En estos últimos días hemos sido testigos de cómo celebraron sus primeras cuatro décadas dos agrupaciones cuya existencia ha contribuido notablemente al enriquecimiento de la vida musical, tanto aquí, como en España. Ahí, surgió como una revista cuyos alcances han ido más allá de lo planteado, marcando la pauta en los escenarios ibéricos. Aquí, y a pesar de sus esfuerzos, la asociación creada para apoyar, difundir y promover la ópera es más conocida por la revista que editaba. En ambas, destaca su carácter privado.
Durante la cena anual realizada el pasado jueves 27 de noviembre en el Club de Industriales, José Luis Barros Horcasitas, actual presidente de ProÓpera, resaltó que el que esta asociación surgiera durante un año particularmente duro para México –más allá del temblor, por la situación económica que entonces se vivía-, habla de la voluntad y el amor por la ópera de un grupo decidido a apoyar este género contra viento y marea. Han sido cuatro décadas en las que hemos visto cuánto han mermado las producciones realizadas por la Ópera de Bellas Artes, sin que pueda decirse que sea porque la ópera está muriendo o que ya a nadie le interesa. Por el contrario, está más viva que nunca, tal y como lo evidencian las localidades agotadas cada vez que se ofrece un buen montaje, así como la cada vez más nutrida actividad lírica en provincia.
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Lo que ha ido desapareciendo, es el presupuesto oficial para generarla. Que haya sido injustamente tachado de elitista –ni modo, es un espectáculo caro por involucrar a todas las Artes- únicamente refrenda la ignorancia de las autoridades que, a diferencia de aquellos políticos visionarios del siglo XIX, no dudaban en autorizar generosas partidas presupuestales destinadas a la ópera, pues sabían que la mejor manera de “hacer patria” e insertar a México en la contemporaneidad, era brindándole cultura al pueblo. Algo que, ante la visión falsa y resentida de los hechos con que se pretende adulterar nuestra historia, hoy parece ser anatema, pues hasta los incentivos fiscales son cada vez más desalentadores.
He sido afortunado en seguir de cerca la evolución de esta agrupación creada por unos muy queridos amigos en casa de Jo y Tono Dávalos. Permítanme evocar a aquellos que, tras dejarnos físicamente, siguen más que presentes: Fernando de la Barreda, Benjamín Backal, Adolfo Patrón y Xavier Torresarpi, quienes fueron decisivos para consolidar esta asociación que, de ser un grupito que se reunía a escuchar música, apoquinar para traer a México a figuras como Katia Ricciarelli y organizar viajes a algún destino operístico, evolucionó hasta convertirse en un pilar indispensable que seguirá organizando viajes, pero, también, apoya a la Ópera de Bellas Artes –a ellos se debe el primer sistema de súper titulaje instalado en el Blanquito-, impulsa jóvenes talentos a través de la beca ProÓpera-Ramón Vargas, decisiva en la consolidación de las voces de María Katzarava, Guadalupe Paz y Arturo Chacón-Cruz, ofrece cursos, conferencias y, por más de 28 años, imprimió lo que fue su cara más visible: la revista ProÓpera, que tras desaparecer su versión en papel se consolidó como el portal digital que es actualmente.
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La generosidad de ProÓpera se ha extendido más allá de nuestro máximo recinto con producciones como aquel Don Pasquale que, tras debutarlo en la UNAM, viajó a provincia y a diversos foros universitarios. ¿Cómo olvidar el estreno en México de El Conde Ory, que presentaron en el Teatro de las Artes del Cenart?, espacio que hoy clama por recursos para recuperar su foso, inhabilitado por las lluvias recientes. Hago votos porque ProÓpera logre sumar nuevos socios: tras la pandemia, su capacidad de ayuda ha disminuido, y en estos tiempos que el modelo vasconcelista de apoyo a la cultura parece agotado, o toma la sociedad civil al toro por los cuernos, o acabará imperando la barbarie.
A la par que ProÓpera surgía en México, en España se publicaba el número cero de la revista Scherzo “con la voluntad de ser una revista ‘exigente, informada, viva… sin pretensiones dogmáticas, sin querer enseñar o dirigir, sino simplemente ayudar a comprender’, tal como recitaba el editorial de aquel número piloto”. Lo cierto es que como señala la editorial de su número 422, “ha pasado mucha agua por el río de la vida española desde aquel diciembre de 1985 en el que se fundaba Scherzo por un grupo de aficionados a la música que vieron la necesidad de crear un nuevo medio de información para una sociedad que estaba cambiando (…). Se trataba de ser, al mismo tiempo, testigos y actores de una realidad aún con unos cuantos condicionantes políticos”; se trataba, también, “de cumplir con tres objetivos fundamentales: la información, la crítica y la investigación”.
Scherzo no solamente ha cumplido cabalmente aquellos propósitos. A través de su Fundación Scherzo ha ido más allá de ser una (nada) “simple” revista, cobijando ciclos de conciertos tan prestigiados –Grandes Intérpretes y Jóvenes Intérpretes- que la han posicionado como un referente en la programación internacional, ¡qué diéramos por tener esos conciertos aquí en México! Justo el lunes pasado, 1° de diciembre, la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional de Música de Madrid presentó el Concierto Conmemorativo por los 40 años de Scherzo, y me atrevo a decir que fue el concierto al que más me habría gustado asistir durante este 2025.
Imagínense: congregaron en un solo concierto un dream team que ha sido considerado “una riquísima representación del panorama pianístico, tanto en el aspecto generacional como pianístico”, ya que por ahí desfilaron –en orden de aparición- Arielle Beck, Pierre-Laurent Aimard, Till Fellner, Paul Lewis, Christian Zacharias, Alexandra Dovgan, Juan Floristán, Yulianna Avdeeva, Alexei Volodin y Elisabeth Leonskaja, quienes donaron lo recaudado en este pantagruélico festín a un fondo de becas para jóvenes instrumentistas.
Vuelvo a la editorial de noviembre de la revista Scherzo que preside mi muy querido y admirado Santiago Martín Bermúdez para citar otro fragmento que, considero, aplica también para una asociación como ProÓpera:
“Que una revista cultural cumpla en España cuarenta años es un acontecimiento que conviene asimilar desde la satisfacción y el realismo, desde el orgullo razonable por el trabajo realizado y desde esa inevitable incertidumbre que tiñe nuestro presente, no sólo en el territorio de la cultura. Vivimos un mundo en el que a la reflexión se le opone cada vez más un autoritarismo que es el polo opuesto de ese diálogo y de esa apertura de miras que las artes nos proponen desde su propia condición indagadora”.
¡Larga vida a Scherzo y a ProÓpera!
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