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Luego de su captura, Caro Quintero había confesado en la Procuraduría General de la República su historia de nueve años de narcotraficante . Entre estos había sobornos de más 800 millones de pesos a agentes de la Policía Judicial, de la Dirección Federal de Seguridad, soldados, campesisnos, etc.
En abril de 1985, cuando se presentó en juzgado primero de distrito en materia penal, se amontonaron casi 200 personas, entre curiosos y medios de comunicación, para presenciar las declaraciones de Caro Quintero. Sin embargo, el narcotraficante sostuvo durante toda la audiencia una burlona sonrisa y negó sus declaraciones anteriores.
La actitud del narcotraficante causó revuelo entre los asistentes: “¡Señores, esto no es un circo!”, se gritó para calmar las aguas. Como si se tratase de una película, Quintero dijo que no tenía abogado, entre el tumulto surgió un grito: “Si usted quiere yo puedo ser un defensor”.
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Lee la crónica completa de la audiencia que sostuvo Caro Quintero en abril de 1985, como se publicó en EL UNIVERSAL.
Foto: Hemeroteca El Universal
Fue un enigma la continua sonrisa de Caro Quintero
10 de abril de 1985
- Desorden en el juzgado
- Nada lo alteró
- Calló al defensor
Por Salvador Rico, reportero de EL UNIVERSAL
Una voz pretendió apaciguar el encendido ambiente:
“¡Señores, esto no es un circo!”.
Al juzgado primero de distrito en materia penal comenzaban a llegar decenas de curiosos con un solo objetivo: ver y oír a Rafael Caro Quintero.
Pero era imposible el sosiego en esa oficina judicial del Reclusorio Norte.
Un hervidero fue la audiencia en que Caro Quintero rindió su declaración preparatoria: en un espacio de unos 15 por 4 metros tuvieron que acomodarse aproximadamente 200 personas, entre funcionarios y empleados judiciales, fotógrafos, camarógrafos y reporteros. La diligencia no pudo ser presenciada por un buen de personas que no tenían otro afán que el de satisfacer la curiosidad.
Foto: Hemeroteca El Universal
A las 10:15 horas, con una enigmática sonrisa -¿resignación?, ¿confianza?, ¿desafío?, ¿cinismo?...-, apareció Rafael Caro Quintero.
Los muros de la oficina judicial parecieron convertirse en un espectacular foro dispuesto para recibir al hombre de 29 años -fue la edad que dio ayer, aunque otras versiones hablan de 32 y 25- acusado de ser uno de los principales narcotraficantes de México.
Se comentaba: -”Ya se habla más de él que de Durazo”, “al rato hasta un corrido va a tener”, “no faltará quién quiera hacer una película”, “van a tener competencia los que manejan el narcotráfico en el reclusorio”.
Foto: Hemeroteca El Universal
Impasible al llegar y también al oír el contenido de sus declaraciones -negadas- ante el Ministerio Público. Ninguna cifra ni palabra lo alteraron: sobornos, aviones, ranchos, casas, coches Grand Marquis, metralletas, mariguana…
A excepción de la sonrisa llena de enigma que de cuando en cuando se medio dibujó en sus labios, el rostro de Caro no reflejó emociones.
Apenas llegó el presunto narcotraficante -moreno, cabello chino levemente encanecido, bigote y barba incipientes-, se inició la cacería de su imagen y su voz: velos, decenas de manos accionaron cámaros fotográficas y televisivas, y ante él fue colocada una veintena de grabadoras.
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Caro se ubicó detrás de las rejas, que impedían verle plenamente la cara. Al centro de la celda hay un cristal que permite ver con claridad a los detenidos, pero a ese lugar sólo momentáneamente se acercó Caro Quintero. Fotógrafos y camarógrafos -los hay también de medios informativos extranjeros- pidieron:
“¡Caro, al vidrio!”.
“¡Quiten los expedientes, no dejan ver!”.
“¡Aquí, para la televisión, Caro!”.
Foto: Hemeroteca El Universal
Esperada hace cinco meses -cuando fueron descubiertos los vastos plantíos de mariguana en Chihuahua-, la presencia de Caro Quintero ante la opinión pública provocó un tumulto en el juzgado primero de distrito en materia penal.
Antes del arribo, hacia las 9:30 horas, el pasillo del primer piso del edificio de juzgados de distrito ya estaba semiocupado por enviados de diversos medios de información.
Las puertas estaban cerradas. Adentro, el juez y sus secretarios preparaban los expedientes de Caro y sus coacusados, documentos que apilados medían por lo menos medio metro.
Cuando eran las 9:30 -a las 10:00 había sido fijado el inicio de la audiencia-, los representantes de los medios informativos estaban impacientes. Más los fotógrafos y los camarógrafos, porque había que instalar tripiés y preparar la luz. Unidos frente a la puerta, insistieron en la necesidad de entrar.
Abierto el acceso y apretujadamente instalados frente a la reja de prácticas del juzgado -algunos archiveros fueron convertidos en gradas-, fotógrafos, camarógrafos y reporteros atestiguaron la audiencia.
- ¿Y el defensor? -preguntó el secretario del juzgado, Julio Lobo Moreno. Caro Quintero -vestido con el uniforme reglamentario de los penales: beige, manga corta, con los logotipos del DDF y del sistema de reclusorios -dijo que no tenía abogado defensor y, sin demora, José Rojo Coronado se ofreció.
“Yo fui -expresó en voz alta Rojo a Caro- quien le consiguió el amparo. Si usted quiere yo puedo ser un defensor”.
Foto: Hemeroteca El Universal
Voz grave con acento incuestionablemente norteño. El acusado de La Noria, Sinaloa, aceptó la defensoría de Rojo Coronado, quien inmediatamente se dispuso a trabajar, aunque más tarde, cuando intentó hablar y Caro se lo impedía con un ademán, el abogado dijo al detenido: “Yo debo hablar. No soy un abogado decorativo”.
El juez, Pedro Elías Soto Lara, restablecía el orden de la audiencia cada vez que era alterado. No fueron escasas las fricciones entre Rojo Coronado y el agente del Ministerio Público, Guillermo Narváez Bellacetín, al grado de que en una posterior diligencia, pidió que aquél fuera expulsado del juzgado.
Salvo cuando refirió el trato violento a que fue sometido antes de llegar al juzgado -“a pura tortura me hicieron firmar”-, Caro Quintero fue lacónico en su declaración prepratoria.
Y del juzgado, Caro Quintero se retiró, tres horas y 45 minutos después de haber llegado, con la misma inefable sonrisa-.