La escritora Fabienne Bradu está harta del egocentrismo en la literatura, es decir, de los relatos que se limitan a hablar de la experiencia personal, por ello se adentra al juego de los impostores, de aquellos que muestran sus otros yos, por ejemplo, Matías, personaje de Luigi Pirandello que, al ser declarado muerto, aprovecha para iniciar una nueva vida o Gabriel de Guilleragues, quien difundió una ficción epistolar entre una monja y un caballero que fue tomada como verdadera.

Para la crítica literaria, las imposturas convierten el término identidad en algo lúdico, quitándole el tópico lastimero que hoy tiene para muchos creadores. Algunas lecturas que atraen a Bradu por las múltiples personalidades de sus personajes se reúnen en el libro Fabulosas imposturas (Bonilla Artigas Editores, 2024), obra que también es una defensa de la imaginación, arma que puede convertir a cualquier persona en un ser rebelde.

¿Este libro surge de un hartazgo que le preocupa?

Ese hartazgo no es de ayer, lo ubico a partir del movimiento de autoficción y después del #MeToo que acarreó muchas confesiones, unas más necesarias que otras. Mi condena no es global, no es radical, pero sí noto que en la actualidad literaria hay un exceso del yo.

Si uno piensa en el movimiento del ombliguismo (encogerse en una posición fetal mirando y protegiendo el ombligo) nos asfixiamos y perdemos, sobre todo, la imaginación. Pensé en las imposturas que son invenciones de otros yos y las vi muy gozosas porque responden a la necesidad de ensanchar el yo. Me pareció un buen contra ejercicio a la reducción del yo narcisista. Los egos a veces hablan más que nosotros o se ponen por delante o son más importantes en la vida de la crítica literaria: yo escribí, yo dije primero. Uno se cansa de eso.


La ficción de Gabriel de Guilleragues, contemplada por Bradu en su libro, inventa una historia pasional entre un caballero francés de mitad del siglo XVII que enamora a una monja portuguesa y abandona la ciudad. Ella escribe cinco cartas donde narra su desbordada pasión. Dicho relato se tomó como verdadero y se buscó la identidad de los protagonistas, despertando teorías y atribuciones dudosas (como la que apunta a una mujer de apellido Alcoforado como la autora de las cartas).

Otro impostor que retoma es Jusep Torres Campalans, pintor ficticio, inventado por el escritor Max Aub, quien habría sido no solo amigo de Picasso sino, también, el verdadero inventor del cubismo. Para alimentar el mito de su existencia verdadera, Aub realizó en un fotomontaje y también creó pinturas que terminaron en salas de museos con críticas hechas por algunos de sus amigos mexicanos: Jaime García Terrés y Carlos Fuentes.

Ignorancia, ingenuidad o maestría: ¿por qué creemos esas imposturas?

Depende del talento del constructor. El caso de la monja portuguesa conlleva un problema interesante: un hombre imaginó la pasión de una mujer. Eso se ha prestado a discusión, a dudas, de si un hombre puede colocarse en la piel de un personaje así. Pienso que sí. Otros ejemplos los tenemos con Julio Cortázar en Rayuela, él creó el personaje de La Maga y puedo casi afirmar que todos los hombres que han leído Rayuela se han enamorado de ella, sin embargo, es alguien que salió de la imaginación de un hombre.

Nos creemos las imposturas porque existe una voluntad de creer, por más que nos demuestran que la monja portuguesa es una creación literaria, veo a autores como Rilke tan empeñados en decir que ella existió y que ésa es la pasión femenina, o Philippe Sollers por mencionar a un autor más contemporáneo. Pero ¿para qué combatir con la verdad esa construcción? No sé si importe mucho la prueba.

Max Aub dijo que en la creación del pintor catalán Torres Campalans le fue mucho más difícil deshacer el entuerto que construirlo. Además, tener la complicidad de sus amigos en México fue un juego en el que se divirtieron muchísimo. Esa dimensión del juego y del goce es la que aprecio en las imposturas literarias, no me meto en las demás que son fraudes, estafas y plagios.

