqueta no le gusta hablar de sí misma porque tiene miedo de que el policía u otro agente le quite su espacio. Hay que ser sumamente cuidadoso y protector de la gente que más lo necesita, como la que vende en los mercados, en las esquinas, toda esa gente es la que más me dio vida y más me interesó, por eso hice Todo empezó en domingo con Alberto Beltrán, un extraordinario dibujante, y se trataba de qué es lo que hacen los más pobres, las muchachas sentadas para ver pasar los coches, las familias que se van a Chapultepec a ver a los animales, esas personas llegaron a mi corazón más que los políticos. Tuve la fortuna de entrevistar a otras figuras, como Irma Serrano, ella era muy agresiva. La entrevisté mientras se maquillaba y recuerdo que volteó y me dijo: “Se ve que usted no le da un solo gusto a su cuerpo”. Según ella, yo no estaba lo suficientemente arreglada.
¿De este tipo de personajes de la cultura, algunos difíciles, a quién le logró hacer la entrevista a pesar de ser un reto?
Fue difícil ir a la cárcel y entrevistar a David Alfaros Siqueiros, también fue difícil entrevistar a Luis Buñuel, al final hice amistad con él y su mujer; la gente más difícil resultó a la postre más accesible. Tongolele era un pan, pero ella hablaba mal español, era de Spokane, Washington, y decía un montonal de palabras en inglés y había que allanarle el camino.
Creo que para un periodista hay momentos donde llega a ser difícil abordar temas espinosos y trágicos, diferenciar el oficio de lo que uno siente.
Recuerdo el terremoto del 85, a un señor parado frente a un edificio derrumbado por completo, y él fue y se sentó sobre un montón de piedras, tomó unas piedritas y las empezó a tirar una por una, esa fue su reacción, una reacción de desesperación natural. Pero también al lado del sufrimiento interior de la gente, de la pérdida total, había reacciones heroicas en la calle, una lección de vida: de la muerte sacar la vida; fue un privilegio ver, admirar, la actuación de los mexicanos, de las mujeres que llegaban con sus grandes ollas de comida en la cabeza, para los que estaban arriba con picos y palas tratando de sacar a los enterrados entre escombros. Esa es una lección que jamás voy a olvidar. Originó una idea de amor por un país en el que no nací.
¿De toda la gente que ha conocido, a quién extraña más, de quién puede decir: esta persona nos hace mucha falta?
Extraño a Guillermo Haro porque fundó la astronomía mexicana, nos trajo los fundamentos de los mayas, grandes observadores del cielo, él hizo posible que la mayoría de las escuelas enseñaran ciencia, hacer de todos los estudiantes investigadores en potencia. Nosotros, cercanos a uno de los países más desarrollados del mundo como lo es Estados Unidos, pues se pensaba que debíamos importarlo todo de allá. Yo tuve el privilegio de vivir años y de tener hijos con un hombre que creía que México podía darle al mundo ciencia. En Tonantzintla, Puebla, creó un enorme observatorio, él creía que nosotros debíamos competir en todos los campos; ahí yacía nuestra grandeza, en lo que podíamos aportar a nuestros hijos, al universo mismo, no sólo a la Tierra, porque si en el cielo descubrimos una estrella, estamos aportando al mundo. Valernos a nosotros mismos, es una de las grandes lecciones que recibí de Guillermo Haro.
¿Cuál es su lectura de lo que pasa en México y si tiene una opinión de lo que puede ser el futuro inmediato del país?
Me importa muchísimo que todos tengamos acceso al español, aprender a leer. Yo admiro a Jaime Torres Bodet, con él aprendí el español cuando migré de Francia a México. Llegué acá a los 10 años, mi papá se quedó en la guerra. Aprendí español en la radio con Jaime Torres Bodet, porque él quería alfabetizar a México.
Nos habla de un México que no todos vivimos, una época cultural referente. ¿Qué se debe seguir conservando de ese esplendor?
