Más Información
Con banda y canastas de frutas reciben a Sheinbaum en la Mixteca de Oaxaca; “llego con el corazón vibrando”, expresa
Comité Legislativo puede hacerse cargo de trabajo inconcluso: Morena; TEPJF puede dictar medidas de apremio contra PJ
Mexicanos sostienen la economía de EU, asegura Sheinbaum; “son lo que son por el pueblo trabajador”, expresa
Sheinbaum designa a Lázaro Cárdenas Batel para nueva Comisión en la Mixteca; atenderá a pueblos originarios
“La antigua alianza ya está rota; el hombre sabe al fin que está solo en la inmensidad indiferente del universo de donde ha emergido por azar. Igual que su destino, su deber no está escrito en ninguna parte. Puede escoger entre el reino y las tinieblas”, escribió famosamente Jacques Monod en El azar y la necesidad. Ensayo sobre la filosofía natural de la biología moderna, en un libro que en 2020 cumplió cincuenta años de haber aparecido y fue leído, entre los humanistas, como el correlato científico de El mito de Sísifo (1942), de su amigo Albert Camus, ampliando a las ciencias biológicas la esfera de influencia del existencialismo.
Con motivo de ese aniversario, El Colegio Nacional convocó a algunos de sus miembros, presididos por el neurofisiólogo Pablo Rudomín a escribir El azar y la necesidad. Cincuenta años después (El Colegio Nacional, 2024), que coordinado por Ruth Guzik Glantz, incluye colaboraciones de los siguientes colegiados: la astrofísica Susana Lizano, la viróloga Susana López Charretón, el biólogo Antonio Lazcano Araujo, el astrónomo Luis Felipe Rodríguez Jorge, la bióloga Julia Carabias Lillo, el físico Alejandro Frank, la lingüista Concepción Company Company, la psicóloga María Elena Medina–Mora, el lingüista Luis Fernando Lara y el escritor Juan Villoro, junto a sus invitados.
Como es frecuente en los libros colectivos, en éste hay capítulos para todos los gustos y de diferente nivel, dada la enormidad del tema y las dimensiones del trabajo de Monod (1910–1976), quien obtuviera el Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1965, compartido con François Jacob y André Lwoff. Así, vamos desde la pregunta de Lizano de si el universo responde a una necesidad a la obligación epistemológica plantea por Francisco Hernández Lemus de transformar la ignorancia del científico como el camino que va del azar al conocimiento, a aquello que Alexandr Oparin definió y Monod prefirió ignorar, según Lazcano Araujo, sobre la totalidad del sistema biológico partiendo de la base de que “la prehistoria” de la vida en el planeta es “más abstracta que la historia”.
Entre las tinieblas y el reino, López Charretón y Rodríguez Jorge, prefieren el reino del optimismo, ya sea sobre el avanzado conocimiento actual sobre los virus o sobre la posibilidad creciente, apuntada por Rodríguez Jorge de que los exoplanetas, recientemente descubiertos, reúnan las condiciones para generar vida. Frank festeja la derrota del antropocentrismo que significó El azar y la necesidad, proponiendo la “teleomanía”, aquello que derivado de la historia evolutiva posee objetivos, pero no un plan preconcebido, así como la persistencia del mecanismo de Lamarck de los caracteres adquiridos o del falso retorno del animismo adjudicado a la teoría de James Lovelock de una Tierra autoregulada.
Company Compañy muestra la empatía del azar y la necesidad con la gramática histórica, siendo caprichoso (azaroso), por ejemplo, que la p haya de desaparecido de “septiembre” en México y en España, pero no en la Argentina y en Uruguay, mientras que “psalmo” y “obscuro” perdieran la p y la b, pero psicología conservó su primera letra. Otro lingüista, Lara, cree que la teomanía de Monod es esencial a la hora de construir una “teoría integral de la facultad del lenguaje”. Medina–Mora, a su vez, entiende en la adicción a las drogas una combinación justa, aunque fluctuante, del azar y de la necesidad, mientras Carabias contrapone El azar y la necesidad frente al creacionismo, anecdótico cuando Monod murió y hoy otra de las pandemias oscurantistas que padecemos.
