El año de 1985 fue muy importante para mí, por muchas razones. Una de ellas fue que me contrataron, por primera vez, como docente de la carrera de comunicación en la Universidad Autónoma Metropolitana, en sustitución de un colega, el cineasta Jorge Prior. Ese mismo año me casé y me fui a vivir con mi pareja Guadalupe Lara. Además, colaboraba como freelance para La Jornada, periódico fundado un año antes.

El día del terremoto, el 19 de septiembre, estaba en el edificio donde vivía, uno ubicado en la colonia Guadalupe Inn y ahí no se sintió absolutamente nada. Debo confesar que, desde que me dedico al periodismo, tengo un vicio: todas las mañanas me despierto y veo los noticieros. El 19 de septiembre de 1985 la televisión se apagó porque se había ido la luz, encendí la radio y escuché lo que estaba pasando. Inmediatamente agarré mis cámaras, salí a la calle, la ciudad era un caos y me encaminé hacia donde vivía antes, a la colonia Atenor Salas, entre la Narvarte y Doctores. Fue cuando me di cuenta de todo el desastre.

Implosión de un edificio. Éstas se hicieron después de 1985 en inmuebles que resultaron con graves afectaciones estructurales. Crédito: FRANCISCO MATA ROSAS
Implosión de un edificio. Éstas se hicieron después de 1985 en inmuebles que resultaron con graves afectaciones estructurales. Crédito: FRANCISCO MATA ROSAS

Caminé hacia el centro fotografiando lo que iba encontrando a mi paso. Llegué a La Jornada (que en ese entonces estaba en Balderas número 68) porque ahí habíamos tocado base todos los fotógrafos, los de planta y algunos que colaborábamos, entonces nos empezaron a dar órdenes de trabajo. Trabajamos todo el día y cada vez que podía regresaba a la redacción a dejar la película. Era una época en la que se trabajaba con rollos que tenían que revelarse en un cuarto oscuro. A dos cuadras del periódico se había caído el Hotel Regis y el Hotel Del Prado. Fotografié mi trayecto por la colonia Doctores, la colonia Roma y el Centro Histórico. Después fui del lado contrario, a Tlatelolco.

Esa noche me quedé a dormir en el departamento de Luis Humberto González, un colega que vivía a la vuelta de la redacción, y logré hablar con mi mujer, ella estaba bien junto con su familia. Los siguientes días continué trabajando.

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Sin título, colección del autor. Crédito: FRANCISCO MATA ROSAS
Sin título, colección del autor. Crédito: FRANCISCO MATA ROSAS

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A 40 años del sismo se atropellan los recuerdos, las sensaciones y la impotencia. Recuerdo que en Tlatelolco una persona nos dijo a los fotógrafos que estábamos ahí: "¿Por qué no dejan las cámaras y agarran una cubeta y ayudan a quitar piedras?”. Ese reclamo se me quedó grabado. Creo que, en gran medida, tenía razón, pero también la labor de recorrer y registrar lo que había sucedido fue una forma de colaborar. A lo mejor es mi pretexto para no sentirme tan mal.

Hice fotografías en las que se ve tirado el letrero con el nombre de la calle Fray Servando y otras en donde aparecen judíos platicando. Eso nos hizo darnos cuenta que en toda la zona de San Antonio Abad había muchísimos edificios caídos y muchos eran maquilas. Los derrumbes desenterraron la gravísima explotación que existía en los talleres de costura. Días después inició un importante movimiento encabezado por Evangelina Corona, quien pasó de manera orgánica a convertirse en la líder de las costureras porque salieron a la luz las lamentables condiciones de trabajo que existían en las maquilas.

Ojalá que recordar esos casos sea una muestra de cómo el terremoto enterrando vino a desenterrar muchas injusticias de la ciudad. Durante los primeros días el gobierno quedó pasmado, no supo qué hacer, entonces la gente empezó a salir a las calles. Recuerdo la organización en la colonia Roma, desde entonces he estado vinculado a algunos de esos grupos, por ejemplo, la Unión de Vecinos y Damnificados (UVyD) que encabezó movilizaciones y, después, se convirtió en un movimiento no sólo político, sino también cultural.

