En Tipos de gentileza (Kinds of Kindness, Irlanda-RU-EU-Grecia, 2024), proliferante film 8 del quasi oscareado director griego ateniense de superculto apenas en la cincuentena Yorgos Lanthimos (Diente de perro 09, Pobres criaturas 23), con guion suyo y de su intermitente colaborador Efthymis Filippou, se escalonan tres largos segmentos intrincados pero muy esclarecibles: (1) el obsecuente empleado Robert (Jesse Plemons lastimoso) se encuentra dominado en todos los órdenes de su vida profesional e incluso la íntima con su cónyuge Sarah (Hong Chao), por su abusivo jefe y amante Raymond (Willem Dafoe), pero cuando el hombre a riesgo de su seguridad es obligado a chocar su auto para matar a un tal RMF (Yorgos Stefanakos), fracasa y, al conminársele a intentarlo de nuevo, se rebela, es expulsado de su empleo y grillado para conseguir otro, su mujer se desaparece al serle decomisada su valiosa raqueta fetiche y revelada la falsedad de sus abortos presuntamente espontáneos, por lo que el buen Robert trata de consolarse con cierta bella de bar Rita (Emma Stone sensual) que resulta controlada también por el implacable Raymond, entonces el infeliz Robert atropella varias veces con su auto a la víctima señalada y se refugia en brazos de un trío sexual al lado de Vivian (Sarah Margaret Qualley), la enigmática esposa del caligulesco Raymond y éste, satisfecho de haber doblegado al renuente empleado sumiso; (2) el luctuoso policía Daniel (Jesse Plemons afligido) apenas medio se consuela de la desaparición de su amada esposa la bióloga marina Liz (Emma Stone rubia cariñosa) viendo los videos del sexo grupal que practicaban con amistades cercanas, pero al ser hallada viva la mujer en una isla, el hombre es ahora asaltado por la duda acerca de su identidad, a causa de unos pies demasiado grandes, conductas anómalas y su voraz consumo de chocolate, por lo que, tras platicarle ella un sueño traumático donde los perros dominan a los humanos obligándolos a nutrirse sólo con chocolates, el buen Daniel se desquicia, balea a un detenido, es separado de su cargo y, ahíto de antipsicóticos, exige a su presunta esposa automutilarse para saciar su hambre, primero cercenándose un dedo, a lo que ella accede, y luego el hígado, muriendo exacto en el momento en que reaparece la verdadera Liz, extraordinariamente amorosa con el expolicía; y (3) la enérgica comisionada de una opulenta secta de culto plurisexual Emily (Emma Stone asertiva al exceso) busca desesperadamente junto con su colega Andrew (Jesse Plemons impertérrito) a una joven con hermana gemela difunta que además tenga el don de resucitar a los muertos, fracasa con otra candidata en plena morgue, es drogada y ultrajada por su exmarido Joseph (Joe Alwyn) en una inofensiva visita a su hijito común, se le declara contaminada y se le expulsa de la secta que preside el sexclusivista anciano Omi (Willem Dafoe retorcido) a punto de inaugurar un yate de superlujo, y por fin es contactada por una misteriosa joven Rebecca (Sarah Margaret Qualley) que se suicida en una piscina sin agua para que su idéntica hermana gemela veterinaria reanimadora de perros Ruth sea elegida como la resucitadora buscada, lo que enardece a Emily al grado de matar en un choque al hallazgo imposible de su búsqueda pulsional.

La búsqueda pulsional está constituida por un heteróclito tríptico de historias descabelladas desde sus nombres mismos (“La muerte de RMF”, “RMF está volando”, “RMF come un sándwich”) que coinciden en el hipotético punto referencial de cierta víctima propiciatoria llamada RMF (que en el segundo segmento aparece sólo como un incidental piloto de helicóptero), e interpretadas por la misma quinteta de actores protagónicos en papeles cambiantes, tejiendo distintos nudos conflictivos, aunque siempre de manera desconcertante y provocadora, pues lo que importan son las sorprendentes mutaciones al exterior y al interior de tres fábulas modernas, un poco a lo Wes Anderson (La crónica francesa 21 o La maravillosa historia de Henry Sugar 23), el paso de (1) una vivisección psicológica sobre las relaciones de poder, dominio y sometimiento límites y prefigurados, a (2) un relato kafkiano sobre la suplantación de identidades, dominio y canibalismo o autofagia transferida afectiva, y a (3) un cuento filosófico sobre el misticismo, la fe ciega y la exigencia distorsionante, tres artefactos narrativos en torno a la crueldad innata como la itinerante de Pobres criaturas, pero esta vez hasta los extremos de la vesania (moral, descompuesta) y la sevicia (gélida, turgente).

La búsqueda pulsional convoca e incluye dentro de su grandilocuente espejo oscuro, como ya va siendo costumbre en la angustia narrativa de Lanthimos, a la comedia negra absurdista, a la parábola trágica y al teatro de la crueldad post-Artaud, donde la muerte recalcitrante termina en catástrofe corporal para tres mutilados de la voluntad, delirando entre todos, más que escanciando o analizando, las paradojas éticas y sociales, o hasta sectarias religiosas y políticas inmediatas, de la bondad inhumana demasiado humana y la gentileza humana demasiado inhumana, en medio de hieráticos planos abiertos despersonalizantes del fotógrafo exquisito Robbie Ryan con flashbacks y onirismos en blanco/negro propositivamente guiñolesco, una edición solemne de Yorgos Mavropsaridis que no teme a las sobreimpresiones espectrales y un puñado de insólitos puntos musicales a cuentagotas de Jerskin Fendrix que van de la simulación de una torpe práctica pianística al enronquecido émulo coral a lo Meredith Monk de la prehistórica música de los dólmenes.

Y la búsqueda pulsional no ofrece una conclusión sino tres, una por cada cierre con elenco actoral de los segmentos: (1) los cuerpos fornican a rabiar, (2) los distópicos perros dominantes engullendo y tragando satisfechos, y (3) el resurrecto RMF derrama sobre su camisa salsa de un sándwich cual sangrienta burla al espectador desprevenido, si bien insaciable.


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