La ciudad de México enfrenta la disponibilidad de agua per cápita más baja y la densidad de población más alta del país. La creciente demanda, aunada a la falta de mantenimiento y rehabilitación de la infraestructura, los elevados costos de operación, así como el deterioro de las fuentes de agua –en cantidad y calidad–, ha llevado al sistema de abastecimiento de agua de la urbe al límite de la operatividad física y económica. ¿Cómo es que una ciudad que nació rodeada de lagunas acabó en tal situación de vulnerabilidad hídrica?

A pesar de las habilidades técnicas que alcanzaron las obras hidráulicas mexicas, al estar construida en una isla artificial en un lago, las inundaciones amenazaban a la antigua Tenochtitlán. En 1449, el río Cuautitlán inundó las ciudades aliadas asentadas en la cuenca de México (Tlatelolco y Tenochtitlán). Por esta razón, el rey texcocano Nezahualcóyotl inició la construcción de un dique de 22 kilómetros que protegiera Tenochtitlán por el norte (el albarradón de Nezahualcóyotl).

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Las aguas negras de miles de viviendas de al menos tres desarrollos habitacionales del municipio de Huehuetoca son descargadas en la presa Cuevecillas, de unos 400 años de antigüedad, localizada en Jorobas, cuyos pobladores sufren las consecuencias de la contaminación. Crédito: Archivo de El Universal
Las aguas negras de miles de viviendas de al menos tres desarrollos habitacionales del municipio de Huehuetoca son descargadas en la presa Cuevecillas, de unos 400 años de antigüedad, localizada en Jorobas, cuyos pobladores sufren las consecuencias de la contaminación. Crédito: Archivo de El Universal

El modelo de explotación de recursos introducido por los españoles a partir de 1521 provocó el inicio de profundos cambios en la hidrología de la cuenca de México y en la relación de los habitantes con el ecosistema lacustre. Por un lado, el riesgo de inundación inherente a la ciudad fundada sobre las ruinas de Tenochtitlán, aumentó. Por el otro, comenzó un proceso de desecación de las lagunas que la rodeaban (México y Texcoco).

El cambio ecológico ocasionado por la deforestación, el pastoreo de ganado dereciente introducción y la expansión de los cultivos de origen europeo provocaron la erosión del suelo, por lo que las fuertes lluvias arrastraban tierra a los lagos que rodeaban la ciudad, elevando el nivel del agua. Al mismo tiempo, la mayoría de los canales que antaño atravesaban Tenochtitlán fueron reemplazados con calles de piedra que no podían absorber el agua excedente. Muy pronto, las inundaciones comenzaron a ser un problema para las nuevas autoridades.

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Además, las prácticas de los nuevos terratenientes de la cuenca de México intensificaron la alteración del volumen de las lagunas de la cuenca. Era común que desviaran los ríos y arroyos que desaguaban en las lagunas para regar sus sembradíos y pastos, así como para activar la multitud de molinos que construyeron en los alrededores de la ciudad. Una de las primeras obras hidráulicas de las que se tiene registro fue ordenada por un poderoso miembro de la Audiencia de México (Lorenzo de Tejada), allegado del primer virrey, Antonio de Mendoza. Se trataba de una acequia demás de 9 kilómetros que desviaba el agua desde el cerro de Tepeajusco hasta las tierras de cultivo de Tejada y sus socios, al suroeste de la ciudad. La acequia fue construida por peones forzados de Coyoacán, Tacubaya, Mexicaltzingo, Culhuacán y Tacuba, aunque esta dejara sin agua sus propios pueblos.

Así, desde el siglo XVI dio inicio la desecación de las dos lagunas que rodeaban a la ciudad de México, con distintas consecuencias cada una y, por tanto, diferentes reacciones de las autoridades. Al secarse, la salitrosa laguna de Texcoco dejaba una tierra que no parecía aprovechable: un terreno pantanoso del que emanaba un desagradable hedor. Además, el mantenimiento de la laguna de Texcoco proporcionaba ventajas económicas a la ciudad, al permitir que recibiera gran cantidad de bastimentos en canoas que se embarcaban desde Chalco o San Cristóbal Ecatepec y llegaban al corazón de la urbe, a través de acequias. Al contrario, la desecación de la laguna de México proporcionaba numerosas ventajas a uno de los sectores más ricos e influyentes de Nueva España; los dueños de estancias agrícolas y ganaderas. El terreno que se extendía por todo el poniente de la ciudad de México era tierra fértil, con una multitud de fuentes naturales y una ubicación que permitía un acceso privilegiado al mercado de la creciente urbe, por lo que el área –en la que la ciudad también tenía sus ejidos– era especialmente codiciada por los terratenientes.

