En la breve autobiografía titulada De cuerpo entero, Ignacio Solares dedica varias páginas a los esfuerzos que implicó escribir Madero, el otro. Para documentar esa novela, el autor investigó a Roque Estrada, uno de los personajes que vivió más de cerca la campaña de Francisco I. Madero por la presidencia en 1910. Según varias fuentes, a raíz de su convivencia con el coahuilense, Estrada se convirtió en espiritista. Alguno de los informantes de Solares creía incluso recordar que, tras la muerte de Madero, Estrada había escrito un libro donde narraba cómo en una sesión el espíritu del presidente asesinado se habría materializado frente a él.

Conseguir ese libro se volvió fundamental para Solares. En su búsqueda acudió a Manuel Arellano Zavaleta, uno de los más acuciosos biógrafos de Madero. No tuvo suerte: el historiador le dijo a Solares que en otro momento había tenido un ejemplar del libro, pero lo había prestado y no recordaba a quién. Lo peor era que el libro resultaba inconseguible, pues sólo se habían impreso quinientos ejemplares en Madrid, en 1925. Tal vez localizando a alguno de los descendientes de Roque Estrada…

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Crédito: Imagen generada por IA
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Días después, mientras echaba a andar las pesquisas para localizar a los herederos de Estrada, Solares recibió una visita en su oficina: un tío de su esposa venía a ofrecerle un curioso libro que había comprado en la Lagunilla. Pasmado, el novelista constató que era el libro que necesitaba: Psicointimidades, de Roque Estrada (impreso en Madrid en 1925, tiraje de 500 ejemplares).“Solo por estas maravillosas, deslumbrantes experiencias vale la pena escribir”, escribe Ignacio al evocar la anécdota y agrega “porque además esto de la literatura, tan llena de sombras y de fantasmas, tanto en la lectura como en la escritura, es por momentos lo más parecido a una sesión espiritista, en lo que seguro hubiera estado de acuerdo Madero”.

Conocí ese pasaje a mediados del año pasado, pues dediqué varias semanas a releer la obra del chihuahuense. El motivo, si es que se necesita un motivo para volver a nuestros libros preferidos, es que había sido invitado por la esposa y compañera de Solares, Myrna Ortega, a escribir un epílogo a Minucias, libro que el maestro dejó preparado y que se publicaría de manera póstuma. En él, Solares compila sus preferidas entre las últimas colaboraciones que publicó en El Universal. Motivado por la idea de escribir un epílogo digno, en pocos días releí La invasión, Columbus, La noche de Ángeles y El sitio. Volví también a las entrevistas de Palabras reencontradas, a la intensa crónica que es Delirium tremens y al emotivo diálogo que sostiene con José Gordon, uno de sus amigos más entrañables, en el deslumbrante volumen Ignacio Solares, novelista de lo invisible. El problema llegó cuando quise releer No hay tal lugar, mi favorita entre sus novelas, pues no estaba en mi librero. Recordé entonces que le había prestado mi ejemplar a mi hermano.

Mi interés por citar No hay tal lugar se debía al sitio especial que esa novela ocupa en el panorama narrativo del autor. Algunos estudiosos de su obra han dividido sus novelas en dos grandes grupos: en uno estarían las llamadas novelas de lo insólito, y en otro, las novelas históricas. Sin embargo, es probable que él mismo rechazara esta división, pues con frecuencia sus libros proponen tratamientos propios del género fantástico para pasajes centrales de nuestra Historia, o nos hacen ver el peso de la Historia en el día a día. En ese sentido me parecía más útil un criterio que Solares aprendió de Octavio Paz durante los años en que convivieron en la redacción de Plural: el poeta de Mixcoac clasificaba a los escritores en autores “sin metafísica” y autores “con metafísica”. Los primeros se limitan a documentar el mundo palpable, evidente, fáctico. Los segundos, en cambio, se afanan en consignar todo aquello que no vemos, pero que también forma parte de la vida: miedos, deseos, supersticiones y sobre todo, creencias y búsquedas de fe.Vuelvo al redil: comencé la redacción del epílogo a fines de agosto, seguro de que podría terminarlo en ese mismo mes. No obstante, a fines de septiembre seguía trabajando: puliendo aquí, cortando allá, añadiendo más allá. Como fecha de cierre me impuse el 15 de septiembre. Dos días antes debía viajar a mi natal Coahuila para participar en la Feria Internacional del Libro que cada año se celebra en Arteaga. Me dije que aprovecharía esos días para encerrarme a escribir.

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Así lo hice: el viernes 13 de septiembre salí del hotel sólo para participar en las actividades que tenía programadas en la feria. De paso para la sala donde me tocaba presentar, llamó mi atención un ejemplar en un pabellón de libros de segunda mano. Se trataba del Tomo II de la Obra Literaria de José Revueltas, publicado en 1967. Le pregunté al librero si acaso tenía el Tomo I, y me respondió que sí. Tras buscarlo unos minutos, no pudo localizarlo. Con el tiempo encima respondí que volvería al día siguiente y memoricé el nombre del negocio: “El desván de Don Quijote”. El asunto es que dediqué todo el día 14 a concluir el epílogo pendiente. A punto de terminarlo, me di cuenta de que aún me faltaba abordar el conflicto central de No hay tal lugar, pues mi hermano no me había devuelto mi ejemplar. Irritado, le envié un mensaje por WhatsApp diciéndole que esa noche le llamaría por teléfono para que, a distancia, me ayudara a consultar la novela. Ni siquiera esperé su respuesta, pues tenía el tiempo justo para llegar a la Feria.

Concluidos los compromisos del día, recordé que había prometido volver por la Obra Literaria de Revueltas. Sin muchas esperanzas, me acerqué al quijotesco desván. El dueño de la librería, Don Macario Zamora, estaba atendiendo a otro cliente. Con una seña me pidió que esperara. Entonces lo vi: sobre la mesa, en mitad de una torre de novelas, hallé un ejemplar de la primera edición de No hay tal lugar. Imaginen mi sorpresa al ver, en la primera página, la siguiente dedicatoria de puño y letra del autor, fechada veinte años antes: Para Vicente, desde el lugar de la amistad, Ignacio.Solo por estas maravillosas, deslumbrantes experiencias, vale la pena escribir.

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