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Las personas heterosexuales no conmemoran un día de la heterosexualidad porque esa orientación sexual, que es la mayoritaria, no les significa peligro de ser agredidas, asesinadas, despedidas de su trabajo o vivir acoso escolar desde la infancia.
Tampoco hay un “Día del Orgullo Heterosexual” porque la sociedad ha heredado una idea de la masculinidad y la feminidad como un valor supremo dentro del contexto de la sexualidad heteronormada, es decir, se nace heterosexual en un mundo hecho para ejercer esa orientación sexual sin regateos ni cuestionamientos de instituciones de salud, de justicia, educativas, o religiosas.
Dichas obviedades vienen a cuento porque cada que se conmemora el Día Internacional del Orgullo LGBTI+ algunos machines levantan sus voces para demandar la existencia del “Día del Orgullo Heterosexual”, y emiten una serie de planteamientos que van desde el derecho que tienen a visibilizar su heterosexualidad, hasta reivindicar la masculinidad y feminidad normativa heredada por el heteropatriarcado, es decir, remarcar las diferencias entre los géneros.
Algunos, con criterios de los estereotipos que dominaron buena parte del siglo XX, plantean la reivindicación de la herencia de íconos de la hombría como Pedro Infante o Jorge Negrete, y de la feminidad de divas del cine nacional que glorificaron la belleza femenina como la de Silvia Pinal o Dolores del Río.
Muchas pueden ser las respuestas a esa inquietud que particularmente manifiestan los hombres con comentarios jocosos y que reflejan más el machismo y su homofobia que el derecho de las personas heterosexuales a reivindicar, por ejemplo, sus derechos sexuales y reproductivos, que en todo caso, se inscriben en el derecho humano al libre ejercicio de la sexualidad y el amor, más allá de preferencias o gustos heterosexuales.
Esa demanda puede tener otras respuestas más realistas, una de ellas es que no se conmemora el “Día del Orgullo Heterosexual” porque las personas heterosexuales nacieron en una sociedad donde todo el sistema está diseñado en función de ellos y ellas en temas de salud, justicia, trabajo, educación y derechos en general.
A un hombre heterosexual no le va la vida por amar a una mujer, tampoco corre peligro su puesto laboral por tener una novia y expresarle su amor frente a los demás, ni mostrar su gusto por las mujeres en sus años de adolescente con la pandilla de la calle.
A una mujer heterosexual no se le niega ver a su esposo después del parto o que entre al quirófano para ser partícipe del alumbramiento de su hijo o hija, mientras que a una mujer lesbiana casada con otra mujer, se le niega ese derecho porque se asume que sólo lo tiene el padre biológico.
Los hombres heterosexuales, de hecho, festejan su heterosexualidad todos los días sin tener conciencia de ello cuando son niños o púberes y tienen una, dos o hasta tres novias. El papá, muchas veces manifiesta el orgullo a su retoño por ser noviero y le festeja su hombría con rituales masculinizantes que forzan al joven a cumplir con patrones de convivencia preestablecidos.
Es común que en el grupo de amigos de la adolescencia o juventud, o aún en la edad adulta, se respeta más a jóvenes que ligan con las niñas, a diferencia del tímido o reservado de quien se duda sobre su masculinidad, por ello, festejar la heterosexualidad es ser un todasmias o un Don Juan irreparable.
En tanto, las mujeres que cumplen con el rol femenino impuesto del recato, la sumisión, la obediencia y la responsabilidad de atender a los demás, sean padres, hermanos o hijos, son catalogadas por el machismo imperante como buenas mujeres, que desempeñan su función primigenia de entrega a los demás, muchas veces en detrimento de sus proyectos de vida.
En ese sentido, la heterosexualidad exacerbada es machista, misógina, homofóbica, lesbofóbica y transfóbica cuando raya en la reivindicación de roles de género inamovibles heredados por la visión judeocristiana del deber ser de los hombres y las mujeres. Ante esa exacerbación, lo óptimo sería que mediara la equidad entre los géneros, el derecho al placer, los derechos sexuales y reproductivos, tanto para hombres como para mujeres heterosexuales.
De hecho, pocas voces los hombres entienden que ellos también son susceptibles de derechos sexuales, creen que sólo les pertenecen a las mujeres. No sentirse acreedores a esos derechos los pone en desventaja en temas de salud sexual y los vulnera en sus vidas con enfermedades e infecciones crónicas no atendidas por su ignorancia, machismo o resistencia a saberse vulnerables.
La lucha de las poblaciones de la diversidad sexual por reivindicar su diferencia sexual radica en la vulnerabilidad que se vive por ser gay, lesbiana, bisexual, persona trans o intersexual (LGBTI+).
A ese respecto, la lucha de las disidencias se han identificado mucho con el lema feminista de “lo personal es político”, porque qué más personal que la sexualidad, los deseos o el amor, eso que es íntimo y muy personal, pero que al salir de la norma heteropatriarcal, vulnera a las personas en sus vidas, trabajos, escuela o ámbitos de convivencia social, y les puede causar la muerte tanto física como social.
En ese sentido, la heteronorma, que todo lo tiene a sus pies, no está politizada por ser lo común, lo mayoritario, lo dominante, y hay quienes insisten en decir que es “lo normal”, mientras que lo diverso en la sexualidad ha sido catalogado como una disforia, anormalidad o patología a pesar de que se ha dicho hasta el cansancio que esos preceptos están equivocados y devienen de prejuicios rebasados por la ciencia.
En todo caso, reivindicar derechos humanos que permitan la igualdad entre los géneros, las orientaciones sexuales -entre ellas la heterosexualidad-, y las identidades de género, debería ser motivo de discusión en la lógica plural e igualitaria del acceso a todos los derechos para todas las personas, sin que las diferencias sean motivos de exclusión de ningún tipo, destacando el derecho a una sexualidad libre de prejuicios, estigmas o discriminación.