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Es el anuncio de la segunda llamada y la explanada de la Alhóndiga de Granaditas está casi llena. El gran concierto inaugural de la edición 51 del Festival Internacional Cervantino, "Broadway goes Hollywood", tiene a Brent Barrett, Doug Carpenter, Niki Scalera y Maren Wade, cantantes con una larga trayectoria en la canción musical estadounidense, en compañía de la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato (OSUG) bajo la batuta de Roberto Beltrán-Zavala. En el escenario también hay un carismático maestro de ceremonias, Glauco Araujo, y el pianista Philip Fortenberry, quien ha participado en diez espectáculos de Broadway.
Una de las primeras canciones es “María”, de “West Side Story”, que no necesita presentación. Detrás de los cantantes y del piano, los músicos de la OSUG tocan y, al fondo, una pantalla proyecta imágenes del cielo nocturno. “Cada musical necesita una canción que nos dé esperanza”, dice Araujo después.
La ropa de los cuatro es de época: trajes azules, grises, verdes y amarillos. Trajes que siempre brillan. Sigue “Somebody, Somewheres” y se hace cada vez más visible la confirmación de que Guanajuato tiene, durante un breve momento de la noche, un fragmento perdido en el tiempo de la tradición de los musicales estadounidense. De pronto, los cuatro artistas se unen en coro, mientras la lluvia de estrellas, en la pantalla, recuerda un cielo lleno de fuegos artificiales. No va a ser la primera vez que ninguna de estas dos cosas pase.
“Apuesto a que Guanajuato nunca voló tan alto”, retoma el micrófono Araujo al término de “Willkommen”, de “Cabaret”. Los bailes de los años 30 y su estética están allí, emulados en un espectáculo que pasa revista de las grandes producciones de Broadway y Hollywood: desde sus orígenes hasta la época de oro y el coqueteo con el Rock. Mientras los cellos le dan profundidad a la voz de los cantantes, los drones vuelan arriba de las cabezas de un público que permanece quieto y expectante.
La lista sigue: “Somewhere to watch over me”, “I´ve got rythm”… La voz de Barrett se sostiene unos minutos por ella misma hasta que los instrumentos empiezan a sincronizarse. No es necesario repetir que la orquesta es un instrumento versátil, pero el diálogo entre ésta y la voz de Barrett lo recalca.
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En un edificio no muy alto, junto a la explanada, cinco personas se convierten en espectadores desde la azotea, testigos separados. Incluso el maestro de ceremonias las nota, saluda y bromea con ellas.
Maren Wade canta “Don´t rain on my parade”, de “Funny girl”, y es llamativa su capacidad histriónica: observa atentamente, gesticula y levanta una ceja como si se supiera, más allá de su interpretación, parte del drama que catapultó a Barbra Streisand.
Hay dos momentos altos en la noche: “The impossible dream”, de “Man of La Mancha”, y “Can't take my eyes off you”, con la referencia de “Jersey boys”: I love you, baby, trust in me when I say, oh, pretty baby, canta Barrett y desde los visuales en las pantallas parece que hay un polvo de oro que se esparce sobre todas las cosas. Otro momento alto es el de Nikki Scalera con “Dreamgirls”.
El último trayecto se vislumbra: los cuatro se unen, con trajes azules, a cantar “Family” y dan paso a un popurrí instrumental de canciones de Richard Rodgers y Oscar Hammerstein II, compositores en la cumbre de los musicales.
Es el momento, entonces, de Fortenberry, quién — pelo largo, barba de días, arracada y traje impecable — toma la voz con el piano y despliega su instrumento. Pareciera que Beltrán-Zavala y él debaten y se complementan.
Ahora los cantantes visten de negro y se despiden con “Give my regards to Broadway” y “I wanna go to Hollywood”, a la manera de quien sabe que la noche aún es larga. El público aplaude y empiezan los fuegos artificiales, una y otra vez, mientras la música al fondo suena con su teatralidad y su épica. Entre la multitud se ve salir a Alejandra Frausto y Ken Salazar. El cielo se pinta de azul, de rojo de blanco al estallar las luces. Las personas están detenidas, no se lanzan a la salida, a las calles, como sucede al final de cualquier espectáculo. Permanecen de pie y ven al cielo, mientras graban la pirotecnia con las cámaras de sus teléfonos.
Minutos después, ya en las calles del Centro, los visitantes son una masa, una multitud mayor a la del año pasado. Las estudiantinas congregan a la gente, al igual que los mariachis con trajes azules o blancos, en los callejones y senderos diminutos e intrincados que trazan el urbanismo de Guanajuato. Por cada grupo de artistas callejeros, hay otro de cuerpos de seguridad en las inmediaciones. Un joven que pasea a su perro intenta abrir una cerveza y un policía le pide que la tire a la basura.
Mientras la gente se dispersa en la primera noche del festival, en el aire queda un eco de Broadway que vibra a lo lejos.
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