Más Información

PAN denuncia ante FGR al diputado petista Ricardo Mejía Berdeja; acusa nexos con el crimen, delitos electorales y corrupción

Sheinbaum califica como "exceso" disculpas a diputada Diana Barreras en redes sociales; "el poder es humildad, no soberbia", dice

¡Claro que no!, responde Sheinbaum a Trump; rechaza que autoridades mexicanas estén "petrificadas" por el narco
En Bird (RU-EU-Francia-Alemania, 2024), introspectivo film 6 de la autora completa regional inglesa también cortometrajista y TVserialista de 63 años Andrea Arnold (Fish Tank, vive, ama y da todo lo que tienes 09, Cumbres borrascosas 11, Dulzura americana 16), la solitaria niña mestiza de 12 años Bailey (Nykiya Adams) vive asilada como okupa, con su mediohermano pandilleril de 14 años Hunter (Jason Buda) y su hipertatuado padre vividorcillo de quinta apenas treintón Bug (Barry Keoghan), en un deteriorado edificio sólo dividido por sábanas al norte de Kent, se identifica con los bichos atrapados detrás de la ventana y, sin confundirse con las chavas de su edad que pasan bailando a su lado, vaga y vaga por puentes peatonales, baldíos y unidades habitacionales o el páramo abierto, furiosa contra papá, quien de sopetón le ha comunicado su decisión de casarse el próximo sábado con la guapa madre soltera buenaonda a la que sólo conoce de hace tres meses Kayleigh (Frankie Box), y así, tras ser rechazada por su hermano Hunter que parte cutter en mano con sus amigos hamponcetes a consumar una venganza, la chavita pasa la noche en descampado y, en la mañana, es alcanzada por el extraño joven vagabundo de labio leporino y faldas Bird (Franz Rogowski ceceante) que dice ser pájaro, hace cabriolas, busca a sus padres, habita encaramado en los techos como cuervo viviente y secreta una irresistible corriente de calidez y afecto amistoso que va a fluir entre los dos personajes marginales y sus aventuras extremas, haciendo germinar su experiencia de un abismal abandono alado.
El abandono alado se torna así en la historia de una balsámica aunque insólita amistad, ella incluso en trance de afrontar el sorpresivo minidrama de su primera menstruación, pero ayudándolo a él eficazmente en su pesquisa familiar para localizar en el vecino pueblo de Laysdown a su rechazante padre cobarde Fred (Jason Williamson), y ese buen Bird haciéndose abatir y romper la cara al respaldarla en la defensa de una tal Peyton (Jasmine Johnson), la distante madre jodida de la chava, y en la protección de sus tres mediohermanitos durante la brutal ruptura amorosa de la infeliz mujer con su flamante novio violento Skate (James Nelson-Joyce), lo cual acabará en el inevitable adiós del hombre-pájaro, no sin antes haber catalizado, como efecto colateral un nuevo acercamiento de la ahora sensibilizada puberta Bailey con su mediohermano Hunter imposibilitado para huir a Escocia en pareja evitando el aborto de su noviecita secuestrada y, ante todo, la aproximación fervorosa con su doblemente vulnerado padre Bug, a quien la chava resuelve finalmente acompañar en su intempestiva boda sabatina, en suma, una amistad irreconocible e innombrable pero a profundidad sentida y providente.
El abandono alado se ejerce tan impulsivo cuan apremiante e inerme como la mera descripción-seguimiento de una pieza de realismo duro y sucio, narrada a golpes de cámara nerviosa y pulsional, una fábula neonaturalista hereditaria a la vez del desarmante cine proletario de Ken Loach y de un ancestral regusto folletinesco a lo Charles Dickens, con multitud de personajes excéntricos y subtramas estalladas, a imagen y semejanza de los animalillos acechantes (como cierto zorrito expectante al principio) o los bichos en la ventana y mariposas en el dedo infantil, o los colores ocres que dominan sobre las paredes manchadas y los caóticos graffiti omnipresentes, pero curiosamente una conjunción dinamitada desde adentro, sin pretensiones semidocumentalistas ni sórdidas per se, de donde sólo puede surgir la fantasía, una volátil fantasía cotidiana, de aliento postsurrealista domesticado y poderosa contención lírica.
El abandono alado realiza el prodigio de erigir y proponer un personaje femenino infantil dueño de un feroz carácter tan fuerte y complejo cuanto inflexible, en las formativas antípodas de cualquier ternurita encantadora o compendio de victimología marginalista, sorprendiendo con suprema condescendencia a un frágil Bird que cuidadosamente se desliza detrás de un ventanal, esgrimida como arma defensiva su celular contra el lunático desconocido posiblemente acosador, o grabando desnudo al golpeador amante materno preso de un ataque de ira, despertando a la novia empiernada con papá para solicitarle un tampón porque ya sabe lo que necesita, y enarbolando en todo momento una entereza indoblegable pese los deliquios de una sofrenada y subrepticia fantasía bajo amenaza.
El abandono alado disemina una estructura alternada entre instantes de gozoso pintoresquismo populista (el pelo tusado) e instantes mágico-oníricos subjetivados (el perrito resurrecto), escanciados con tanta sabiduría los unos como los otros, gracias a una fotografía invasiva o semiabstracta de Robbie Ryan, los ritmos melancólicos o jubilosos que impone la edición de Joe Bini, y esa frenética o susurrante música psiconarrativa a base de célebres canciones pop-rock (SV/Sleaford Mods/Coldplay/Rednex), para valorar el demencial proyecto paterno de extraer alucinógenos de un sapo para sufragar los gastos de su boda, el rescatista scooter eléctrico que navega raudo por la urbe cual emblemático lazo de cariño del sobrerrevolucionado padre y su hija. el té urgentemente servido al macho por la nenita ajena de 4 años, la misiva transportada al balcón de la galana por un joven vuelto cuervo servicial, o bien la banca recóndita del andén donde yace hecho un ovillo el hijo deleznado a quien reanima su padre acariciante (“Yo también te tuve a los 14, y no me arrepiento”).
Y el abandono alado concluye en la rabia alegre del incontenible desenfreno nupcial con karaoke colectivo donde el Bird extiende sus alas solo perceptibles por Bailey para abrazar a ésta y arrancarle su primera lágrima de separación amorosa no obstante conmovida y dichosa, mientras atruena una melosa canción de Fontaines DC cual desastrado desafío comunitario pese a todo (“¿Es demasiado real para ti?”).