Aub hizo envejecer a su impostor e incluso le organizó exposiciones: ¿se trata de un desdoblamiento del autor?

Yo diría multiplicación, él se multiplica, se hace otro, otrarse diría Fernando Pessoa quien inventó esa palabra, es volverse otros infinitamente. Lo genial de Max Aub fue no solamente haber inventado la figura del pintor sino haber pintado la obra y que hubo gente que compró los cuadros, se expusieron en México, en Nueva York y después los pidieron en España.

Esos escritores, actualmente ¿dónde están en nuestras letras mexicanas? Los extraño porque creo que nos hemos vuelto demasiado solemnes y egocéntricos.

Vila-Matas ha sido señalado por retomar citas y apropiarse de la identidad de algunos escritores, ¿eso ya está asimilado?

En literatura nada está superado, cuando funciona una estratagema o una escuela o como quiera llamarlo la crítica, nunca desaparecerá. Tendemos a decir: “en poesía, escribir versos alejandrinos ya no se hace, porque el verso es libre”; pero hay quienes siguen escribiendo alejandrinos maravillosos. Es decir, no es la forma la que determinará si algo es válido o no, sino el manejo de esa forma, de utilizarla para un proceso determinado.

Vila-Matas, en ese sentido, es un maestro del malabarismo literario. Lo admiro. Su primera novela se llama Impostura y descansa en una idea muy sencilla: que el narrador de un libro no es el autor y, por lo tanto, el autor a través de su narrador comete una impostura haciendo creer que ese yo que habla en el narrador es el autor. Eso es algo que tendemos a confundir siempre, leemos En busca del tiempo perdido de Marcel Proust y decimos: “es Proust el que está hablando”, por más que él haya escrito ensayos diciendo: “no, mi yo literario no soy yo, no es mi yo biográfico, es una construcción que me contiene a mí, pero que también es ficticia”.

Esos juegos los practica Vila-Matas de una forma magistral, se le reprocha de que se apropia de frases, de citas de otros autores, que las transforma y las hace suyas, pero lo hace tan bien, con tanta libertad que es sin maldad alguna. Algunos sí se indignan porque dicen que son plagios, pero no, un plagio no corresponde a un juego, es una mala acción de apropiarse de una idea, una cita, un párrafo de alguien más.

Bradu dedica un capítulo a la novela El adversario de Emmanuel Carrère, donde el protagonista finge durante más de diez años una vida de médico hasta que, no pudiendo sostener más la mentira, mata a su familia.

¿Hay una competencia por saber quién desborda mejor la imaginación, el autor o el protagonista?

La novela partió de un caso real, de un hombre que fingió ser alguien durante 17 años, ahí el factor tiempo impresionó mucho cuando se descubrió el caso. Fingió ser un doctor que pertenecía a la Organización Mundial de la Salud, en Ginebra, y engañó a todo el mundo incluyendo sus padres, su esposa, sus amigos más cercanos y vivía pidiéndoles ahorros que él podía ubicar en inversiones favorables. Cuando no pudo sostener la impostura acabó matando a sus seres queridos e intentó suicidarse, pero se equivocó de medicamentos. Fue un juicio muy sonado en Francia y esa historia retoma Carrère.

Caemos en la anterior pregunta ¿y por qué todos le creyeron? Nadie cuestionó. La gran pregunta que se hizo Carrère fue ¿qué hacía ese hombre, en esas horas y días? Él contó que se estacionaba en las autopistas y leía. En efecto, tuvo una gran habilidad para mantener esa ficción de vida.

Es interesante la rivalidad entre la capacidad de imaginación de ese señor real para inventar y sostener su impostura y la del escritor para recrearla y tratar de entenderla. ¿Cómo un escritor se pregunta o trata de entender a otro a través de un personaje? ¿Cómo alguien que no es un impostor puede comprender el motor que hace girar la imaginación del impostor?

