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La confesión, género literario, de María Zambrano, habla sobre el tránsito de la era de la verdad a la era de la sinceridad: “Y, como los hechos siempre están aislados, se pretendió entonces que la verdad se hiciera dispersa. / Y así, la exigencia de verdad vino a ser substituida por la exigencia de sinceridad; ‘sinceridad’ que hace referencia al individuo, y en el que se quiebra la verdad. Y dentro de esta sinceridad de los descubridores del relativismo, cada vez cabía menos la verdad” (María Zambrano. La confesión: género literario. En Obras completas ii. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2016 [1941-1943], p. 76).
Estas palabras, escritas en plena segunda conflagración mundial, hace ya más de ochenta años, nos dan hoy un antecedente –tal vez el primero– del desprecio a la verdad que se advierte en diversos escenarios políticos y, en general, ámbitos públicos.
Buscar lo verdadero más allá de lo puramente sincero, asediar lo objetivable más allá de lo transmisible, esforzarse por lo intersubjetivo más allá de lo subjetivo, son razones de ser de la investigación científica en todos los ámbitos.
Preservar archivos, bibliotecas, hemerotecas se vuelve una tarea decisiva para la memoria.
La Universidad Nacional Autónoma de México tiene entre sus misiones la conservación de una parte significativa del patrimonio del país, que es –en más de un caso– patrimonio de la humanidad.
La Universidad ha contado desde hace más de diez con un seminario que se encarga del estudio del patrimonio. El patrimonio puede ser arqueológico, antropológico, arquitectónico, artístico, biológico, étnico, lingüístico, literario.
El Instituto de Investigaciones Filológicas rescata lenguas y obras completas, archivos y otros legados.
Gustavo Jiménez y Gabriel Enríquez son especialistas en novela corta. Jiménez ha rescatado y editado maravillosas novelas de Amado Nervo. Desde otras instituciones (la Universidad Veracruzana y la Universidad Autónoma de Tlaxcala), Alfredo Pavón ha hecho esfuerzos para rescatar y analizar el cuento mexicano. Otro estudioso, antologador y practicante del cuento es Jorge A. Abascal, quien egresó de la Universidad Iberoamericana de Puebla y ha sido editor, conductor de talleres de creación literaria y consejero en la Embajada de México en Italia y ante el Vaticano y es hoy ministro y director del Instituto de Cultura de México en la Embajada de México en España.
He leído con gusto su libro Dolorosa y otros cuentos, editado por la Secretaría de Cultura de Veracruz y aparecido en 2024.
La literatura es un espacio que nos regalamos para jugar con la imaginación, la ficción, la sinceridad, la verdad, la posibilidad, la probabilidad. Los cuentos de Jorge A. Abascal trastean distintos registros y tradiciones. Van del realismo del texto inaugural, “Dolorosa”, y del segundo, “Marero”, y tercero, “Bruma”, a la fantasía de textos como “Muriel, mi sombra”, “Fátima” y “Ogresa”.
Elaborar una antología exige, entre otras, habilidades editoriales. Como antologador y editor que es, el autor de raíces veracruzanas sabe darle a su libro una estructura que en sí misma es generadora de sentido.
¿A qué me refiero? La literatura –teoría y práctica– lo sabe: no son lo mismo significado y sentido. El significado se alcanza con lo que queremos decir y alcanzamos a decir; el sentido abarca al significado e incluye el modo, la forma, la estructura, el estilo: todos los elementos del texto y de su entorno inmediato son susceptibles de generar sentido. La capacidad para encontrar sentido más allá del significado es innata en el ser humano y se detecta en otros géneros y discursos, como el político y el publicitario; pero es en las artes –señaladamente en la literatura– donde esa aptitud se realiza de manera plena.
Pues bien, Dolorosa y otros cuentos transita del realismo inicial al mundo fantástico de las partes subsiguientes. Parecería ser como si el autor nos sugiriera que, dada la crudeza de la realidad imperante, será mejor construirse mundos paralelos… donde, ¡ay!, a la larga las cosas no tienen por qué ser más benignas, más tranquilizantes.
La primera parte se llama “De aquí, de ahora” e incluye los tres cuentos señalados. Abascal da relevancia al viaje como un encuentro con uno mismo; tal vez por eso sus personajes se mueven constantemente o esperan a quien se mueve.
Las relaciones de pareja son un eje en el libro. Y del amor al desgarramiento puede haber un paso. Suele haber un paso. La protagonista de “Dolorosa” debe elegir entre su marido y su hijo casi recién nacido.
El protagonista de “Marero” padece los efectos de la maldad paterna. Allí ocurre una de las escenas más fuertes del volumen: el padre degüella a la madre enfrente del hijo. El muchacho no construirá una estructura psíquica sana y se convertirá en parte de las pandillas que azotan regiones enteras de Centroamérica. Se llama Winston y pronto llega a Acapulco. Su nombre, irónico, no lo ayuda a ser un héroe de ninguna guerra mundial; tampoco le impide inmiscuirse en una guerra: la de control de territorios en la antigua Mesoamérica. La experiencia nos enseña reiteradamente que allí donde falla la justicia institucional se alza la justicia por propia mano, muy cercana al primitivo ojo–por–ojo, al retrógrado diente–por–diente: Winston busca a su padre para vengar a su madre.
“Bruma” nos presenta a otro muchacho, él con mejor posición económica que Winston y con familia tan bien avenida –el padre y la madre se aman, se acompañan– que caen en otro extremo: el muchacho es ciego y viaja en el yate de sus progenitores durante la última travesía. El padre muere en altamar y la madre se concentra en el largo velorio. El joven invidente deberá conducir el yate a buen puerto.
Miguel de Cervantes escribió El Quijote y contuvo así el exceso de fantasía en las novelas caballerescas. Jorge Luis Borges escribió su obra, entre otras razones, para contener la sobredosis de realismo en que se ahogaba la literatura argentina.
Jorge A. Abascal combina realismo y fantasía en una alternancia que observo en otras voces del cuento, como Ana García Bergua –cuyo Leer en los aviones juzgo un libro muy sólido– y Socorro Venegas –autora de La memoria en donde ardía, que contiene páginas de antología.
Precisamente de antologías hay que hablar. Durante el siglo xx, las literaturas en México carecieron de grandes historias (ahora tenemos aquella que realizó la Universidad Nacional) y tuvieron grandes antologías.
No sé cómo estamos ahora al respecto. Sería oportuna una antología del cuento mexicano contemporáneo a cargo –¿por qué no?– del Fondo de Cultura Económica o de otra importante institución. Allí merecería presentarse como paradigmáticos textos de Jorge A. Abascal, de Ana García Bergua, de Socorro Venegas, entre otras voces.
Como en el siglo xx, ¿una antología contribuiría a un mejor conocimiento y valoración de nuestras letras? Tal vez. Por su riqueza, su variedad de temas y de formas, su constancia, su calidad, el cuento mexicano es un valor notable en nuestro patrimonio vivo.