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“Lo verdaderamente peligroso es la inteligencia humana; a lo que hay que temerle, desde siempre, es a la humanidad. La Inteligencia Artificial es un cachorrito armado hasta los dientes y, sin embargo, me va a dar mucho más miedo toparme en la esquina con un ser humano. Porque ese ser humano tiene órganos que están lejos de la razón, tiene alma, y ello lo vuelve una maravilla, pero también lo hace infinitamente más peligroso”, son las palabras que medita el escritor Benjamín Labatut. Nació en Rotterdam en 1980 y a los 14 años se mudó a Santiago. Hoy, un par de décadas después, ha sido finalista del International Booker Prize y del National Book Award —ambos, en 2021, por Un verdor terrible, libro a caballo entre el ensayo y el relato que recibió el elogio de uno de los mejores escritores del mundo, John Banville, y que ese mismo año fue incluido en una lista de lectura del expresidente estadounidense Barack Obama.
Al contestar, en videollamada, Labatut se lleva un puro a los labios. Tiene camisa de mezclilla, y el pelo largo y despeinado. “Hay veces que la gente me pregunta: ¿estás fingiendo que fumas? Yo fumo como los niños, no lo aspiro. Son tan caras estas mierdas que así me autorregulo y cada tanto puedo fumar uno”.
Hay, además, en Un verdor terrible algo que lo emparenta con MANIAC —su quinto y más reciente título, que publicó Anagrama en 2023—: el avance intrínseco de la humanidada a cierta violencia, intrínseco a los estados límite del alma, al crimen y al misticismo que Labatut rastrea en los anales de la ciencia. Todo lo que escribe le llega con una especie de misterio fundamental, cuenta y resume las líneas de MANIAC —tres historias verdaderas— para explicar su origen; la primera que describe es la del físico austríaco Paul Ehrenfest y su final amargo: “En el caso de Ehrenfest hay un misterio que tiene que ver con su linaje: él es suicida y su maestro es suicida. Hay algo en la termodinámica que, al parecer, te empuja hacia zonas oscuras. Él tuvo un discípulo superior que estuvo cerca de matarse; leí un artículo del ayudante de ese profesor que no se mató. El texto decía: ‘Si mi maestro se mata, el próximo soy yo’. Estaba heredando una especie de espíritu de destino. Leí eso y pensé en el hecho mismo de este hombre, el mejor amigo de Einstein, Ehrenfest, que asesinó a su hijo discapacitado y se suicidó, como un misterio central que me interesó desarrollar”.
La segunda línea es el caso del matemático húngaro-estadounidense, John von Neumann, uno de los hombres más brillantes del siglo XX. En particular, una frase de su amigo Eugene Wigner, fue el detonador: sólo von Neumann estaba verdaderamente despierto. “Después de los sueños, lo que más me interesa es el despertar, la iluminación. ¿Qué significa que un lógico-matemático, con el cerebro de von Neumann, despierte?, ¿qué es lo que le permite ver ese despertar?”.
La tercera parte se refiere a una jugada de go, en sus palabras, una ficha sobre el tablero, que contradice 3 mil años de sabiduría humana. “Es un milagro horroroso y, a mi gusto, el primer vislumbre de la Inteligencia Artificial creativa, el primer vislumbre de algo que va más allá de nosotros. Siempre hay una especie de secreto que no debe ser resuelto necesariamente. En todas partes hay historias, pero quedan pocos secretos. El secreto tiene un valor esencial: una vez que te infecta, tienes dos obligaciones simultáneas: preservarlo y contárselo a alguien. Eso he querido hacer en mis libros, preservar una parte del misterio y apuntar hacia él”.
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Con MANIAC caminas sobre una cuerda floja que de un lado da hacia la ciencia como abstracción que cifra la realidad; del otro, hacia la visión mística, la locura. No sé si toda la gente ve esta dualidad.
Es algo que saben quienes piensan profundamente la realidad. Una intuición profunda. Compartimos una esencia porque llegamos al mundo con un motor de misterio en la cabeza. Todos lo sabemos, pero lo que ocurre tiene que ver con una predisposición del carácter: hay quienes ven la cuerda sobre el vacío y deciden cruzar; otros la ignoran. Kafka dice: “El verdadero camino pasa por una cuerda que no está tensada en las alturas, sino apenas por arriba del suelo. Más pareciera estar destinada a hacernos tropezar que a ser recorrida”. La gente va hacia el trabajo y, por lo común, se salta esta cuerda. Para tropezar con ella, hay que estar distraído.
