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Este año Francia, y el mundo, conmemora el centenario de la muerte de Marcel Proust, el autor de la gran novela "En busca del tiempo perdido". Con grabaciones del archivo de la BBC, fuimos en busca del gran escritor.
A finales del siglo XIX, París estaba en medio de La Belle Époque, La época bella, en la que la ciudad parecía el centro del mundo cultural.mEn una brillante ocasión, al príncipe Antoine Bibesco, un joven aristócrata rumano, le presentaron a Marcel Proust.
"Mi madre, que era el alma de la hospitalidad, acostumbrada a dar veladas musicales. Una noche, un joven vino a una de estas fiestas. (...) Tenía unos 30 años. Su cabello era un poco demasiado castaño y sus ojos eran como la laca japonesa. Nos presentaron. Le di mi mano pero apenas la tocó. Era un hábito", le contó a la BBC.
"En años posteriores, con frecuencia me burlaba de él al respecto: 'Odio tu flojo apretón de manos'. Pero Marcel se defendió: 'Si pongo más energía en mi apretón de manos, la gente pensará que siento una simpatía inexistente'". El apretón de manos flojo y la explicación de Marcel Proust para ello eran típicos de su esnobismo, era un rico socialité que quería ser aceptado en los salones más grandes de París.
Antoine Bibesco. Foto: Library of Congress
"Lo primero de lo que hablaba era de los chismes de la gente, de lo que estaban haciendo, de quién se casaba con quién, de lo que le había pasado a tal y cual, de quién había desaparecido del mapa social", señaló Michael Wood, profesor emérito de la Universidad de Princeton. "También hablaba sin cesar sobre arte y arquitectura y particularmente pinturas. Pero además estaba casi todo el tiempo investigando para su libro. Así que una de las cosas de las que te preocuparías un poco si fueras a verlo era dónde aparecerías en el libro y bajo qué disfraz", porfundizó.
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"Él sentía mucha curiosidad por la vida de otras personas -recordó Bibesco- y solía hacerles muchas preguntas. Le divertía conocer los secretos de sus amigos. Era como un amante de los crucigramas que intentaba llenar un espacio vacío durante años", agregó el príncipe.
Los dos Proust
Proust sólo había incursionado en la literatura, pero gradualmente comenzó a retirarse de la vida parisina para dedicarse a escribir.
Autorretrato de Proust. Foto: Getty Images, vía BBC
Pasaba semanas y semanas, sufriendo de asma crónica, en su habitación forrada de corcho, no sólo para insonorizar sino para evitar que el polen y el polvo agravaran sus alergias y el asma.
"A diferencia de muchos hipocondríacos, él estaba genuinamente enfermo. Tuvo ataques asmáticos desde que tenía unos 10 años, pero también hizo toda una carrera a partir de su enfermedad", dijo Wood. "Pero creo que siempre debió haber sido todo el tiempo el gran escritor que iba a ser. Era dos personas: un arrogante al que nada le gustaba más que pasar un buen rato y perder el tiempo, y, en el fondo, otra persona: una escritor enloquecido y obsesivo".
"Se ha argumentado que no podía escribir mientras su madre estaba viva. En cierto modo, todo el libro se trata de ella. Es una celebración de ella y no hay nada en él que ella no habría, de una manera, comprendido completamente. Pero creo que quizás él sintió que era libre de ser quien era como escritor una vez que su madre dejó de estar allí", relató.
Bichos raros y frases eternas
Proust sintió la libertad de escribir sobre personajes homosexuales en "En busca del tiempo perdido". Junto a ellos aparecían anfitrionas de la sociedad, compositores, escritores, sirvientas y un enorme lienzo de La Belle Époque.
"Es un gran tapiz de la vida social francesa, y todos son una especie de bichos raros, casi todos en el libro son fenómenos de algún tipo", dijo Wood. No siempre parece así, sobre todo porque las frases son tan largas, pero si lo lees, si retrocedes un poco, es como leer a (Charles) Dickens en sus momentos más divertidos. Proust era un gran admirador de Dickens y le encantaba la idea de que la gente fuera como bichos raros".
Un tapiz con bichos raros y oraciones eternas, que acumulan una cantidad enorme de detalles.
