“A la información que difunden los activistas climáticos se la acusa de ‘catastrofista’ y, en general, suele argumentarse que si a la gente se le dice la verdad de lo que está pasando con el clima, millones de personas van a entrar en pánico y se van a paralizar”, afirma la politóloga y activista argentina Flavia Broffoni, con agudeza en la mirada y tono inquisitivo. “Pero yo me pregunto: ¿cuánto más paralizada podría estar una sociedad que ahora, cuando estamos registrando en tiempo real un proceso de extinción a escala planetaria y la principal respuesta es la apatía?”.

Ese es el tipo de preguntas incómodas que Broffoni aborda en Extinción. La supervivencia de la humanidad en juego (2020) y Colapso. Cómo transitar el umbral de los mundos por venir (2024), libros que consolidaron a la autora como una de las principales referencias latinoamericanas en la divulgación de la crisis climática, un compromiso que en su caso incluye protestas callejeras, acciones comunitarias y, sobre todo, encarnar el molesto rol de aguafiestas social. Y es que, como sus libros dejan claro, su diagnóstico es de una crudeza abrumadora. Protagonista de la serie The Changemakers (Paramount +), parte del grupo de activistas que fundó el movimiento Extinction Rebellion y voz de la conciencia en el podcast Colapsonautas (Spotify), a Broffoni no le tiembla el pulso a la hora de describir un escenario global de extinción humana desencadenado por la crisis climática y, tanto en sus libros como en sus apariciones públicas, tampoco le teme a reivindicar la desobediencia civil para responder a la inacción de los gobiernos. “Sobrevivir no es suficiente”, dice en cada capítulo de Colapsonautas. Y ahora, en este diálogo con Confabulario, subraya que “el mundo va a seguir porque el fin de este mundo no es el fin del mundo. Por eso, nuestro desafío como especie no es tanto sobrevivir como construir futuros posibles donde desear vivir”.

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Crédito: La nación
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¿Cuál es el diagnóstico sobre el que trabajas para entender la crisis climática?

A ver. La ONU desarrolló dos grandes líneas de trabajo: el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) y el Panel Intergubernamental sobre Biodiversidad y Ecosistemas (IPBES). Son fotos de situación muy conservadoras, pero han tenido el valor de congregar a científicos de todos los países miembros. En 2018 el IPCC advirtió que, si superamos un aumento de la temperatura global de 1.5 grados -algo ya previsto por la propia Organización Meteorológica Mundial (OMM)-, muchos procesos ecosistémicos que mantienen el equilibrio planetario se van a romper. Son los llamados “puntos de inflexión”. Y en 2019, el IPBES dijo que el 75% de los ecosistemas están degradados, que hay un millón de especies en peligro de extinción y que este nivel de degradación se debe, principalmente, al avance de la frontera agropecuaria, la expansión de especies exóticas invasoras, la explotación de los recursos marinos y de la tierra, el cambio climático y la contaminación. Ya entre 2019 y hoy, lo que vemos es que la información científica sobre los puntos de inflexión está siendo, minuto a minuto, cada vez más devastadora.

¿Por ejemplo?

-Bueno, un caso es un informe de la NASA acerca de cómo va a afectar a nuestra especie el “efecto de bulbo húmedo”, que es una de las consecuencias del aumento de la temperatura. El “efecto de bulbo húmedo” es una condición atmosférica bajo la cual, a más de 36 grados Celsius de temperatura y condiciones de humedad que superan el 90%, un cuerpo humano no puede estar expuesto más de seis horas porque el sudor no alcanza a enfriar al organismo y colapsa internamente. Y estas condiciones se van a dar en muchos lugares del planeta alrededor de 2050. Según la NASA, el sudeste asiático, el Golfo Pérsico, la península ibérica, buena parte de la costa de India, Brasil, China y Bangladesh van a estar, en 30 años, bajo el “efecto de bulbo húmedo”. Y ese es un factor entre muchos de la cuestión climática, que en definitiva es sólo una parte de la “metacrisis” o “policrisis”, como se viene hablando últimamente en ámbitos académicos.

