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Quería contarles sobre un farsante que se hizo pasar por fotoperiodista en Siria y que engañó a varios colegas, mientras se asoleaba en las playas de Australia; tenía previsto cerrar la columna con el anuncio de los nuevos productos visuales que ofreceremos en el diario y en la web de EL UNIVERSAL para la próxima semana; digamos que todo iba bien, hasta que sonó el estruendo de la Alarma sísmica en el interior de la redacción del diario, en pleno Centro Histórico, y todos salimos corriendo.
Ya saben, al principio piensas “no pasa nada”, “es un simulacro”; dos segundos después, ves a tus compañeros abandonar todo rumbo a la salida. 10 segundos adelante, estamos bajando por las escaleras, cuatro pisos, como si estuviéramos en las olimpiadas, y al minuto, estamos decenas de trabajadores, redactores, diseñadores, periodistas y vecinos en un estacionamiento apiñados, esperando que no nos caiga un edificio encima. Tiembla, y tiembla fuerte.
Pasado el susto, aún mareados, viene el “asombro de estar vivos”, como dijera el buen Juan Villoro en célebre libro sobre el terremoto de 1985. En seguida, dos fotógrafos nuestros, Jorge Serratos y Valente Rosas, toman la moto y salen en busca de imágenes, Reforma, Juárez, y en general el Centro está en calma, pero cientos de personas en la calle, en pijama, en bermudas; los más afortunados con un trago en la mano, saliendo del antro para ver qué demonios pasó.
En seguida vienen las llamadas y los whatssapazos a la familia y a los amigos. Raro, pero todos bien; incluso nosotros, en la misma calle donde hace 32 años se cayó un Conalep y dejó decenas de muertos, de hecho estamos parados en aquellos escombros, hoy es un estacionamiento o algo así. Hemos aprendido.
Por supuesto, soy un sobreviviente del terremoto de 1985, y ahora también del temblor más fuerte que ha sacudido a México en los últimos 100 años (8.2 Richter). Desafortunadamente, ahora me entero que se reportan más de 50 muertos en el sur del país, más de 200 heridos y diversos daños, especialmente en Chiapas y Oaxaca. Hoy, la Ciudad de México reporta saldo (casi) blanco, salvo tres bardas caídas.
¿Qué pasó? ¿Cómo le hicimos para que nada pasara? Aprendimos. La Ciudad y su gente aprendió. La Alarma sísmica te da un minuto que lo cambia todo. Ya lo hubieran querido tener los habitantes del Nuevo León en Tlatelolco hace tres décadas, o las familias de los multifamiliares Juárez en la Roma; no se diga los niños y enfermeras del Hospital General en Centro Médico. Un minuto de alerta que lo cambia todo.
Ahora súmele los nuevos reglamentos de construcción, ahora tenemos rascacielos de primer mundo en Reforma y no se rompió un vidrio; no se cortaron los teléfonos; vamos, ni siquiera se saturó la red celular. La televisión seguía al aire, no se fue la luz y el pánico fue mínimo. Hemos aprendido a convivir con el desastre.
Hace tres décadas, el Presidente de México tardó uno o dos días en aparecer, ahora el gobierno federal se hizo presente en dos horas. Pedimos a todos nuestro fotógrafos que mandaran, desde donde estuvieran, imágenes del temblor, y en la mayoría de los casos registrados en la CDMX, la gente estaba asustada pero serena, abrazada y revisando sus celulares. Nuestro portal registró un tsunami del doble de visitas en esas horas, pero a las tres de la mañana el tráfico volvía a la normalidad.
En la redacción, todos regresamos al trabajo, había un diario que cerrar, todos reporteando, sabíamos que la portada cambiaría radicalmente; adiós a la noticia vieja, lo insólito es nota, fuimos el único diario que le dio la de “8” a una imagen que sintetiza la angustia en la Ciudad, en un lugar emblemático, Tlatelolco; si aceptamos que alrededor de 10 mil personas murieron en 1985, en Tlatelolco fallecieron cerca de mil, más o menos 1 de cada 10 mexicanos que murió en aquel terremoto murió en esa zona. Por eso nuestra portada. Porque sintetiza la historia y el aprendizaje. La foto es de Iván Stephens.
Y por eso, me enorgullece compartir esta pasión con los colegas del diario, aquí se quedaron hasta la madrugada, todos aportando datos, los fotógrafos de Oaxaca se fueron a Juchitán en ese momento. Nos llegaron imágenes de todo el sureste y empezamos a dimensionar los daños. Ya habrá momento para cuantificar el desastre, hoy es momento de reconocer que hemos sobrevivido porque hemos aprendido a sobrevivir; pero adicionalmente, en lo que toca a esta redacción, es claro, a mayor adrenalina mejor periodismo. Un honor trabajar con ustedes, compañeros periodistas todos.