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ana.pinon@eluniversal.com.mx
La vida de un bailarín tras una lesión, un accidente o una enfermedad jamás vuelve a ser la misma. La rehabilitación suele ser un infierno porque los gastos médicos se vuelven una preocupación prioritaria, ya que la gran mayoría no cuenta con seguro social y muchas veces deben acudir al apoyo del gremio para recibir donaciones. Además van con médicos no especializados en lesiones de bailarines y atletas de alto rendimiento, quienes no les ofrecen el tratamiento adecuado o les dan diagnósticos fatales. Para muchos, el reto más grande es vencer al miedo, al dolor y a la amenaza del final de una carrera.
En julio pasado, en entrevista con EL UNIVERSAL, la secretaria de Cultura, María Cristina García Cepeda, aseguró que la seguridad social de los artistas era un tema prioritario para su administración y se encontraba trabajando junto con la Secretaría de Salud. De acuerdo con la dependencia, continúan desarrollando conjuntamente mecanismos para beneficiar a la comunidad artística.
Cinco bailarines de danza clásica y contemporánea cuentan sus historias tras sufrir una lesión. También hacen un llamado a legisladores y a autoridades a reconsiderar el tema de la seguridad social, así como a crear una red de médicos que conozcan no sólo el trabajo de los bailarines, sino también sus formas de entender el mundo. “Ojalá hubiera médicos que comprendieran la psicología de un bailarín, nosotros seguimos, no paramos un ensayo o una función, lo entregamos todo; nuestro umbral del dolor es muy grande porque trabajamos con nuestros cuerpos. Necesitamos especialistas en nuestro campo, sí los hay, pero puede ser muy difícil encontrarlos”, dice Guadalupe Acosta, bailarina de Contempodanza y maestra en Danza Capital, quien se recupera de una lesión en la rodilla, sufrida en un ensayo a principios de año. Aunque sí contó con el apoyo de su compañía, asegura que la salud debe ser un tema primordial para cualquier compañía de danza en el país.
Un salto lo cambió todo. Carolina Patiño, dice, no volvió a ser la misma bailarina. Antes de su lesión era buscada por coreógrafos, bailaba como solista en foros como el Palacio de Bellas Artes y trabajaba para importantes compañías. Un salto lo cambió todo. En un ensayo levantó las piernas tan alto como pudo y cayó sobre su rodilla izquierda. Todo se rompió. No tenía seguro médico.
Fue llevada a un hospital privado pero el médico que la revisó le aseguró que no se trataba de una lesión grave y la mandó a casa. Cuando pasó la anestesia, el dolor fue brutal. Así empezó un largo camino de rehabilitación, gastos, angustias y miedos.
“La directora de la compañía para la que trabajaba, Anima Inc, se hizo cargo del primer médico, lo demás lo tuve que cubrir yo, pero tras una negociación con la empresa se reconoció que tenían un compromiso laboral conmigo y después cubrieron parte de mis gastos médicos”, cuenta.
En ese momento, Carolina era becaria del Fonca y también tuvo que buscar apoyos para que no le fuera retirada la beca. Sin ella, afirma, habría sido difícil solventar los gastos durante sus nueve meses de rehabilitación. Sólo la cirugía costó 80 mil pesos.
Como en otras ocasiones, la comunidad dancística unió esfuerzos para apoyar a Carolina; se ofrecieron funciones a beneficio. “Me apoyó mucho Cuauhtémoc Nájera, Jaime Camarena, Marco Antonio Silva. Del día que me lastimé al día de la cirugía pasó un mes, tiempo en el que me la pasé buscando dinero y apoyos. Fue una etapa muy difícil. Por desgracia, después de la operación presenté una infección y me dijeron que debían volver a operarme. Fui al Instituto Nacional de Rehabilitación y dijeron que me dedicara a otra cosa. Nunca he llorado tanto como en esos días”, recuerda.
El panorama parecía desolador y las preguntas la atormentaban: ¿Y si no vuelvo a bailar? ¿quién soy si ya no soy bailarina? “Son preguntas muy duras. Los bailarines solemos pensar que seremos eternamente jóvenes. Me sentí tan vulnerable y todo el proceso fue muy doloroso. Mi carrera era exitosa y saberme frágil fue un doble golpe. Me empecé a dedicar a cosas menos riesgosas como el performance, el show. México sigue siendo un país que no considera a los bailarines como profesionales, no nos hemos ganado el respeto de la gente. Las compañías producen con la lana que se puede y no son capaces de ofrecer sueldos dignos ni contratos que nos permitan acceder a un seguro o a una vida más tranquila”.
El desgaste emocional. Hace cinco años Stephanie Girón tuvo un accidente de motocicleta. De ese día recuerda; “La ambulancia tardó una hora en llegar, yo no me podía mover porque no sentía las piernas. Me llevaron a una institución privada, el paramédico, mientras cortaba mi pantalón y limpiaba la sangre, me dijo: ‘Tranquila, seguro sólo fue una fractura’. Lo escuché y me solté a llorar, le expliqué que yo era bailarina. No sólo me preocupaba lo que me había pasado, sino también el hospital a donde me llevaban, sonaba muy caro y yo no tenía dinero para pagarlo”, escribe Girón desde China, donde radica.
