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Es probable que la escritora española Sara Mesa piense que 2023 ha sido, en lo profesional, un buen año: su novela La familia, publicada por Anagrama, ganó el Premio Cálamo en la categoría Extraordinario y el Andalucía de la Crítica, y, durante las últimas semanas, ciertos medios se han dividido entre los partidarios y los detractores de la adaptación que Isabel Coixet, una de las cineastas que más eco ha hallado fuera de España, hizo de Un amor, otro de los libros de Mesa.
Las reseñas y los premios han sido generosos con ella de alguna forma: la traducción italiana de Un amor, por cierto, fue finalista del celebrado Premio Strega y, si uno se remonta en su trayectoria, prácticamente cada una de sus novelas ha recibido grandes elogios: Cicatriz ganó el Premio Ojo Crítico de Narrativa en 2015; Cuatro por Cuatro llegó a la terna de finalistas del Herralde en 2012 y fue un punto definitivo para proyectarla a nivel internacional; Un incendio invisible ganó el Málaga de Novela en 2011.
Si alguien tuviera que hacer el canon contemporáneo de narradoras en español, su nombre sería inevitable. Sobre su novela más reciente, puede decirse que es una disección de la estructura medular que se sirve del autoritarismo y la sumisión; aquella en la que está el origen de esa especie de panóptico mental que vigila siempre y crea las opresiones futuras a las que cada quien se ceñirá: la familia.
Quienes han seguido su trayectoria reconocen, además, su estilo conciso, breve y limpio, así como las afinidades de la escritora —enlistadas por ella en más de una entrevista— con ciertos narradores estadounidenses, centroeuropeos y latinoamericanos contemporáneos. Al seguirle pista, los nombres de Dostoievski, Kafka y Camus son referentes de su nómina y se empalman con inquietudes precisas que deja ver: la turbulencia que vive el hombre enfrentado contra la masa, a contracorriente de lo colectivo; la alienación y el confinamiento, y la estructura que dan las instituciones — la familia, hay que repetirlo, como el corazón amenazante de las estructuras de poder.
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Contrario a lo que algunos lectores podrían pensar, estas inquietudes no necesitan escenarios remotos para insertarse en la trama de sus novelas. La cotidianidad del hogar en el que viven un padre y una madre en compañía de sus tres hijos y su sobrina, por ejemplo, es la llave de entrada para bucear en un enajenamiento particular: el de los secretos, las dobles vidas, la contradicción y la ambigüedad, coronados por la soledad y el autoritarismo que cuatro paredes resguardan.
Parafrasear una cita del novelista austriaco Thomas Bernhard, con quien, por cierto, Mesa no esconde sus afinidades, podría explicarlo mejor: el escritor tiene uno o dos temas, que desarrolla durante su vida y lo llevan al límite. En entrevista, Mesa aborda cuál es el origen de La familia y de las inquietudes medulares que allí expone particularmente; su manera de entretejerlas; los ineludibles puntos de coincidencia entre la escritora y Kafka; las relaciones de poder; la ya citada película de Coixet y una nueva recapitulación de su nómina personal de narradores.
¿Cuál fue tu intención a la hora de escribir este libro? Digamos, desde qué ángulo, distancia o tiempo quisiste tratar el tema de la familia: su mirada especial.
Quise abordar la historia desde una mirada no totalizadora, desde la voluntaria incompletud. La estructura tiene mucho de caleidoscopio, de álbum de fotos. Están esas piedrecitas, esas imágenes, y combinadas forman algo mayor, pero no se trata de un puzzle, de una visión final clara y contundente. Esto no es más que el reflejo de la realidad de cualquier historia familiar, que cada miembro te contará de una manera.
¿Qué tanto hay de su propia familia detrás de esto?
Puede deducirse que no es un trabajo de imaginación pura, lo que cuento está inspirado en vivencias y experiencias propias. Pero no me parece interesante detallarlas. Hay un importante trabajo de construcción de ficción alrededor, como una araña tejiendo su tela; yo defiendo más ese trabajo que la supuesta verdad autobiográfica de base.
Le interesa sacar a los personajes de su zona de confort. Eso es algo valioso cuando se cuenta una historia, ¿pero hacia dónde se dirigen ellos (y usted misma) al entrar a un territorio nuevo?
Mis personajes no tienen zona de confort. La están buscando todo el tiempo. Sienten siempre una marcada insatisfacción con su vida, un desajuste, su espíritu no encuentra acomodo en lo que les rodea, tienen un marcado deseo de libertad y, en algunos casos, de creación, pero no suelen realizar el diagnóstico, no saben el origen, no saben la solución, por eso suelen ir dando tumbos.
