Siempre sorprendente, dinámica, recorriendo los géneros literarios como pez en el agua, Kyra Galván va de la novela, al cuento, a la poesía, al ensayo, así como del erotismo a la historia, de la ciencia ficción a la espiritualidad, de los secretos del antiguo Oriente, a los pecados indecibles del México virreinal, personajes como Malintzin y Sor Juana, andan en su denuncia sobre la injusticia contra las mujeres y las palabras, el lenguaje en sí mismo, merece todo un tratado de anatomía en su poesía.

Pero siempre hay una primera vez, en todo hay una primera vez y ahora Kyra Galván ha decidido abrir un armario que se mantenía en las penumbras entre cadáveres y podredumbres, para entrar sin compasión en los engranajes de la violencia en la que es al mismo tiempo, personaje y autora, protagonista y observadora, víctima y poeta. Entrar, enfrentar, desentumir, diseccionar, nombrar, finalmente, nombrar, lo que ha dolido tanto que las palabras conocidas y a la mano no han sido suficientes para ponerlas en la mesa de la vida. No es extraño que sólo hasta la plena madurez, una poeta, que se ha dedicado, precisamente, a cultivar el vasto bosque del lenguaje, apenas haya logrado hacerse del equipo necesario para atravesar el túnel de una violencia sufrida en el lugar más impensable de la infancia, el propio hogar, cuando no se tiene manera de ser entendida, porque contradice totalmente lo que se supone debería ser el espacio del amor y del cuidado.

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Crédito: UAEMex.
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Sólo en la plena madurez, puede aparecer la infancia, de nuevo, con su prístina incredulidad mirándonos de frente, preguntándonos qué es esto que nos pasa, sólo ahora podemos abrazar a la niña, sentir con ella, ser otra vez ella, sólo ahora las lágrimas se vuelven versos y los odios contenidos cobran cuerpo. Y ambas van sanando.

Este libro, Los engranajes de la violencia, recién publicado por la Universidad del Estado de México, es un armario abierto cuyo faro es el lenguaje, por primera vez en Kyra, lleno de rispidez, de angulosidades, de clavos, de grietas. Siento que ahí conviven ganchos, martillos, cinturones, piedras, y también huecos, sábanas paralizadas. Parece escrito en blanco y negro, para que resalten los perfiles y se agrande la profundidad.

Los epígrafes nos invitan a entender que estos engranajes de la violencia doméstica se aceitan en las palabras que se dicen y se oxidan en las palabras que no se dicen. El lenguaje como el duende más oscuro de su mecanismo.

El insulto, y el silencio, dos caras de la misma violencia. Es el cuento de nunca acabar.

Se acumuló durante años. Sutil, como la fragancia de un perfume añadiéndose a la piel, capa por capa. Encajando como guante en el follaje de la rosa.

La violencia es una serpiente de piel alucinada que advierte la guerra. Emite una luz de precaución, tenue. En alguna parte explotan granadas funestas y la metralla se clava en las costillas (habitáculo donde reside el amor, dicen).

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Nunca hablas de ella. Es una regla no escrita. No la mencionas. Es secreto tácito. No comentas el terror que se vive a diario en la sobremesa. Se desmenuza como ingrediente secreto en la cocina. Acontece en el reino innombrable.

Mi abuelo golpeaba a mi abuela. Eso es un hecho. Mi padre aterrorizaba a mi madre. También es un hecho. Y a mí me herían de muerte las palabras todopoderosas afiladas del insulto y la ira que se lanzaban como un halcón salvaje sin contención hacia sus presas. Y eso es. Un hecho.

La lengua de papá era bífida en ferocidad: un jaguar indómito que mordía a dentelladas el honor. Arrancaba a pedazos la autoestima. Era peor que un ataque de cien bofetadas y tres mil doscientos platos estrellados. Rugía, creaba pánico en las olas inconclusas del amor propio. Revolvía el estómago y te dejaba como hoja de palmera, como sopa fría.

Imágenes concisas, concretas, directas, que se estrellan en la conciencia, no se olvidan, ciegan.

Siempre he considerado que la poesía es el género más autobiográfico que existe. El yo poético es, claro, un yo universal, es su pretensión, pero tiene que surgir de las entrañas de la percepción personal. Por eso la poesía es tan reveladora y no puede fingirse, no se camufla, no tiene vocación de ocultamiento. Al contrario, cuando acudimos a ella, sea como autores o como lectores, lo que anhelamos es remover el cemento con el que se ha moldeado nuestra alma conforme los años pasan y las buenas costumbres se instalan en nosotros. Queremos un huracán que demuela todas las construcciones para que brote de nuevo nuestra naturaleza viva, pura, salvaje, sedienta.

Kyra Galván nos muestra acá los engranajes con las que ha sido formado su oficio, su talento, su talante, y nos invita a hacer lo propio. Ya es tiempo de que las cosas suenen como deben sonar.

Vivir entre dos violencias es crecer cabalgando sobre la cólera sin rienda y la brutalidad cristalizante de la indiferencia. Es descuartizar el corazón y repartirlo entre dos amos tiránicos: papá y mamá que no se ponen de acuerdo en el castigo inmerecido.

No nos asustemos, este poema de largo aliento se lee como un homenaje a la capacidad de la lengua por brillar entre lo oscuro. Cala, pero humaniza. Mueve al abrazo que nos ha faltado y que nos merecemos.

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