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Termina 2018 y me sigo preguntando por qué se canceló la obra del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México (NAICM). He consumido cuanto argumento se puso sobre la mesa y aún no hallo la racionalidad de esa decisión.
No puedo quedarme tranquilo con la consulta porque me queda claro que ese instrumento se diseñó para legitimar una decisión que estaba tomada previamente.
Tampoco me convence que la cancelación fue una propuesta de campaña del presidente Andrés Manuel López Obrador, porque varias de sus promesas evolucionaron después del triunfo.
Quizá mi problema radica en que busco una explicación racional para algo que no lo tiene. Tanto los argumentos técnicos como los financieros abonan sin comparación a favor de haber mantenido la obra. Todavía ayer José Antonio Meade, ex secretario de Hacienda y ex candidato presidencial del PRI, volvió a meter el dedo en la llaga.
Hizo cuentas en público y dijo que el país va a perder 145 mil millones de dólares por esta mala elección. Con cálculos que merecen ser tomados en serio hizo ver que para 2034 México estaría extraviando alrededor del 6% de su PIB por haber echado para atrás esta inversión.
En vez de responderle con igual racionalidad, el actual secretario de Comunicaciones y Transportes, Javier Jiménez Espriú, se puso a jugar con las palabras cuando dijo: “Son cuentas alegres de un hombre triste.”
Así ha sido este debate desde que comenzó. De un lado los técnicos y del otro los rudos. De un lado los especialistas y del otro los que no lo son. Y en medio los demás opinando sin comprender por qué una decisión que debió ser neuronal se tomó con el estómago.
Acaso el NAICM fue enterrado para que el nuevo gobierno pusiera tono a su discurso: ¿Quería el presidente fijar distancia con el sector empresarial? ¿Quería dinamitar cualquier legado posible del ex presidente Peña Nieto? ¿Buscó, por esta vía, dar carpetazo a la delincuencia de las constructoras? ¿Tuvo como intención hacer enojar a la parte de la sociedad mexicana que viaja y utiliza de manera intensiva el principal aeropuerto internacional del país?
Lo curioso de este asunto es que ninguna de estas preguntas es relevante. Los países construyen carreteras, puertos, aeropuertos o vías de tren porque el desarrollo de sus poblaciones así lo requiere.
Son obras públicas que intervienen en el futuro de la economía para que la riqueza se multiplique y esa es su única justificación.
El NAICM tenía ese anhelo y su cancelación le hará daño al México de la siguiente generación. Así lo han dicho, no solo Meade, sino absolutamente todas las demás voces especializadas en la materia, nacionales y extranjeras.
La pila de razones para mantener la obra es tan abultada que resulta imposible esconderla. Por el contrario, los argumentos de la cancelación continúan siendo raquíticos.
A decir verdad, las cuentas alegres son las del gobierno: la inversión que se quedará enterrada en Texcoco, las pérdidas provocada por la recompra de los bonos, el pago de multas por incumplimiento, la baja en la calificación de la deuda del Estado, la desconfianza de los futuros inversionistas, el extravío de la reputación del gobierno, la inversión para mover el aeropuerto militar de Santa Lucía a Querétaro, la mudanza de miles de familias fuera de esa base, los sistemas de interconexión entre los aeropuertos sustitutos, son entre muchas otras cosas que mencionar, argumentos que ponen triste a cualquiera.
Durante los últimos seis meses he escuchado decir que el presidente López Obrador ya no sabe cómo echar para atrás esta mala decisión. Me temo que son rumores infundados porque su gobierno sigue convencido de que tomó el mejor camino.
ZOOM: Continúan sin embargo sin escucharse los argumentos técnicos que convenzan. Y mientras más pasa el tiempo, más se revela la cancelación como una idea rematadamente absurda.
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