"Las frases son increíbles. Se extienden página tras página y creo que por eso la novela parecía muy extraña cuando la gente la leía. Tres editores la rechazaron diciendo: "¿Cómo puede alguien pasar 70 páginas describiendo cómo no puede conciliar el sueño? Efectivamente, si quieres saber de qué se trata, es excesivamente frustrante. Por otro lado, si te dejas llevar por el flujo de las imágenes, tiene una especie de encanto garruloso. Y una vez que te das cuenta de que en realidad, digamos, la comparación en el medio de la oración puede ser más divertida que cualquier cosa que la oración te vaya a decir por medio de su verbo principal, te liberas y puedes disfrutarla", narró.
Ese tiempo
"Llegó a la opinión de que todas esas cosas -la vida social, el amor, la amistad... todo- es una pérdida de tiempo. La vida misma es un desperdicio. El tiempo es una pérdida", explicó el profesor. Y luego hizo ese brillante descubrimiento que es que no puedes recuperar el tiempo intentándolo, pero puedes tropezarte con él. Puedes sumergir un pedazo de pastel en el té y de repente provocarás involuntariamente que ese mundo entero que pensabas que habías perdido vuelva a ti. El fenómeno es lo que él llamó memoria involuntaria", detalló.
"Un día me dijo -recuerda Bibesco- que hay un monstruo en la vida que nos devora, y que ese era el tiempo. Proust supo rastrearlo; supo describirlo y supo conquistarlo". Fue el príncipe Bibesco quien vio el mérito en el libro de Proust y lo ayudó a publicar el primer volumen en 1913.
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Carrera contra el tiempo
Durante los siguientes 9 años, la salud de Proust empeoró, y el escritor vivió con miedo de morir antes de terminar su obra maestra. Como recordó su secretaría Celeste Albaret, escribió hasta los últimos minutos de su vida: "me dijo que la muerte lo perseguía y que quería terminar la obra de su vida", le relató a la BBC. "Una mañana, cuando llegué, estaba como un niño que había encontrado el juguete más maravilloso y toda la felicidad del mundo. Y me dijo: '¡Ah querida Celeste! Tengo una gran noticia para ti. Se sentó derecho y me sonrió y me dijo: 'He escrito las palabras El fin. Ahora puedo morir en paz'".
Celeste Albaret. Foto: Getty Images, vía BBC
El 18 de noviembre de 1922, el estado de salud de Proust empeoró. Celeste llamó a un médico y al hermano de Proust, Robert, un distinguido profesor de cirugía. "Cuando llegaron allí, dije: 'Doctor, debemos darle una inyección porque está débil y realmente no está bien'. El médico dijo: '¿Cómo vamos a lograr eso?'. Le dije que ya no se resistía a las inyecciones, así que dijo que teníamos que levantar la sábana para poder inyectarlo en el muslo. Y cuando fui a hacerlo, apenas levanté la esquina del edredón, me agarró la muñeca y la apretó y dijo: '¡Ay, Celeste!'. En ese grito, pude ver la expresión de su rostro.".
"Me decía que lo estaba traicionando. Pero sobre todo, que nunca debía dejar que se le sometiera a esos tratamientos que los médicos imponen a los moribundos, torturándolos con inyecciones para mantenerlos vivos durante otra media hora o una hora. Pero fue horrible", recordó Albaret.
Unas horas más tarde, los médicos le dijeron a Celeste que no se podía hacer nada más por su jefe. "Regresé al lado del profesor Proust, y ambos estábamos junto a él. Y el profesor le preguntó, mientras levantaba un poco a monsieur, porque estaba respirando con dificultad: '¿Te estoy lastimando querido pequeño Marcel?', Y él respondió: 'Sí, mi pequeño Robert'. "Dos o tres minutos después, el profesor cerró los ojos de su hermano. "No me había dado cuenta de que había muerto. Nos miraba con esos hermosos ojos pacíficos y falleció como una luz que se había apagado".
Los volúmenes finales de "En busca del tiempo perdido" fueron publicados después de la muerte de Proust. Ahora es considerada como una de las obras maestras de la literatura moderna.
melc