En el principio era el mito. Las narraciones míticas son las primeras interpretaciones que los seres humanos, siempre hambrientos por saber, hicieron del mundo, antes de que religión, poesía y filosofía se separaran, mucho antes de las ciencias modernas. El mito permanece fiel a la tierra, cercano a la carne, a la existencia. Por eso, es el filón inagotable del que creadores y pensadores extraen sus materias primas.
En esta tradición inagotable, El sonido en el altar es una relectura y reescritura del relato bíblico del sacrificio de Abraham. Recordemos: Para probar su fe, Dios pide a Abraham que le entregue a Isaac, su hijo único nacido de su esposa Sara, el hijo que le había concedido en la vejez.
El filósofo Soren Kierkegaard partió de dicho relato para reflexionar sobre la existencia humana. Propuso que dicha existencia tiene tres estadios: estético, ético y religioso. En el primero, se busca el placer y se evita el dolor; en el segundo, se persigue el deber y se obra según la moral; en el tercero, se vive de cara a Dios, siempre dispuesto a hacer su voluntad. Pero la fe, según Kierkegaard, es un salto constante al vacío y no está exenta de dudas e interrogantes. Nunca podemos estar seguros de la existencia de Dios. Tampoco, de conocer y seguir su voluntad. Y, a veces, esta nos parece injusta. A nuestros ojos limitados, Dios puede parecer caprichoso o cruel, como cuando permite el mal en el mundo o le pide a un padre entregar a su hijo.
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Dichas interrogantes expuestas por Kierkegaard se vuelven más perentorias en la pluma de Oswaldo Martín del Campo. El sonido en el altar es una novela filosófica que indaga sobre la condición humana y su relación con la divinidad, sobre el problema del mal y la justicia. Pero, de entrada, lo que más inquieta es su forma.
El sonido en el altar es una novela polifónica. Tiene hasta cinco narradores extradiegéticos (no participan en la historia) deficientes (saben menos que los personajes) simultáneamente, cuyas voces se distinguen por la tipografía, y que no solo narran, sino que comentan las acciones, hacen juicios sobre los personajes y sus actos. ¿Quiénes son dichos narradores? ¿Son ángeles o demonios acusadores, son los justos cuyo sufrimiento sostiene al mundo, o simplemente son hombres o mujeres como cualquiera?
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Y no todos los capítulos de la novela están escritos igualmente. Hay unos que tienen un narrador más tradicional –“¿Podemos descansar un poco y volver a la forma?”–, hay monólogos en primera persona, un texto dramático y un poema.
Temas difíciles requieren formas difíciles. ¿El sonido en el altar se inscribe en la que José Ovejero ha llamado ética de la crueldad? Según Ovejero, a ella pertenecen los autores y obras que violentan al lector para obligarle a abandonar su indiferencia.¿Cómo responder a la violencia que se nos está volviendo cotidiana? La del crimen organizado. Porque Dios no nos pide ya sacrificarle a los nuestros, pero nos vemos obligados –o resignados culpables– a entregarlos en manos de criminales. Ante esta violencia, ¿es posible el perdón? Oswaldo Martín del Campo afirma que el perdón es sobrenatural, es decir, divino. Perdonar(nos) es un acto de fe, el salto en el vacío. Perdonar(nos) es decir “sí” a Dios y abrazar nuestra humanidad. ¿Qué más se podría decir?