México es un país ascendente, un país con cada vez más posibilidades de integrarse. Claro: yo estoy con causas que otros rechazan. Creo en lo que pasó en la Selva Lacandona, aunque hoy esté más apaciguado, creo en que todos los niños deben ir a la escuela, los hospitales deben recibir a los enfermos pase lo que pase, creo en la inteligencia de la gente de todos los días, creo en los buenos periódicos, en la buena información, en los libros; creo en Juan Rulfo, que nos entregó una de las mejores obras de la literatura mexicana; creo en Carlos Fuentes, que escribió sobre cine; creo en Juan Villoro, quien estuvo en este círculo de lectores; creo en Rosario Castellanos, que nos regaló a Chiapas en sus novelas; creo en Miguel León-Portilla y en la filosofía nahuatl. Somos una sociedad más igualitaria, y eso se le debemos a los libros de la Secretaría de Educación Pública. Claro: hay equivocaciones en los libros de la SEP, porque dicen: todos tienen que dormir en un cuarto, en una cama, y tiene que ventilar el cuarto con la ventana abierta, y hay vecindades donde duermen cinco personas en una sola habitación, en una sola cama; mejorar las condiciones de vida de todos los mexicanos es la obligación principal de un presidente de la República.
Cuál es su expectativa de la Presidenta Claudia Sheinbaum?
En primer lugar, es una universitaria; en segundo lugar, es una mujer pensante. Yo tengo gran fe en Claudia porque es científica, gente seria; ya es hora de que creamos en nuestras mujeres, yo creo que lo que nos espera es bueno. Me emociono pensar en lo que va a suceder. Hay que creer en México y en nosotros mismos.
Goza de una vitalidad y de una lucidez que da gusto. ¿Cómo se ejercita intelectualmente? La escritora Maricarmen Ambriz se preguntaba qué vitaminas se toma usted.
La vitamina que uno toma es el amor a los demás, el amor que los demás le tienen a uno, el amor a la vida misma. Uno se lleva muchas sorpresas de gente que cree que va a pasar de largo y al final se interesa en los demás.
En el encuentro, los suscriptores invitados tomaron la palabra para conversar con Poniatowska. Estas son algunas de sus preguntas:
En Hasta no verte Jesús mío usted se basó en los testimonios de una mujer indígena, Josefina Bohórquez. ¿Cómo la conoció y cómo recopiló estas memorias?
Yo la escuché hablar, decía muchas malas palabras con una enorme fuerza, encima de una azotea en la calle de Revillagigedo, ella era lavandera, no sé por qué en ese edificio estaban los lavaderos arriba. Le dije que quería ir a su casa, ella vivía a la salida a Pachuca, tampoco sé por qué a la gente pobre la van sacando del centro de la ciudad, las expulsan a lugares cada vez más lejos. Primero me rechazó: “No tengo tiempo”, me dijo, pero después la conquisté, al grado de que un día estaba paradita en la esquina esperándome, y me dijo: “Por qué es usted impuntual”, con bravura pero también en confianza.
¿Qué le recomendaría a alguien que quiera iniciarse en el periodismo?
Que escriba, que vaya a un periódico, no es tan difícil. Uno va a la redacción con sus ojitas escritas a máquina, o escritas en su computadora, y dices: “Quiero trabajar en este periódico”. Te pueden decir que dónde está tu currículum vitae y cuál es tu experiencia. Tú debes decir: “Yo quiero que se me juzgue a partir de esas hojas que le traigo”. Claro que procuras que estén bien escritas. Así es todo en la vida: o te lanzas o te chingas.
¿Qué influencias encontramos en su descendencia?
Mi madre se llamaba María Dolores Paulette Amor; mi tía Pita Amor, que le patinaba, era poeta e hizo décimas a Dios. Había otra tía, Carolina Amor de Fournier, que fundó la Prensa Médica Mexicana, porque todos los libros de medicina en la Universidad estaban en inglés, y ella se puso a traducirlos, de tal manera que todos los estudiantes mexicanos pudieran aprender medicina en español. Debemos estar orgullosísimos de nuestra UNAM, de nuestro IPN, de nuestra UAM, porque ahí hubo gente interesada por engrandecer a México.