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En La sustancia (The Sustance, RU-Francia-EU, 2024), perturbador segundo film de la autora total parisina también TVserialista de 48 años Coralie Fargeat (primer largo: Venganza17; cortos previos: El telegrama 03 y Reality+ 14), mejor guion en Cannes 24, la querida protagonista de coreográficos TVejercicios aeróbicos matutinos Elizabeth Sparkle (Demi Moore rediviva) se dispone a celebrar a solas su cumpleaños 50 tras estampar sus manos en una estrella de la ruta de la fama, cuando por azar sorprende en el mingitorio masculino a su eternamente histérico jefe Harvey (Dennis Quaid provecto crispado) hablando por celular sobre su proyecto de relevarla por un prospecto femenino más joven, queda trastornada, choca su automóvil y sobrevive ilesa, pero en el hospital ya cuenta con el contacto y pronto con el kit de un remedio quirúrgico tan inesperado cuan fabuloso: generar la mejor versión joven y perfecta de sí misma gracias a una fantástica sustancia inyectada por partes en un callejón inmundo que hace surgir de su cuerpo bipartido y abandonado en el suelo, a la magnífica y arrolladoramente bella Sue (Margaret Qualley), que la supera, suplanta con creces y le arrebata sin esfuerzo ni dificultad su empleo televisivo y el manipulado rating de su éxito masivo, para disfrutar con insaciable liquidez la gloria, el entusiasmo popular, el emplazamiento a figura suprema para el TVfestejo de Año Nuevo, el doblegamiento pinceseductor del vecino y el gozo sin tregua ni medida erótica de guapos sensuales, aunque hay el terrible problema de tener que rotar con el desechable cuerpo envejeciente original de ella misma, una semana una y otra la otra, lo cual provocará conflictos, anomalías corporales y espeluznantes trastornos a causa de la tardía o distorsionante aplicación de las inyecciones constringentes que acabarán saboteando y destruyendo a esa inusitada pero egoísta al delirio versión perfecta.
La versión perfecta se revela de inmediato y de principio a fin (o fines) como un cine del cuerpo que reflexiona sobre su envoltura carnal, cuestiona los draconianos estándares de belleza física y ante todo se expande en la corporización repetitiva del espacio, laberintos alegóricos pasadizos en visión frontal losetas de baño, ranuras en la espalda, huevos fritos como leitmotiv metafórico, el cuerpo y Demi Moore soportando y ungiendo masoquistamente hasta su propia fiebre devastadora, el cuerpo y la ya transformista vertiginosa y apabullantemente hermosa Margaret Qualley de Tipos de gentileza (Lanthimos 24), el cuerpo en las abismales imágenes rutilantes del fotógrafo Benjamin Kracun, el cuerpo en los estremecimientos producidos por la música altisonante de Raffertrio, el cuerpo en las oquedades elípticas originadas por el montaje de pronto acelerado y enloquecido de los editores ahítos de atracciones eisenstenianas Jerome Eltabet y Valientin Férron más la realizadora, el cuerpo y sus límites, el cuerpo femenino y sus miedos y aberraciones, el cuerpo eminente inminente y su vocación gorgónica innata amplificada por la hipertecnología clínica futura, el cuerpo y la renovable traslación visionaria del stevensoniano apólogo filosófico de El hombre y la bestiavuelta La mujer y la bestia ¿pero cuál es cuál?), o bien, el cuerpo y “el deseo por todo lo que puede saberse sólo con la imaginación”, el cuerpo en la arremetida “contra los intentos con ánimo totalizador ejerciendo una intimidad retroactiva a la cual anticipa”, o el cuerpo elegiaco que “encuentra cumplimiento en el lugar contrario a donde quería llegar: el pensamiento de la nada”, diría el poeta ensayista uruguayo extremo Eduardo Espina y su Poesía del Deslenguaje.
La versión perfecta se sitúa en la encrucijada y callejón sin salida entre la fantasía, la ciencia-ficción, el horror y la parodia/autoparodia para mejor abrevar de sí misma, como metafísica pura, contrahecha e infecta, a través de la identidad disyuntiva, del perpetuo y quasi exclusivo monólogo inarmónico y rabioso e inconciliable de Lizzie-Sue entre sí y consigo misma, la existencia compartida intermitente (con tributo a Los días en que no existo de Fitoussi 02), la asquerosidad de una épica-lírica negativa y visceral (meced a un oportuno predispuesto y ajustado bombástico diseño de producción de Stanislas Reydellet), la náusea existencial identitaria y la vejez maldita.
La versión perfecta se encuentra lastrada, desequilibrada, sobrecargada y ridículamente revestida en su media hora última por un grandilocuente e inflado alargamiento meramente espectacular, pese a sólo narrar la postrer transformación metamórfica de la heroína doble, ya unificada aunque todavía bipartida, en su fatal e irreversible versión monstruosa, en varios monstruos sucesivos, gratuitos, cada uno más grotescamente derretido o desparramado que el anterior, y su fracaso terrorífico en el show de Año Nuevo, desde su absurda irrupción disfrazada con un cartel de tronco entero, hasta su pavorosa desintegración maleable final, episodios acaso resumibles con mayor eficacia en unos cuantos minutos, lo cual pone de manifiesto la debilidad y el abuso expresivo del film en su conjunto y de su lenguaje genérico en particular: estética de videoclip, retórica del exceso, personajes unidimensionales lindantes con la caricatura, pobreza discursiva, abstracción forzada, al contrario del cine truenacocos de los patriarcas fílmicos del género de horror corporal (Cronenberg, Lynch, Peele) o sus cultivadores franceses (el Carax de Holy Motors 12 y Annette 20, la Julia Ducournau de Titane 21), y sin necesidad de igualar la sublime subliminalidad a lo Raúl Ruiz de cuatro o cinco planos expeditivos con wellesiano gran angular.
Y la versión perfecta culmina con la repelente y residual mancha de sangre de la belleza inmarcesible sobre la estrella de la fama, antes de que la callejera máquina barredora en aplastante visión cenital le pase por encima en esta neosalomónica vanidad de vanidades.