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En el Día Internacional de la Mujer, queridas congéneres, celebremos el éxito de quienes nos precedieron, pero sigamos firmes porque aun somos pocas las beneficiarias, necesitamos a todas y queremos a todas las demás.
Honremos a las mujeres que nos antecedieron, a aquellas que en su lucha perdieron la vida, sufrieron la cárcel, el ostracismo social, perdieron su única fuente de sustento y a sus familias, sufriendo todo tipo de atropellos, para abrirnos el camino para que hoy estemos aquí con la libertad de hablar, escribir, manifestarnos abiertamente, exigir respeto a nuestros derechos, votar y ocupar cargos públicos .
Esa lucha, que comenzó con los movimientos sufragistas de finales del siglo XIX y hasta mediados del siglo XX, trastocó los cimientos de una civilización que por milenios estuvo dominada por hombres. Una civilización en la que las mujeres no fueron mas que ornamentos, sirvientes, cosas, esclavas, incapaces de gobernarse a sí mismas y sin potestad sobre su persona ni su descendencia. Sin derechos de propiedad y sin derecho a la autodeterminación.
Si la historia puede dar cuenta de alguna revolución victoriosa, esa es la revolución feminista que brotó en distintos países del mundo y que germinó esparciendo sus semillas en todo el mundo, enarbolando la bandera del derecho a votar. Un derecho, por cierto, tan poco apreciado en una sociedad como la nuestra —que no valora el sufragio como la vía de cambiar su entorno y defender sus intereses—, pero que fue lo que transformó al mundo.
A partir del éxito de que los movimientos sufragistas, los partidos y la clase política se vieron en la necesidad de apelar al voto de las mujeres, que nada más y nada menos representaban por lo menos 50% del electorado.
No en balde se incluyeron de inmediato las reivindicaciones sociales de las mujeres: el derecho a la custodia de sus hijos, en caso de separación del padre; el derecho a la propiedad sin necesidad de un tutor; la libre determinación en caso de matrimonio; la equidad laboral y las sanas condiciones de trabajo, la defensa contra la violencia por género, el respeto a los derechos humanos, etcétera.
Cada país luchó con mayor o menor vehemencia en contra de los movimientos sufragistas, pero tarde o temprano perdieron contra una ola avasalladora que ya no podían frenar: Australia fue el primero que concedió el voto a las mujeres en 1902; luego, los países del norte de Europa, el bloque comunista y Canadá en 1917, el Reino Unido en 1918; Estados Unidos en 1920, España y Portugal en 1931, y en América Latina: Brasil en 1932; Chile en 1934 y Bolivia en 1938, por decir algunos.
Internacionalmente no fue sino hasta 1952, que la Asamblea General de las Naciones Unidas sancionó como un derecho humano el derecho universal de las mujeres al voto y su acceso a cargos públicos.
México, como siempre, quedó rezagado, pese a que desde 1937 el Congreso de la Unión recibió una iniciativa de ley, por parte del presidente Lázaro Cárdenas , que fue rechazada por el PRI . Fue necesario esperar a que la ONU nos leyera la cartilla. Sólo después de ello, y apenas mediante decreto, que el 17 de octubre de 1953 se anunció que las mujeres podrían votar y ser votadas, derecho que sólo pudo ser ejercido hasta el 3 de julio de 1955.
Desde entonces hasta ahora el trayecto ha sido largo y no ha sido fácil, y aún estamos lejos de llegar a la meta. Los aparentes logros políticos en términos de paridad son sólo fachada para una realidad que avergüenza. Apenas el pasado martes la CNDH declaró que en los dos últimos años, los homicidios dolosos de mujeres pasaron de mil 755 en 2015 a 2 mil 585 en 2017; un aumento de 835 feminicidios anuales.
Sin que sea posible extrapolar, este incremento en la criminalidad es indicativo de la tendencia en otras conductas delictivas, como el abuso y el acoso sexual, la violencia física, verbal y emocional, y la violencia doméstica contra las mujeres y niñas, que lamentablemente son prácticas cotidianas percibidas como aceptables y socialmente aceptadas, especialmente en nuestras poblaciones con mayor rezago educativo.
Así que mis queridas congéneres, conmemoremos este Día Internacional de la Mujer con nuestro ejemplo, no sólo con palabras. Hagámoslo poniendo manos a la obra, defendiendo con inteligencia y entrega a todas aquellas que sufren de violencia, abusos, acoso y discriminación y que por cualquier circunstancia no tienen cómo ni porqué defenderse solas. Porque en esto estamos todas juntas, nosotras, las mujeres.