Le interesa mucho la doble vida, el autoengaño, la sombra que cada uno es incapaz de ver. ¿Cómo funciona esta dicotomía en su narrativa?
El conflicto de las dobles y hasta triples vidas tiene relación con lo anterior, con esa búsqueda y la insaciable curiosidad que tienen mis personajes, que se equivocan muchísimo, pero que nunca se conforman. Para mí, la doble vida es la representación de la escisión entre dos maneras de ser: lo que se es en el sentido de lo que se cree o desea ser, y lo que se es desde la mirada de otros. Volvemos al conflicto entre el individuo y el grupo.
¿De dónde proviene el interés que en su obra tiene la alienación? Me refiero tanto a las influencias literarias, uno podría pensar en Kafka de inmediato, como a las circunstancias de su vida, su historia individual y familiar.
En cierto modo, el planteamiento de la pregunta ya ofrece la respuesta. Hay un doble origen en este interés: literario (influencias más o menos directas) y vital (biográfico), lo que, en último extremo, es el mismo origen. No me interesa el aislamiento como material literario de forma abstracta, todo se nutre siempre de lo concreto experimentado (sentido, leído…).
También su interés por las atmósferas opresivas podría remitir a Kafka y otros autores. Disculpe la insistencia con Kafka, pero quizá se vuelve inevitable porque el tema de la familia tejió en él toda una estructura alrededor de las relaciones de poder.
A mí me atrae muchísimo el universo de Kafka, es un autor de referencia, pero desde la certeza de que a Kafka no se le puede seguir, es inimitable. La visión que tiene Kafka del mundo, de la relación entre individuo y grupo, de la opresión de las instituciones (familiares, sociales, políticas) es absolutamente contemporánea y por eso me fascina. Y hay otros libros míos (pienso en Silencio administrativo, que es un ensayo sobre burocracia) en donde esta presencia de lo kafkiano (en el sentido literario, no en el popular) es muy evidente. En todo caso creo que siempre será una influencia más temática que formal, porque, como digo, el estilo de Kafka es un estilo sin escuela ni continuidad, es tan único que empieza y acaba en él.
¿En La familia hay un intento deliberado de hacer algo cercano a un Bildungsroman (novela de aprendizaje) o esto es una lectura forzada?
No lo tengo muy claro, por su estructura coral. Esta concepción de la historia de aprendizaje o tránsito del mundo infantil al mundo adulto podría aplicarse quizá a algunas de las historias-capítulos que forman el libro (pienso por ejemplo en Todos los patos y los peces juntos o Aquí en siete fragmentos), pero no lo veo tanto para el conjunto.
Se ha estado hablando mucho de la reciente adaptación que Isabel Coixet hizo de Un amor; se dice que es fidedigna, ¿qué opina?, ¿cree que Coixet y usted hablan el mismo lenguaje narrativo?
Por supuesto que no hablamos el mismo lenguaje narrativo, de ahí la gracia y el interés de la adaptación. Mi lenguaje es literario (y Un amor es un libro en el que el peso de la palabra es central, se reflexiona mucho sobre el lenguaje, la protagonista es traductora) y el de Coixet es cinematográfico, donde entran muchos más elementos, lo visual, lo sonoro, etc. En este sentido, agradezco que no haya hecho uso de la voz en off, tan frecuente en las adaptaciones. Eso sí, las dos compartimos el impulso de no complacer. La historia es incómoda y la adaptación al cine no la ha buscado suavizar.
Pregunta difícil y cliché, ¿cuáles son los libros que más le gustan?
Me es difícil hablar de libros, necesariamente pienso en autores, porque me interesan sus visiones en conjunto, cuando un autor me gusta me lo leo todo, hasta lo más marginal. Así que diré Kafka, Flannery O’Connor, J.M. Coetzee, Alice Munro, Fleur Jaeggy.
Leí que su próximo proyecto tiene que ver con la burocracia.
Es una novela narrada en primera persona, que es algo bastante inusual en mí. Y pretende retratar el mundo de la administración contemporánea visto desde dentro, es decir, desde la mirada de la funcionaria.
Una curiosidad, ¿cuántas horas escribe al día? ¿Cuál es su ritual, por llamarlo de alguna manera?
Va por rachas, como oleadas de trabajo. Cuando estoy muy inmersa en un libro, escribo a diario, los siete días de la semana si es posible, no tanto por una cuestión de cantidad (más de cuatro o cinco horas al día es insostenible para mí) como por la continuidad. Pero suelo dejar reposar los borradores sin tocarlos durante intervalos de 2-3 meses, y entonces, sobre todo, leo. Escribo rápido pero después corrijo y tiro mucho, de modo que avanzo más bien lentamente.