En 1555, con el agua cubriendo los barrios de las afueras, las autoridades de la recién fundada ciudad de México comenzaron a plantearse la necesidad de implementar una obra hidráulica que la defendiera de las inundaciones. El cabildo de la ciudad apoyó el proyecto de desagüe de Francisco Gudiel, un terrateniente en el área Tacuba-Chapultepec y socio de Tejada. El proyecto de Gudiel contemplaba evitar que la laguna de Texcoco inundara la ciudad de México, al desviar el río de Cuautitlán; así como manipular el curso de los ríos de Tepotzotlán, Tenayuca, Tacuba y “una multitud de arroyos” en el oeste de la ciudad, donde estaban sus tierras. En aquella ocasión, las autoridades no lograron acordar el comienzo de la obra del desagüe, debido, entre otras cosas, a que parecía imposible movilizar la cantidad de peones necesarios mientras la población indígena enfrentaba una brutal caída demográfica. Fue hasta 1607 cuando el virrey Luis de Velasco aprobó el proyecto de desagüe por Huehuetoca a cargo del cosmógrafo real, Enrico Martínez, muy semejante al que Gudiel había presentado el siglo anterior. Martínez, de origen alemán, cultivó lazos entre miembros del grupo de poder de Nueva España, lo que, aunado a la entrega de elevadas fianzas, le permitió conservar el cargo de maestro mayor de la obra hidráulica hasta su muerte, en 1632.

Para financiar la obra hidráulica, el primer año de su construcción se repartió el costo entre los vecinos según sus bienes raíces, pero esto fue una aportación por una vez y el desagüe requería dinero constante. Se recurrió a las “sisas” de larga tradición en España; impuestos de tipo indirecto sobre el consumo de productos básicos como la carne y el vino, que trasladaban el costo a los consumidores de menores ingresos. Apesar de que las rentas del desagüe se aprobaron por un corto periodo, estas se perpetuaron junto con la obra, sirviendo como garantía, además, de cuantiosos préstamos.

La construcción del desagüe recayó en los indígenas que, según la normativa, debían proceder de pueblos a unos 19 kilómetros de Huehuetoca, pero que en realidad se llegaron a reclutar de sitios tan lejanos como Tlaxcala (a 140 kilómetros de Huehuetoca) y Puebla (a 155 kilómetros). Al llegar a Huehuetoca, los peones debían proveerse su propio refugio, así como soportar extenuantes jornadas de trabajo y castigos. A cambio, recibían un mísero jornal y una ración de alimentos que tendía a ser más escasa de lo establecido. Todo bajo la atenta mirada de un capataz que evitaba que huyeran y que les fustigaba a continuar trabajando. La labor de los indígenas en el desagüe era extremadamente peligrosa: suspendidos de una cuerda, debían derribar con barretas los escalones que formarían el tajo o excavar el oscuro y húmedo túnel. Los accidentes eran frecuentes. Incontables trabajadores perdieron la vida en el desagüe de Huehuetoca.

El Real Desagüe se convirtió en la principal obra hidráulica y en la incuestionable solución a los problemas de inundaciones de la ciudad de México. En 1614, el ingeniero hidráulico Adrián Boot advirtió que el agua proporcionaba estabilidad a los pesados edificios por lo que, en vez de drenar las lagunas, era necesario regular sus niveles. (1) Pero la oligarquía de México consideró más conveniente continuar con la obra que dirigía Enrico Martínez, debido a que estaba en concordancia con sus intereses. El desagüe de Huehuetoca contaba con toda una estructura administrativa que le proveía de mano de obra, dinero y bastimentos, en la que se insertaban agentes que se valían de sus conexiones políticas para obtener los puestos que les permitían controlar los recursos asignados a la obra hidráulica y, con ellos, acrecentar sus fortunas o utilizarlos como instrumento de negociación para el fortalecimiento de sus redes de alianzas.

Y es que, aunque en 1608 se declaró terminada la obra por primera vez, el trabajo continuó. Tan sólo durante el siglo XVII, se aprobaron nueve grandes proyectos de construcción o mantenimiento en el desagüe de Huehuetoca, en los que se gastaron más de 4 millones de pesos.