Stephanie había trabajado en el Ballet de Cámara del Estado de Morelos y en Humanicorp Teatro Danza Aérea. Y, a la fecha, no cuenta con seguro de gastos médicos. Tras el accidente, explica, la compañía en la que laboraba en ese momento, Humanicorp, la apoyó con los gastos de la ambulancia y el hospital hasta que la dieron de alta. Una vez que salió del nosocomio, se encontró sin apoyo.
“Todos los gastos médicos, como medicamentos, tratamientos y cirugías, los pagué yo, tuve que trabajar dando mil clases con las piernas mal y trabajaba en todos los shows que me salían. Antes de mi primera cirugía, algunos amigos intentaron hacer una campaña de donación, pero no hubo respuesta. Después del accidente pasaron dos años de consultas, terapias, inyecciones dolorosas, y siempre me dijeron: “No vas a volver a bailar”. Hubo un doctor que me traumó porque cada que iba a terapia me decía: “Si sigues haciendo lo que haces, ve ahorrando para tu prótesis de rodillas”. Me pesaba todo el desgaste emocional”.
La rehabilitación duró unos cuatro años. “No me daba el descanso necesario, tenía que trabajar para pagar medicinas, terapias, consultas. Además, ya trabajando en China colapsaron mis ligamentos de la rodilla y se rompieron, me operaron, fue toda una experiencia con un choque cultural, del otro lado del mundo, sola. A la fecha ya no puedo bailar”. Stephanie sigue trabajando en China y se dedica a la danza aérea y al circo.
Parar una función no era una opción. Isis Murcio llevaba días sintiendo que algo no estaba bien en su cuerpo, las puntas suaves que debía usar por instrucción de la dirección artística de la Compañía Nacional de Danza le habían provocado malestares como calambres que, dice, decidió ignorar porque sólo faltaban un par de funciones para concluir con la temporada de Sueño de una noche de verano en Bellas Artes. Para ella, como para todos sus compañeros, parar una función no era una opción. Además, dice, era una etapa compleja en la compañía y existía un miedo constante a perder el trabajo, no deseaba dar razones para que no le fuera renovado su contrato. En la penúltima función, tras un salto, sintió cómo su pantorilla se rompió. Salió de escena saltando.
“Me llevaron a urgencias de un hospital privado y, después de varias horas de espera, me dijeron que había tenido un desgarre parcial. Me dieron un desinflamatorio y me mandaron a mi casa con una media férula, me sugirieron un médico del deporte. Fui con uno, leyó el historial que llevaba, le pareció bien y sólo me cambió el vendaje y me puso un torniquete. Me revisó a los 15 días, me dijo que todo iba bien, me dio permiso de quitarme la venda. Al llegar a casa lo hice y sentí un dolor horrible. Busqué otro médico, me hizo un ultrasonido y me informaron que tuve un desprendimiento del músculo de la pantorilla y que estaba en riesgo de agravarse hasta convertirse incluso en una trombosis. Me tuvieron que operar”.
Isis cuenta con seguro de gastos médicos, pero tras los trámites engorrosos que exigen para hacerlo válido, ella tuvo que saldar los gastos urgentes y tras una negociación con el INBA le hicieron un reembolso. La rehabilitación de Isis duró un año. “Me deprimí muchísimo. Me sentía muy mal. Estaba en negación. A veces no comía, tiraba la comida para engañar a mi familia, me alimentaba con muchas galletas, chocolates, helados. Caí en un desorden alimenticio. Creo que me hizo falta ir con un terapeuta. En el proceso me embaracé y fue muy importante para mí porque todo empezó a componerse. Comencé a cuidarme y a desear estar bien”, dice.
Recientemente, Isis volvió a la Compañía tras un año y tres meses de no bailar. Físicamente, dice, se encuentra bien. Emocionalmente, reconoce, falta todavía un tramo por recorrer. “Me siento muy feliz de volver a bailar. Me han tratado muy bien, el nuevo director ha entendido muy bien. Volví a pisar Bellas Artes y sentí miedo al ver el lugar donde me lesioné. Hay una parte de la pantorrilla en donde no siento la contracción cuando me paro en punta, tengo que aprender a controlarlo. Siempre supe que quería seguir siendo bailarina, pero no estaba segura de lograrlo”.
Un gremio solidario. Uno de los casos más recientes es el del bailarín Yaroslav Villafuerte, quien está hospitalizado en Mérida desde hace varias semanas luego de sufrir un accidente en motocicleta. El gremio se ha organizado para recaudar dinero. Sus padres se mudaron a aquella ciudad para cuidarlo.
Su madre, cuenta a EL UNIVERSAL, confía en que su hijo podrá salir adelante pese a la fractura de cadera, politraumatismo y a la infección en los pulmones que presenta.