¿Cuál es el lugar de la crisis climática en la “policrisis”?

La cuestión climática es el patrón que da la pauta de lo que ya es irreversible. ¿Por qué? Porque con la cantidad de acumulación de gases de efecto invernadero que tenemos hoy en la atmósfera, que son más de 420 partes por millón, hay sucesos que ya son inevitables, como por ejemplo el derretimiento de los polos y todo lo que eso implica. Entonces, la cuestión climática funciona como la arena sobre la cual se deberían construir políticas del colapso. Es la puerta de entrada para hablar de todo lo demás, como el surgimiento de fascismos en este contexto, de las grandes oleadas migratorias y de la escasez de alimentos, todos rasgos de una aguda crisis social que desemboca en un colapso irreversible. Y lo que nos hace ver lo irreversible del panorama es la crisis climática. Ese es mi diagnóstico: estamos en una “metacrisis” con muchas vertientes para desandar y algunos de esos procesos ya son irreversibles.

¿Cómo imaginas el colapso?¿Sería parcial, total?

-Hay cosas que ya se están viendo. Yo vivo la mitad del tiempo en Buenos Aires y la otra mitad en la Patagonia, en un pueblo que se llama Epuyén, en la comarca andina, en el paralelo 42. Es una comunidad pequeña, de 4.000 habitantes, y en este enero entre Epuyén y Mallín Ahogado, que es un pueblo a una hora de distancia, hubo una temporada de incendios atroz. En Epuyén se quemaron 72 casas y en Mallín Ahogado más de 130. Fue un microcolapso que en realidad no es micro, porque en proporción a la comunidad de habitantes es muy grande. Lo que veo es que esos microcolapsos ya están ocurriendo. El colapso ecológico ya está en marcha.

¿Piensas más en una sucesión de microcolapsos que en un evento catastrófico global?

Actualmente vemos un patrón de inundaciones, incendios y sequías que ya no gestionamos como eventos aislados sino como normalidad. Los colapsos tienen cualidades muy territoriales, no va a pasar lo mismo en todos lados al mismo tiempo. Por ejemplo, la crisis hídrica de México también representa un patrón. Hay ciudades que se van a inundar, otras van a padecer sequías y otras van a sufrir incendios cada vez más frecuentes. Entonces, el diagnóstico global tiene que dar lugar necesariamente a análisis locales sobre cómo afecta el proceso de calentamiento a cada territorio particular.

¿Cómo llegamos a esto?

Bueno, de lo que estamos hablando es de las cualidades físicas del colapso, de aquello que se puede medir y observar. Pero lo que lleva adelante la degradación tiene razones políticas, económicas y culturales, especialmente a partir de cómo hemos organizado nuestro sistema económico.

¿La filosofía económica de crecimiento ilimitado está detrás de la crisis climática?

Yo antes mencioné los cinco factores que, según la ONU, han producido la degradación ecosistémica. Después están las emisiones de gases de efecto invernadero y, en el plano de las causas, tenemos formatos geopolíticos de organización de Estados-Nación parados sobre la ficción del crecimiento infinito, un horizonte que todos los gobiernos anhelan a pesar de que el crecimiento del PBI y su trasfondo extractivista va en contra de todo lo que hay que hacer para mantener los límites planetarios dentro de cierto equilibrio.

¿El primer paso para enfrentar ese colapso inevitable es el cambio político?

-Bueno, el colapso nos presenta la siguiente paradoja: si no paramos la rueda económica tal como viene girando, la biosfera colapsa en pocas décadas, pero si paramos la rueda mucha gente se cae del sistema y el ritmo del colapso gana velocidad. Esta paradoja nos pone en un callejón que no es sin salida pero al que no se le está encontrando respuesta, sobre todo de manera global.

¿Cuál es el lugar actual del activismo ecologista en esta coyuntura?

