El valor de un contexto arqueológico, específicamente uno tan valioso como un cenote maya que representó el inframundo y que ha pasado casi mil años sin ser intervenido, debe ser uno de los elementos más importantes a analizar en las investigaciones arqueológicas futuras, así lo apunta el arqueólogo subacuático Guillermo de Anda, director del Proyecto Gran Acuífero Maya (GAM), y quien actualmente encabeza varios frentes de exploración en la Península de Yucatán, con el objetivo de desentrañar los misterios del mundo maya y, aún más ambicioso, encontrar la entrada al cenote debajo de la pirámide de Kukulkán, en Chichén Itzá.
Desde la publicación del libro Exploraciones del mundo subterráneo. Un acercamiento al Gran Acuífero Maya (2022, Aspen Institute México), el cual reúne las investigaciones más representativas del Proyecto GAM de los últimos años, De Anda y su equipo han centrado sus esfuerzos en brindar nuevas teorías e interpretaciones sobre las cuevas y cenotes del área maya.
“Las cuevas nos dicen muchas cosas, pueden tener ofrendas ricas y muy bien preservadas, e incluso materiales que no se encuentran normalmente en la superficie, pero no sólo eso, nos da mucha información del sitio que está alrededor de ellas, ¿qué información es esta?”, expresa De Anda en entrevista remota desde Chichén Itzá.
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![La exploración ha sido superficial, no se ha hecho excavación ni se ha alterado el contexto arqueológico encontrado. (06/01/2025) Foto: Karla Ortega | Proyecto Gran Acuifero Maya](https://www.eluniversal.com.mx/resizer/v2/MTINSUTMDRASTDCT6PH6ETFAZQ.jpg?auth=3351970cf7c707c19542472da430da92275f53a2b8b01a30f66490c047b8c18c&smart=true&height=620)
Y responde sin dudar: “¿Cuál fue el momento de inicio de un sitio y, hago énfasis en lo siguiente, el momento de término de ocupación de un sitio? Y lo aseguro porque las cuevas tienen esta connotación, son sitios fundacionales de los asentamientos en sus primeros años, sitios en donde se acudió a orar, a pedir, a ofrendar y a estar en comunión con deidades, es una gran información que no debemos perder de vista”, explica el arqueólogo.
La última cueva a la que De Anda y su equipo accedieron es Balamkú, en Campeche, un lugar subterráneo que ha arrojado nueva información sobre los cenotes de la Península de Yucatán. Al respecto, el investigador da más detalles acerca de los resultados de esta particular exploración, en la que penetró a un contexto arqueológico que no había sido explorado durante casi un milenio.
“Balamkú es la última cueva que hemos explorado y que nos ha arrojado información, y es que, adelanto, se destaca porque está muy bien preservada. Hace cuatro años, siguiendo la información del doctor René Chávez sobre una entrada al Castillo de Kukulkán, estuvimos explorando posibles entradas para llegar, pero desgraciadamente no hemos logrado llegar”, dice De Anda.
El arqueólogo detalla que, gracias a esa búsqueda fue como se adentraron al cenote de Balamkú.
“Estuvimos buscando esa entrada al este del castillo, en el cenote de Xcajum, y ahí notamos una anomalía, que el agua había bajado mucho su nivel a pesar de no ser época de estiaje, por lo que pensamos que pudo pasar algún evento que no hubiéramos entendido, e intentamos buscar ahí una caverna, pero no tuvimos resultados”, apunta.
Al ver reducidas sus opciones, cuenta De Anda, locatarios mayas les indicaron a los investigadores que al sur de Xcajum se encuentra la entrada a un cenote. “Me dijeron que no me habían dicho porque es una entrada muy pequeña, ni siquiera se notaba que era cueva. Metimos una cámara boroscópica y topó, detrás de una piedra, un vacío, por lo que concluimos que había una cueva ahí”, detalla.
De Anda cuenta que removieron algunas piedras y se encontraron con un pasaje demasiado estrecho, donde apenas cabe un cuerpo humano acostado. “Entramos a una cueva que conecta con un pequeño salón, en el que parecía que había habido escalones, me arrastré, y de pronto encontré unas escaleras mayas perfectamente definidas, ahí supe que estábamos en un lugar importante”, relata el arqueólogo.
Al estar abajo, De Anda tardó cinco días en encontrar un pasaje, ya que los otros pasillos se cerraban, sin llevar a ningún sitio. “Estuvimos explorando la cueva y finalmente dimos con un pasaje. Los antiguos mayas, al igual que todos los mesoamericanos, eran sumamente fantásticos, y lo digo porque yo pasé tres veces por este pasaje y no vi gran cosa. Pero de repente volteé y vi una pared con un hueco y me percaté que ahí no había explorado, pero los mayas lo escogieron así porque está muy disimulado. Para acceder, tuve que dar un giro muy incómodo, y al ya casi llegar, vi la primera ofrenda”, narra el arqueólogo subacuático.