Hay muchas historias que van a lado de la tragedia y el desastre. Tenemos 40 años viéndolo y recordándolo. Pero me parece que también es interesante hablar de los beneficios colaterales que, al mismo tiempo, se dieron con el terremoto.

Dos señores ciegos en una parada del Ruta 100. Crédito: FRANCISCO MATA ROSAS
Dos señores ciegos en una parada del Ruta 100. Crédito: FRANCISCO MATA ROSAS

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Después del sismo, me pidieron el departamento de la Guadalupe Inn y tuve que mudarme a la colonia Doctores, en los condominios que se llaman Soldominios. Exactamente en la calle de atrás se había caído el edificio que en aquel entonces era de Economía, un edificio muy grande que estaba sobre avenida Cuauhtémoc. Era muy curioso porque cada que despertaba y abría la ventana, lo que veía era ese edificio tirado. De repente, los escombros, los edificios caídos, las protestas, los campamentos, la gente viviendo afuera de estos inmuebles, se convirtió en parte de nuestro paisaje cotidiano. El terremoto fue a las 7:19 de la mañana, pero los efectos duraron muchísimos años. Fue un terremoto que se extendió décadas.

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Nunca había visto implosiones. En 1985 fue la primera vez que vi cómo se dinamitaba, hacia adentro, un edificio. Fue impresionante, sobre todo, porque estaban los vecinos observando. Nos colocaban en una zona de seguridad, todos viendo una especie de espectáculo. Ahí donde se destruiría todo, era el hogar de algunos de estos vecinos. Fue impresionante mirar y oír los gestos, el llanto, etcétera.

Lo vi en los multifamiliares Juárez de la colonia Roma, casi frente al Centro Médico. En esa zona había un paso a desnivel, una especie de pasillo que conectaba los edificios, y con el cascajo de las implosiones, ese paso a desnivel se rellenó, se convirtió en una calle que cada vez que paso por ahí, me viene a la mente que debajo hay escombros y restos de quien sabe qué. Gran parte de la historia está enterrada en esa área de la colonia Roma.

En esa misma zona, en la calle Chihuahua, exactamente enfrente de la Casa Museo Leonora Carrington, hay un edificio que está destruido desde el sismo del 85 y ahí sigue, tiene 40 años en ruinas, lo ocupan de manera ilegal algunas personas que viven bajo un riesgo tremendo. De repente encontramos en la ciudad todavía algunas de las marcas que dejó el sismo. Pero también encontramos huellas positivas: los protocolos que ahora tenemos como los simulacros y toda la cultura del sismo que nos hizo evolucionar. Eso era necesario porque somos una urbe que está en una zona sísmica y pareciera que el terremoto nos tomó por sorpresa, como si nunca hubiera temblado en Ciudad de México, cuando ya había habido terremotos muy fuertes como el de 1957, por ejemplo.

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A pesar de que mi concepción sobre el fotoperiodismo y, en particular, el documentalismo ha cambiado a lo largo de estos 40 años, sí reconozco que en aquel entonces la manera de trabajar y entender el fotoperiodismo era tratando de sintetizar en una imagen lo que estábamos viendo. La norma del fotoperiodismo siempre ha sido esa: tratar de sintetizar una situación en particular, inclusive el drama humano para lograr comunicarlo.

El fotoperiodista siempre estará filtrando lo que ve, no se debe entender que eso es la captura directa de la realidad sino, efectivamente, en el momento en que yo decido qué encuadrar, cómo encuadrar, qué tanto me acerco, qué tanto me alejo y, sobre todo, qué es todo lo que dejo fuera de mi fotografía, estoy haciendo un proceso que tiene que ver conmigo, con mi historia, con mis sentimientos y mi situación.

Desde esta perspectiva, cada cobertura es distinta. Aunque en un lugar estemos muchos colegas, cada quien compondrá una imagen desde su punto de vista. Y ese punto de vista está construido por historias personales.

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