Novelistas como Faulkner o Nabokov dicen que hay imágenes que detonan la escritura. ¿Alguna imagen te detonó esta relación entre ciencia y experiencias límite?
Esas son historias que cuentan los escritores. La realidad nunca funciona así. Los procesos de cualquier persona creativa son tan complejos, tienen tantas capas. Parto de la sospecha de llegar lo más hondo posible, lo cual conduce a dos lugares: Dios y el vacío. Cuando me llevó hacia Dios decidí hacerme escritor porque ningún monasterio me iba a aceptar como monje, aunque hubiera sido un gran monje; cuando me llevó hacia el vacío, caí en la ciencia porque su punto ciego, me parece, es el vacío.
Un cliché recalcitrante es que alguien que escribe sobre ciencia no ve el concepto de Dios como un problema.
Pero lo es. Dios es un problema, la mente es un problema, el vacío es un problema, la palabra es un problema. Al final, lo que hermana la ciencia con la literatura es el misterio. La mente está enamorada del misterio. Cuando uno estudia misticismo se habla de los misterios. Nuestro saber estaba integrado en un sólo cuerpo y se le conocía como magia; la matemática, la escritura y la poesía eran magia. Luego fuimos abriendo ese cadáver, sacamos los órganos y les permitimos desarrollarse dentro de otro cuerpo. Lo que queda en el cadáver de la magia es la literatura porque tiene la misma vocación de oscuridad, de práctica esotérica y de arte oscuro. La literatura ofrece las contradicciones, lo verdadero y lo falso dentro de un cadáver. Ese cadáver es voraz. La literatura no sólo es omnívora, sino que está esperando, desesperadamente, hincarle los dientes a la carne más jugosa y putrefacta. La ciencia es como si fuese el mejor cazador, la mejor arma, la pistola más grande que lo mata todo: donde pone la mirada, mata el cuerpo y el espíritu sale corriendo; la literatura se abalanza sobre el cuerpo en busca del espíritu aunque sabe que el espíritu está yéndose. Esas son las tensiones que hay en la literatura de la gente que admiro. Tú mencionaste a Nabokov, que es consciente de que el objeto de estudio de la literatura es lo invisible.
¿El científico y el artista tienen la misma visión trastocada de la realidad?
En el genio habita algo que parece ser que viniera de otra parte. Es gente poseída. Creo, como dijo Roberto Calasso, que la forma más alta de la inteligencia es la posesión. Ser poseído, invadido, ahuecarse lo suficiente para que pase algo a través tuyo es, a mi gusto, la principal labor de cualquier ser humano interesado en la verdad. Lamentablemente, los caminos para eso son siempre peligrosos. Acá en Chile acabo de conocer, a mi gusto, al mejor poeta de este país, un tipo desconocido que se llama Eugenio Castillo Gil. La gente tiene que leerlo y alguien en México debería publicarlo ya. Al leer textos como los que él escribe, es obvio que hay otras voces, una especie de coro. Me encanta un pasaje bíblico: cuando vienen hombres llenos de demonios y, a través de estos hombres, los demonios hablan con Jesucristo y dicen: somos Legión. En general, creo que somos Legión, y los que son capaces de transmitir eso, la pluralidad de voces, como Faulkner o Nabokov, se vuelven santos de mi lealtad.
Žižek cita a Deleuze para describir un par de ejemplos en el cine donde una persona manifiesta, desde el propio cuerpo, algo que no pertenece a su identidad: en Alien es el xenomorfo que anida en el organismo; en El exorcista, la posesión de Regan; en Mulholland Drive, el canto sin cantante.
Estamos enfantasmados, pero pretendemos que no. Hay verdades que son profundas e irrenunciables, aunque no sean ciertas. Podemos sentir, por ejemplo, que estamos a cargo de nuestras decisiones y cualquier persona que sabe que, por la mañana, su ánimo va a depender de su fauna de bacterias estomacales, entiende que no es así. Es como si estuviéramos al volante de un auto que va a toda velocidad, fuera de control, directo a la curva. No nos queda otra opción.