En 1637, comenzó la ejecución del proyecto conocido como el “tajo abierto”, que consistía en derribar la parte superior del túnel excavado a principios de siglo y darle mayor profundidad; obra que en la década de 1760 quedó bajo la administración de los poderosos mercaderes del Consulado de México. Los comerciantes firmaron un contrato para concluir el desagüe con cláusulas bastante generosas; las que incluían el control de los recursos fiscales y la fuerza de trabajo asignados a la obra hidráulica, sin tener que rendir cuentas a las autoridades. Aunque el Consulado se había comprometido a entregar a los peones el salario y alimentos estipulados, “sin maltratarlos”, la sobreexplotación fue evidente. Los trabajadores dejaron de recibir alimentos y se vieron forzados a comprarlos a los agentes de los comerciantes en la obra.

Después de la independencia, con el desagüe de Huehuetoca deteriorado debido al abandono y la amenaza de inundación de la ciudad latente, en 1831 se estableció una Dirección del Desagüe, con el objetivo de lograr finalmente desaguar por completo las lagunas y así aprovechar para la agricultura las tierras que estas ocupaban “infructuosamente”. Con este propósito se aprobó un proyecto para profundizar el desagüe de Huehuetoca, que se planteó financiar con la venta de los terrenos desecados. Además, en el siglo XIX la ciudad de México se expandió notablemente, como resultado de los intereses de individuos y gobiernos, sobre la propiedad de las tierras y construcciones urbanas. Particularmente a partir de la década de 1870, el crecimiento y urbanización de la ciudad presentaron un ritmo acelerado y sostenido, que se veía obstruido por las aguas cercanas. Por esta razón, la desecación de la cuenca de México fue legitimada como una necesidad científica y urgente para la salud de la urbe.

Actualmente, los factores socio-administrativos juegan un rol tan importante en la vulnerabilidad de las fuentes de abastecimiento del área metropolitana de la CDMX como los ambientales y la infraestructura; lo que se observa es que los principales factores de riesgo son la escasez hídrica producto del cambio climático global, la mala gestión, así como la desigualdad social en el suministro de este escaso recurso. Por un lado, la intervención de distintas dependencias federales, estatales y municipales en la gestión del agua en la zona conurbada de la CDMX ha contribuido a la falta de planeación que ha llevado a la explotación intensiva y al déficit regional. Además, la calidad y cantidad del abastecimiento es fundamentalmente desproporcionada. Hacia el oriente de la ciudad, donde se ubican las delegaciones con mayor crecimiento, se observa un menor acceso a las fuentes externas de agua. Tan sólo en Iztapalapa, más de 90 colonias reciben el agua por tandeo.

Es evidente la práctica del “tributarismo” hídrico para satisfacer la demanda urbana. Los consumos mínimos de agua en la CDMX se registran en algunos asentamientos ilegales con alrededor de 28 litros disponibles por habitante al día, mientras que la estimación para las zonas de sectores medios es entre 275 y 410 litros y en los sectores de máximos ingresos entre 800 y 1000 litros. La agricultura y la ganadería son los sectores que más agua utilizan y los que más la desperdician. Según la Comisión Nacional del Agua, la agricultura utiliza entre 68 y 70% del consumo nacional, la industria y las hidroeléctricas cerca de 14%, mientras el uso doméstico es de alrededor de 10%.

La cuenca de México se desecó para preservar los intereses de la oligarquía de la ciudad que en ella se erigió. Desde el siglo XVI, la elite gobernante controló el uso del agua, al mismo tiempo que aprovechó los recursos asignados a las obras hidráulicas que la desviaban a sus tierras de cultivo o que evitaban que inundara sus casas y almacenes. El costo económico y social de estas construcciones cayó en los sectores más empobrecidos. Hoy, con las lagunas ya desaparecidas, son las colonias de menores ingresos las que se ven más afectadas por la vulnerabilidad hídrica. Los intereses de los ricos continúan gobernando el acceso al agua en la ciudad que nació entre lagos.

Notas

1. Actualmente, el hundimiento del terreno está considerado como el problema ambiental más importante de la ciudad y se atribuye a la desecación de los lagos, agravada por el bombeo en la zona urbanizada para fines de abastecimiento de agua potable; esto resulta en una pérdida de presión en los acuíferos que provoca un incremento de la carga sobre el terreno de arcilla de la cuenca.

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