La obra de Carrère que no es exactamente una novela sino un relato siguiendo el juicio del impostor, nos descubre un poco todas las cuerdas de su juego y es fascinante tanto la realidad del personaje como las discusiones que Carrère lleva a cabo consigo mismo para la reconstrucción del caso. Es cierto lo que dices, es una imaginación que rivaliza con otra ¿y quién sale victorioso de ese combate? El lector juzgará.

Luigi Pirandello, autor italiano y ganador del Nobel de Literatura en 1934, es otro impostor que celebra Bradu. Escribió la novela El difunto Matías que narra la doble vida del bibliotecario siciliano Matías Pirandello que un día escapa de su pueblo y después se entera que su esposa ha declarado su muerte, oportunidad que aprovecha para iniciar una segunda vida. Ese mismo autor, en el cuento “La tragedia de un personaje”, asegura que los domingos por las mañanas recibe, en audiencias, a los personajes de sus futuras novelas.

¿Cuáles son las sutilezas que caben dentro de las imposturas?

En cada capítulo es algo que voy explorando a través de los juegos a los que se entregan los autores. Por ejemplo, en el caso de Pirandello, él recibía un día a la semana a sus personajes que llegaban a quejarse de su destino.

Lo que dice este autor, Pirandello, es que puede intervenir en el destino de sus personajes y cambiarlos, pero si llegan otros de otras novelas pidiéndole lo mismo porque su autor es malo, le están solicitando corregir fallas o torpezas de su creador. Él decía que con esos no se metía porque era cometer una intromisión, aunque daba a entender que lo podría hacer.

¿No hay un atrevimiento de jugar con esos otros yos por alguna corrección política?

Eso me parece que es otro problema moral de la literatura que no tiene que ver directamente con la impostura. ¿Qué derecho tengo de tomar a un personaje real y escribir sobre él pretendiendo reconstruirlo, pero apoyándome o ayudándome con la ficción? Ese punto ha dado pie a muchos juicios legales porque uno se puede sentir herido o vulnerado en su identidad a partir del momento en que pasa a ser personaje de una obra y producto de la imaginación complementaria del escritor.

Hay un caso que se dio entre Mario Vargas Llosa y su primera esposa. En la novela La tía Julia y el escribidor ella se ofendió por la manera en que fue retratada sin entender muy bien que se trataba de una novela de ficción, entonces replicó con el libro Lo que Varguitas no dijo, muy poco difundido. Ahí nos damos cuenta que ella tendrá razón en cuanto a su verdad, pero el talento está del lado de Vargas Llosa y la novela La tía Julia y el escribidor es una sus mejores obras, por lo que en el terreno literario pierde la verdad.

¿Por qué los autores ya no miran a la imaginación?

Todo nuestro sistema actual está interesado en convertirnos en algo uniforme y no le conviene al poder, al sistema, a los gobiernos, que la imaginación sea un arma porque entonces nos volvemos rebeldes. La imaginación despierta las revoluciones, por ejemplo, atrevernos a pensar un mundo mejor y diferente. Hoy, todo tiende a que la imaginación desaparezca. Las redes sociales ¿qué hacen? que todos veamos lo mismo, pensemos lo mismo.

Veo que todos quieren decir: yo, yo, yo. Tal vez porque nos sentimos ahogados en una especie de uniformidad y sentimos el impulso del individuo a decir: yo existo, creo que soy diferente.

La vertiente que rescato es que el juego de las imposturas nos hace sonreír, no porque tenemos que ser optimistas, no, para nada esa es mi creencia, sino que la literatura despliega todo su poder en este tipo de juegos, se vuelve un arma poderosa. Veamos todas las novelas de anticipación, George Orwell imaginó el mundo que vendría y que ahora es nuestra realidad, ¿cómo lo pudo imaginar? a través de esta arma que es la imaginación.

¿Un arma no sólo para los niños?

La imaginación no es para divertir, hay que distinguir las imposturas del mero divertimento. Mostrar que la literatura es un camino para abrir horizontes cuando en nuestro mundo actual nos quieren cerrar puertas, ventanas, nos llevan a una especie de embudo en que quieren que seamos una cosa. Hay que abrir, ventilar la vida.



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