Desde la pantalla puede verse que Labatut se tatuó en las muñecas, respectivamente, los primeros dos hexagramas del I Ching. Retoma la palabra: “Es mejor citar a otro. Bob Dylan dijo que lo único en lo que él creía era el I Ching. Por mis amigos mexicanos empecé a tirar el I Ching. En el mundo de hoy es difícil encontrar un oráculo vivo. Ciertos oráculos tienen un mecanismo de azar en el corazón que los vuelve poderosos. Son objetos que no son científicos, sino precientíficos, con un sistema de símbolos alimentado del azar dentro de ellos. La conjunción entre el orden simbólico y el azar es, a mi gusto, lo más poderoso que hemos creado en términos de tecnología espiritual. En el caso del I Ching es una computadora creada 3 mil años antes de Cristo”.
Los hexagramas en tus muñecas son cruciales para entender la estructura del I Ching. El primero es la creatividad desde lo abstracto; el segundo es el nacimiento de la materia.
Son todas las dualidades posibles, todos los pares de opuestos con los que se construye la realidad desde lo material, lo social, lo cultural, etcétera. Fueron los primeros dos tatuajes que me hice, en una sola sesión. Si hay algo que uno tiene que acarrear en el cuerpo son esas dualidades. Hay que mirarse la mano izquierda y la mano derecha todos los días.
Leyendo MANIAC deduzco que te gusta mucho Thomas Bernhard.
No lo tolero. Lo que pasa es que hay autores que son tan grandes que te influencian indirectamente. Bernhard fue el escritor favorito de W. G. Sebald, quien es mi escritor favorito. No puedo leer un libro de Bernhard, pero estas operaciones son así. Sebald quita la repetición clásica de Bernhard, pero preserva un espíritu. Yo le rezo todos los días a Sebald y, sin embargo, mis libros son como Sebald con metanfetamina y sin su narrador; eso está muy lejos de la tristeza sebaldiana. Salvo sus discursos, nunca he podido disfrutar un texto de Bernhard. Si un día me vuelvo muy famoso, voy a empezar a leer los discursos de Bernhard, que son una maravilla de violencia y desprecio hacia sí mismo, hacia los jueces y hacia todos. Bernhard se estaba muriendo y sufriendo desde siempre. Yo estoy cada día más sano.
Lo pensé por el estilo seco y directo, por las subordinadas y la fascinación con la locura.
La subordinada es de Sebald y Bernhard, y va hacia atrás en la narrativa alemana. Me alegra ver que estamos olvidando ese estilo que un tiempo me tuvo con los huevos cortados. En ese estilo de tres palabras y un punto, tres palabras y un punto, hay belleza y sabiduría que se pierden. Gracias a gente como Sebald o Bolaño estamos recuperando el tono mayor con el que gente como el príncipe Parra, que es una maravilla, nos libró de la pesadez. Sería bueno recuperar el aliento de alguien como Bob Dylan o Chinoy, un cantante chileno insuflado por esos tonos mayores que vienen de la Biblia y que están en Lautréamont. Es un tono mayor con sentido del humor, pasado por Nicanor Parra y sin la cursilería del tipo que se cree que realmente canta loas al espíritu; es un tipo que está escribiendo en tono mayor, pero desde el baño o viendo pornografía o telebasura.
Tienes a Sebald en la cima, ¿quiénes están un peldaño más abajo?
Las triadas mayores son comunes: Borges, Kafka, Sebald, Bolaño, Bruno Schulz. En los peldaños menores hay gente como Juan Forn, que es una maravilla, o Bruce Chatwin. Lo que realmente ha tenido influencia en mí son cosas medio trash como Evangelion o Satoshi Kon. Sin duda, Miyazaki, no hay nadie que pueda hacer historias como él, o David Lynch. Mis mayores influencias no son literarias, eso es una realidad; son personales, como mi maestro Farid Nassar, poeta chileno que murió sin publicar un verso, a través de cuya renuncia ganamos un silencio espectacular y fértil para la literatura.