¿Cómo se aprende a ser líderes? En primer lugar, se requiere abandonar estereotipos. La infraestructura no es crucial para generar mentalidades ganadoras, tampoco el nivel socioeconómico de los alumnos o el que posean una formación concreta. Lo importante, lo único que cuenta para enseñar liderazgo, es tener muy arraigados los valores de verdad e integridad. Un decálogo del liderazgo puede ser este:
Conócete a ti mismo.
Existen dos tipos de conocimiento. El primero viene de la información fáctica que se adquiere mediante la educación formal y las prácticas en el mundo real. El segundo se refiere a nuestro propio mundo interior. Esta comprensión de nosotros mismos es una condición fundamental para el auténtico líder. Las universidades que generan programas académicos tendientes al autodescubrimiento y permiten que sus alumnos se involucren en tareas de su interés fortalecen este principio.
Humanismo.
El propio conocimiento asegura que no perdamos nuestra esencia ante el poder. Es la vacuna infalible ante el autoritarismo, que emerge del propio desconocimiento y afán de actuar o representar un rol que no emerge de la propia conciencia sino que es impuesto. Si en las clases se practica el detentar la dirección de un proyecto en los grupos de trabajo, de una manera alterna, es posible el autodescubrimiento de varias dotes y el auto respeto.
Generar comunidades colaborativas.
En las universidades se llaman hermandades. Platón decía que eran unidades sociales con armonía, valor y lealtad. En las empresas son equipos de trabajo triunfadores. Generar estos núcleos de ayuda se genera a través de cédulas interdependientes con un objetivo común. En la medida que se propicia la interacción de todos con objetivos claramente preestablecidos, se permite la apertura a la diversidad de capacidades, estilos de liderazgo y apreciación de las cualidades y aportaciones de los otros. Es indispensable lograr un ambiente abierto, tolerante y cordial, con discusiones francas, donde emerge un consenso que todos apoyan libremente.
Cambios con sentido.
Los líderes deben adoptar una postura flexible: ser rápidos a la hora de aprovechar las nuevas oportunidades y también para descartar prácticas que ofrecen pocas perspectivas de beneficio. La rapidez de actuación es un valor que debe considerarse en todas las prácticas universitarias, porque será esencial en el campo laboral. Y a cualquier cambio propuesto se deben argumentar los beneficios que genera. La regla mínima debe de ser de 3 a 1. Tres beneficios sobre un solo peso en la inversión.
Buscar la verdad.
Alentar las críticas sinceras en toda la organización, dudar de las valoraciones halagadoras y evitar que la autoridad distancie de la verdad es obligación del líder. Implementar formas de evaluación de 360 grados en el aula es una manera de que cada alumno detecte la “verdad” de su propia actuación y competencias. El uso del cuadro de mando integral refuerza este principio de liderazgo.
Crear competencia para elevar el talento.
El constante reto para mejorar es factible con una competencia sana. En las aulas determinado conocimiento puede documentarse con dos propuestas de utilidad práctica en el contexto de negocios actual puede ser tarea rutinaria elaborada por dos equipos de trabajo en el que se intercambien continuamente a los integrantes. La participación continua en este tipo de actividades genera profesionistas proclives a comparar y estimular la creatividad de sus equipos de trabajo.
Tener un código superior.
De todos los retos a los que se enfrenta un líder a medida que las empresas crecen en tamaño y diversidad, hay uno que destaca por encima de los demás: la adecuación de la conducta, metas, intereses y actitudes de los subordinados a los de la organización. Un líder es una persona magnánima que mantiene la integridad personal y nunca transige en sus valores morales. En todas las organizaciones conviene “acordar” que es lo más importante y anteponer valores a metas inmediatas. Los códigos de honor son una herramienta esencial en todos los núcleos sociales y universitarios.
Evaluar la información.
Los líderes no dan por sentado que la información está limpia de designios ocultos e impurezas. No confían en viejas premisas, declaraciones y teorías. Así, certifican la credibilidad y la utilidad de la información crucial, analizan el contexto que produce esa información y a los mensajeros que la transmiten, y nunca formulan juicios apresurados. Cualquier trabajo académico debe evaluarse con gran rigor y corroborar los datos con al menos tres fuentes de información válidas. Este ritual de “búsqueda de la verdad” se convierte en práctica cotidiana cuando se ejerce ya en el campo laboral.
Integridad personal.
La meta de todo líder es el éxito personal. En las universidades deben establecerse políticas y prácticas donde el futuro líder genera planes honorables, se adhiere a un código de conducta profesional y nunca trata de justificar la falta de honradez y la mentira.
Carácter es destino.
El verdadero liderazgo empieza dentro de uno, no fuera. Entendemos como carácter la esencia moral de una persona. En ese sentido, los que poseen buen carácter reconocen y respetan los derechos de los demás, aceptan la responsabilidad de sus propias deficiencias y son leales a un código personal de conducta. Es decir, son personas que han invertido tiempo y energía para evaluar y desarrollar su potencial como seres humanos auténticos. Creemos que esos esfuerzos son los elementos básicos del destino, ya que las personas de buen carácter disfrutan de una sabiduría única que deriva en una profunda comprensión propia. El papel que juegan las universidades en este punto es crucial: deben tener la capacidad de valorar a cada uno de sus estudiantes y reconocer la unicidad, asi como propiciar la propia introspección y determinación de objetivos y metas de vida, más allá de los estándares tipificados de éxito. Es generar en cada futuro profesionista el sentido de auto respeto y realización.
Rector del Colegio Jurista y Presidente del Consejo Doctoral Mexicano.