![Detrás de un estrecho pasaje, el investigador halló unas escaleras mayas perfectamente definidas. (06/01/2025) Foto: Karla Ortega | Proyecto Gran Acuifero Maya](https://www.eluniversal.com.mx/resizer/v2/VACYKGVMQBF2VNYPB2A3R67ODA.jpg?auth=c76a4cf4a57363dab86b1e94d38fe8cea700b8dbd7df7713087b94e68dedc2c9&smart=true&height=620)
¿Por qué Tlaloc y no Chaac?
El equipo encabezado por De Anda ha localizado, hasta la fecha, siete ofrendas en la cueva de Balamkú, casi todas dedicadas a deidades del agua. “Hemos encontrado ofrendas para el dios del agua. Tenemos que hacer todavía muchos análisis arqueométricos, etnobotánicos, pruebas de Carbono 14 y otras para determinar edades, pero en cuanto al tipo de ofrendas, éstas parecen pertenecer al Clásico Terminal, pareciera entonces que coincide entonces con otras cuevas que hemos ya explorado, y parece que coinciden con una época de sequía, que los climatólogos han dicho que existió”, revela De Anda.
Una particularidad que asombra a los investigadores son ciertas representaciones de la deidad Tlaloc, quien era el dios del agua y del trueno en el Centro de México. “Hemos encontrado representaciones de Tlaloc en el corazón del área maya, con este hallazgo, ya es el segundo lugar donde lo encontramos, anteriormente encontramos representaciones de este dios en Chichén y en el cenote Holtún. Sin embargo, lo más importante ahora es determinar la razón de su presencia en esta área maya, en un lugar así de sagrado, y además determinar por qué no encontramos aquí tanta presencia de Chaac, el símil de Tlaloc en el área de maya”, subraya el investigador.
Sobre las ofrendas de Balamkú, el arqueólogo indica que es clara la representación de Tlaloc en algunas vasijas. “Estamos definiendo si la ofrenda fue una petición específica a un dios, y por qué Tlaloc y no Chaac, o si es una modificación de este último. Pero, tal vez, lo que encontramos es una súplica a un dios extranjero porque el dios local no correspondió, pero esto es una mera hipótesis, no puedo probarlo todavía, pero estamos pensando en todas las posibles respuestas”, sostiene el especialista.
Otras piezas encontradas en las ofrendas son incensarios con incrustaciones, molcajetes en miniatura, veneneras, platos, y vasijas con tapas. “Encontramos una vasija mediana con una cabeza de jaguar impresionante, en otros escondites hallamos vasijas redondas con el rostro de Tlaloc, similares a las que hay en el Templo Mayor, en fin, la cueva es impresionante con ofrendas muy ricas”, precisa.
De Anda destaca que estas primeras exploraciones han sido todas de forma superficial, ya que no se ha hecho ningún tipo de excavación o modificación al contexto arqueológico hallado. “Debajo de todo lo que vimos hay muchas cosas más. Pero no queremos alterar y sin sacar nada, es un preservatorio natural. Las vasijas contienen dentro su material original, aquello que se ofrendó u ofreció o quemó a los dioses sigue ahí”, detalla.
Un sitio sellado por mil años
El hallazgo de la entrada a la cueva sagrada de Balamkú fue hecho, por primera vez, por un joven de 13 años, en 1966, cuenta Guillermo de Anda. En esos años, Esteban Masón, un joven de una zona cercana a Chichén Itzá, enfrentaba con su padre una temporada de estiaje.
“(Él) vivió muy cerca de la cueva de Balamkú porque su padre tenía su milpa muy cerca de la entrada. Este niño, que ayuda a su padre, que van por leña y agua muy lejos, y que son gente muy pobre, me contó personalmente que se sentó en un ‘altillo’, ahora sabemos que se sentó en un montículo arqueológico, y que vio todo muy seco alrededor. De pronto vio un ‘caimito’, un árbol de la zona de Yucatán, que florecía, que estaba verde, por lo que pensó que debajo de ese árbol había agua”, narra el arqueólogo.
De Anda cuenta que Esteban Masón buscó la entrada a esa área subterránea de agua con sus manos, hasta que halló la zona donde los mayas sellaron la entrada a la cueva de Balamkú. “Él logra encontrar la entrada, entra a la cueva y, con ayuda de una antorcha, vio vasijas y vestigios, lo que le provocó mucho miedo, por lo que retrocedió y mejor fue a contarle a su papá”.
El padre de Esteban Masón fue con el custodio de Chichén Itzá y le contó lo que su hijo había encontrado. Entre los arqueólogos que supieron de este hallazgo destaca Víctor Segovia, quien vio la cueva, pero decidió cerrarla otra vez.
“No sabemos cuál fue su motivo. Pero, al pensar en los años, Segovia estaba atendiendo las exploraciones del cenote sagrado de Chichén, estaban viendo Balamcanché, y es que sólo eran tres arqueólogos para todo el sureste, eso es importante, tal vez por eso decide cerrarlo, sin embargo, no dejó notificación ni mapa del hallazgo”, agrega.
“Llegamos nosotros 60 años después de estos hechos, también guiados por el agua, a una cueva que permaneció sellada un milenio”, concluye el arqueólogo.