Liliana Weinberg reivindica a Monod, con justa razón, como uno de los grandes ensayistas del siglo pasado, por haber entendido que trabajaba, en un género, el ensayo, donde “el destino se escribe a medida que se cumple, no antes”. Villoro, finalmente, cree en la novela como la gran refutación del azar, aunque acepta la paradoja que, como lo sabe el novelista, ese azar va creando una necesidad cuyo respeto es normativo para hacer verosímil una narración.
No puedo sino leer las páginas finales de El azar y la necesidad con un poco de tristeza. Monod, quien fuera militante del Partido Comunista hasta el caso Lysenko, el momento estelar de la intromisión estalinista en las ciencias y después simpatizante del movimiento estudiantil de 1968 en París, no deja de ser un hombre representativo de las llamadas, allá, las tres gloriosas décadas posteriores a la Segunda Guerra mundial, cuando parecía que la ciencia y la paz volverían a regir. Esa oposición que Monod hace entre las tinieblas anticientíficas y el reino de la verdad, con veinticinco años del siglo XXI a cuestas, tal parece que las va ganando lo tenebroso.
Esa ética del conocimiento por la que apostaba Monod no sólo ha sido cuestionada gravemente por la difusión, gracias a las redes sociales, pero no sólo a ellas, del creacionismo en su vestimenta de Diseño Inteligente, que ha puesto en duda (y hasta prohibido) la enseñanza de las teorías de Darwin en muchas escuelas, sobre todo en los Estados Unidos. El movimiento antivacunas contra la epidemia de Covid era inconcebible cuando Monod murió y hace pocos años se difundió multitudinariamente, sobre todo en los países más desarrollados. Menudean, de América a Asia, los gobiernos populistas que desprecian a la ciencia y a los especialistas, y ejercen ese desprecio en los presupuestos, las políticas públicas y la propaganda que, por ejemplo, es adversa al combate internacional contra el cambio climático.
Pero también en los dominios del reino donde Monod fue príncipe, el de la ética del conocimiento, la propia ciencia ha generado peligros incomprensibles no sólo para los legos, sino para los propios científicos, como esa Inteligencia Artificial que en pocos años y muchos meses ya, se ha convertido en una herramienta capaz de falsificar una fotografía de Arthur Rimbaud, traducir decentemente cualquier texto de G.W.F. Hegel o de influir dramáticamente en los dominios de la postverdad, creando mentiras absolutas y gigantescas capaces de torcer elecciones, designar gobernantes y llevar a la humanidad más allá de lo humano, para no hablar del portento y del peligro de la genética autogenerativa.
Monod aparece así, como un hombre cabal del siglo XX, para quien era imperativo comparar a los dos tipos de sociedades entonces existentes. Caído el muro de Berlín en 1989, quedando el liberalismo sin un enemigo compacto, no tardaron en surgir los fundamentalismos religiosos y los populismos como rémoras de una democracia que se proponen destruir. Aquella mentira, tan temida por Monod en El azar y la necesidad, se propagó como regla, dejó de ser una amenaza o una excepción, y la ética del conocimiento acaso abandonó sus obligaciones como conocimiento de la ética.
Desde los albores del cristianismo, las variadas sectas gnósticas previnieron contra un “empoderamiento” del hombre, como un ser autodivinizado adueñándose de la creación, temor que no se necesita ser creyente para compartir y toca a los científicos del siglo XXI, si son justos herederos de Monod, volver a buscar, en términos morales, dónde está el azar, dónde está la necesidad de equilibrar a la ciencia con la ética, evitando, como diría Blaise Pascal, lo mismo excluir a la razón, que rendirse del todo ante ella.