Lo que yo veo es que a las propuestas de acción directa del activismo se le sumó algo que tiene que ver con la contención casi diría que psicológica. Cada vez nos toca más recoger las sensaciones de quienes llegan a lo que yo llamo “conciencia de colapso”, en muchos casos a partir de una tragedia climática -una inundación, una sequía, un deslave, un incendio- que los afecta de manera personal. Nos hemos descubierto trabajando a nivel comunidad para darle respuesta a estos fenómenos climáticos -que van a ser cada vez más intensos y frecuentes- para evitar que la salida rápida sea culpar al vecino, o al inmigrante, o al gobierno por la falta de infraestructura. Y esto no supone mantenernos dentro de cierta inercia, sino permitirnos una transformación en el rol. Porque, en el campo de lo social, el proceso de colapso va a traer condiciones de rebeliones ciudadanas más frecuentes. De hecho, es la principal hipótesis de conflicto geopolítico del Pentágono. Ya no es la Tercera Guerra Mundial, sino rebeliones internas frente a las condiciones de desigualdad que se acentúan por los eventos climáticos extremos. Entonces, si ellos están viendo que esa es la hipótesis de conflicto más probable para esta década, ya no nos corresponde tanto motorizar una rebelión sino entender que ese proceso histórico ya está en marcha. Y si eso va a ocurrir, no está mal que los activismos trabajen no sólo en la demanda de políticas del colapso sino también para reducir niveles de violencia y ayudar a transitar la “solastalgia”, que es un término del que se está hablando mucho ahora y que tiene que ver con el duelo por la desaparición del mundo tal como lo conocemos.

¿Hasta qué punto se puede confiar en la política para enfrentar el colapso?

Bueno, personalmente yo en los últimos años vengo apostando por un sistema de construcción política no partidaria y con mucho foco en las escalas locales. Porque a nivel local, cuando los microcolapsos empiecen a multiplicarse, la gente se va a plantear la necesidad de que le digan la verdad. Cuando en 2018 fundamos Extinction Rebellion, nuestra primera demanda histórica fue que los gobiernos digan la verdad. Que declaren la emergencia ecológica y climática con respaldo de la ciencia. Pero toda esa película se acabó, porque la discusión empírica la ganamos. Y la construcción política hoy se está dando en territorios colapsados, donde a la población que atravesó una tragedia le quedó claro que las causas son parte de una película más grande para la que hay que prepararse. Porque las propuestas políticas están completamente disociadas de esta situación.

¿Y qué se puede esperar de la ONU, que generó los dramáticos informes que mencionaste antes?

En esos espacios hace más de 30 años que no ocurre nada. Y el momento en el que creímos que todo cambiaba, que fue la firma del Acuerdo de París en 2015, Estados Unidos lo sepultó al año siguiente con su retirada del pacto. Ya tenemos muestras acabadas de que la ONU no es un ámbito con posibilidades de resolver nada. No sólo por la retirada y el incumplimiento de los acuerdos, sino también porque las ambiciones climáticas que presentan los países son absolutamente insuficientes con respecto a todo lo que hay que hacer. Mi lectura es que las negociaciones climáticas en las Naciones Unidas generan una falsa ilusión de progreso, en donde muchas personas creen que alguien está resolviendo el problema. Y ese placebo en este contexto de urgencia para mí es algo muy contraproducente, porque delegamos responsabilidad en ámbitos que no resuelven nada. Hay que dejar de tercerizar la esperanza.

¿Cuál es la alternativa?

-De nuevo, los ámbitos locales, que son los más difíciles, porque hay que embarrarse y dedicarle mucha energía a la gestión territorial. Son los únicos espacios que yo veo como grieta de esperanza porque, incluso cuando todo lo de arriba fracase, es donde va a existir un reservorio de “buenas prácticas” para replicar, si se quiere, a escalas más grandes. A mí eso me genera cierta esperanza radical porque ya abandoné toda pretensión de que desde arriba esto sea una agenda que importe. El valor yo lo veo en esa esperanza radical que consiste en sostener y sostener aunque ya no podamos salvar al mundo tal como lo conocemos. Un tipo de esperanza basada en una dimensión ética y en la certeza de que algo tiene sentido más allá de cómo termine.

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