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En marzo de 1986, Dolores Olmedo platicó en entrevista cómo fue su relación con Diego Rivera, a quien siempre le habló de usted.
“Nos une una relación espiritual, platónica, más allá de lo carnal”, dijo Olmedo en aquella ocasión, en la que recordó cómo fue que se conocieron cuando ella era una niña, cómo era la personalidad del legendario artista, cuál fue la última obra que hizo de ella y hasta cómo fue que se despidió Rivera, antes de morir: “Disculpe linda, estoy muy cansado, quisiera decirle tantas cosas pero él ya che va”.
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Dolores Olmedo: amaré a Diego aún después de muerta
Por Fidel Samaniego, reportero de EL UNIVERSAL
Dolores Olmedo deja brotar su emoción, le hace brillo en su mirada y vibración en la voz:
- A Diego Rivera lo amé intensamente, lo amo y lo seguiré amando, aún hasta después de que me muera.
Envuelta en su olor a flores, perfume francés; reina en su mundo, tan cerca y tan lejos del atormentado Distrito Federal, sacerdotisa en ese templo de adoración a Diego, Dolores agrega que también él la amó y la ama. Pero aclara:
- Nos unió, nos une una relación espiritual, platónica, más allá de lo carnal.
Y cuando habla de él -sólo una vez dice su nombre, después es siempre “el maestro”-, lo hace presente, lo describe:
- Sus manos eran finas, suaves, cuando uno las tocaba, parecía que no tenían hueso, que sólo eran carne o viento. Su voz no era ronca, era fuerte y cuando él se enojaba, parecía trueno, pero casi siempre era dulce. El mismo era tierno, generoso, muy humano.
Dolores ha llegado a la sala, vestida en un insólito amarillo seda china en la blusa y en el pantalón. Impecable, envuelta en su perfume. No es hoy la dama de negro y sólo luce un anillo en la mano derecha. Su pelo, como siempre, aprisionado hacia atrás.
Ha tardado en aparecer. La noche anterior regresó de Houston y se ha sentido mal.
Sentada junto a la foto que él le dedicó -”para Lolita Olmedo, del primero de sus admiradores, y del último de sus pintores”-. es ella en esos momentos, una suave mujer que goza con sus recuerdos:
- No lo digo con vanidad, pero no creo que a nadie le haya hecho las dedicatorias que a mí me hizo.
Y ahí la sonriente y también legendaria mujer, muestra otras de las dedicatorias:
“Lolita, Lolita linda -no olvide a su rana pintor, que si no es mucho en el mérito, si es el primero en amor”.
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Y recuerda una vez más una escena siempre presente en ella:
- Al maestro no le gustaba que se le interrumpiera cuando pintaba. Se metía en sí mismo para crear sus obras. Una vez, estaba haciendo el retrato de mi hija Irene y entró a su estudio el doctor Millán, que le dijo: ‘Diego, tiene usted cáncer, necesita operarse de inmediato”. El apenas volteó y volvió al lienzo, sin inmutarse, siguió trabajando; sólo dijo “Qué cabrón trastorno”.
En esa casa, que fue la del último de los reyes de Xochimilco y cuartel de los zapatistas, está el amor de Dolores por Diego.
- Esta siempre será la casa del maestro. Cuando me muera, se quedará para el pueblo, con sus obras, y los muebles, y los colores que a él le gustan. Yo ya lo decidí así, y pronto, voy a construir otra residencia aquí mismo, para irme a vivir ahí para que desde luego sea ya sólo de él. (...) Es un amor muy espiritual más allá de la carne. Es una cosa muy interna.
(Olmedo) recuerda que conoció a Diego cuando ella era niña. Había acompañado a su mamá, que era maestra normalista, a la Secretaría de Educación Pública y en el elevador se encontraron con el pintor; él ya llenaba los muros con su genio, después de que se los había cedido José Vasconcelos.
- El maestro se me quedó mirando, sonrió y le pidió permiso a mi madre para hacerme unos dibujos. Y ella aceptó. Fue cuando conocí la magia de posar para él, de ver cómo sus pequeñas manos dibujaban.
Dolores ríe:
- Lo que ni mi madre ni nadie supo fue que aquella vez me hizo una serie de desnudos.
Dolores agrega:
- Y por cierto, el último dibujo que me hizo fue otro desnudo, de espaldas. Estábamos en mi casa de Acapulco. (...) Nos unía una relación muy bonita. Nos separábamos, viajábamos y luego nos encontrábamos. Cuando él vivía con Frida, yo iba a posar. A veces nos perdíamos para contarnos nuestros problemas. Yo siempre le hable de usted y él también: “Mire linda… oiga linda… mi linda”.
- Él amaba a todas las mujeres. Decía que no había mujer fea. Cuando le dije que Eulalia Guzmán sí lo era, me reprendió dulcemente: ‘No linda, vea su mirada, admire sus ojos, una dama con ese brillo, con esa sabiduría, siempre será bella”.
- El 24 de noviembre de 1957, domingo, fui a la casa de San Ángel. En el estudio, en su cama, el maestro dormía. Me senté junto a él, le acaricié la mano, suave, como sin huesos. El despertó y me dijo “Disculpe linda, estoy muy cansado, quisiera decirle tantas cosas pero él ya che va”. Así, hablando en tercera persona de sí mismo y como niño chiquito, como solía hacerlo. Yo no pude contener el llanto. Por esto, trató de reír y repitió ‘Linda, él che va a dormir’. Horas después el maestro se fue.
Y la sacerdotisa en el templo de Diego, hace entonces de su emoción, una lágrima.
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