A diferencia de Estados Unidos de América donde en realidad el tiempo político presidencial del Presidente es relativamente limitado [debe estar en campaña pronto para poder tener el respaldo bicameral a los dos años; en el segundo periodo se diluye gradualmente su esfera de poder y al final, un proceso de primarias y competencia limitan su margen de maniobrabilidad], en el caso de los países latinoamericanos, el sistema presidencial implica un gran poder de influencia, de concentración de facultades y de toma de control de espacios de decisión, incluso por encima de la división de poderes: independientemente de sus resultados, suelen apostar por sustentar constitucionalmente sus reformas, políticas y por ende, sus decisiones de preservarse en el poder ilimitadamente.

Diversos ejes son claves y se entreveran para comprender el futuro de México, Colombia, Venezuela, Brasil en la era post democrática actual, caracterizada por una insatisfacción generalizada dentro de la democracia:

La capacidad de la Presidencia para otorgarse -o medrar- poderes excepcionales en la órbita de su actuación, lo que coadyuva a que puedan realizar cosas y obtener resultados que de otra manera no se podrían lograr, lo que no implica cambios necesariamente antidemocráticos, en tanto no es posible lograrlas con unanimidad y sí, incluso, a través de un sistema combinado de vetos y decretos.

Las élites (financieras) internacionales siguen marcando pauta y el futuro de regímenes políticos. Venezuela es un paradigma del mundo multipolar en el que potencias mundiales se debaten en torno a proyectos nacionales, regímenes que pueden ofrecer soluciones autoritarias político / militares, hecho intrincado con la puesta al límite a sus propias poblaciones por presiones económicas y financieras externas; así mismo, el papel (nulo o vital) de la división de poderes para poder generar un sistema de gobernabilidad o contrapesos a candidaturas competitivas [el caso paradigmático de Brasil].

Colombia mantiene el reto de lograr el diálogo y la pacificación (particularmente con el Ejército de Liberación Nacional) en un escenario en el que escalan el cultivo de coca a su máximo histórico en el país y atentados contra activistas sociales, aunado el conflicto diplomático permanente con la que su presidente Duque denomina “dictadura venezolana”.

Un cambio de régimen implica un tiempo político de maduración: México justo se encuentra en un proceso en el que la presidencia asume gran parte de la carga, el capital político y el desgaste del liderazgo nacional, al buscar re direccionar los fines del Estado con las reformas y leyes correspondientes, dar un viraje radical al reloj y la configuración de las reglas del juego, al mapa institucional que prevalecía, la reformulación de programas sociales sustantivos y de proyectos, que al mismo tiempo permita remover el peso de los actores en el ajedrez social y político del país.

En las últimas mediciones anuales de Latinobarómetro, el 48 por ciento considera que el régimen democrático es preferible a cualquier otra forma de gobierno, reduciéndose año con año el nivel de predisposición favorable a este régimen político: “Lo cierto es que los beneficios de la democracia no calan entre la mayor parte de los latinoamericanos, pese a que hoy están mejor que hace 40 años. Sucede que ´hay más demandas. Hay algunos que llegaron más arriba y otros que quieren llegar. El escenario se abre entonces a experimentos que no siempre cumplen del todo con las normas de la democracia [Ricardo Lagos, Informe Latinobarómetro, 2018].

El caso de la llegada al poder de Bolsonaro en Brasil es clave: contó con el agrado de jóvenes al considerarlo ajeno a la política tradicional; su alta votación se explica por el respaldo mayoritario de evangélicos, más que de católicos y finalmente, el deseo de cambio, el rechazo al PT (partido de Luis Ignacio Lula de Silva y Rousseff), consumaron su victoria, así como por su posición a favor de derecho a portar armas y su defensa de la pena de muerte [Hernán Gómez Bruera. Bolsonaro y la responsabilidad de las élites. Foreign Affairs en español, Vol. 19, Núm. 1, 2019]

Sin embargo, a nivel de seducción de las masas, personalidades / campañas políticas como las de los ahora presidentes de México, Colombia y Brasil, han sido ampliamente seductoras electoralmente y eficaces en su capacidad de renovar su agenda con ingredientes propios de un espectáculo mediático post democrático.

El peso de la base electoral presidencial y el voto antisistema multifactorial que favorece una mayoría electoral hegemónica y una opinión pública favorable al liderazgo presidencial, además de la conjunción entre personalidades en el poder presidencial y la estructura de oportunidades que presenta el andamiaje institucional de cada país, en el que los gobernantes y sus gabinetes practican lo que desean porque pueden hacerlo. Asimismo, la debilidad de las instituciones y los partidos políticos puede ser un nuevo centro de gravedad para impulsar reformas políticas de nuevo calado, lo que a su vez otorga al sistema promisoria capacidad para tener o no mayor capacidad de respuesta a las crisis internas / externas que debe afrontar.

Levitsky y Ziblatt han demostrado que el populismo surge de una brecha entre élites y masas, es proclive a generar crisis institucionales y constitucionales, supone predilección por la demonización del enemigo, aunque en los países latinos señalados, no se observa en sus presidentes un componente anti racial en sus discursos y en sus políticas nacionales.

Los autores de Harvard, inspirados en los modelos comparados de Juan Linz, insisten en que las democracias presidencialistas no pueden funcionar muy bien en contextos de alta polarización partidista, donde liderazgos carismáticos pueden no favorecer la consolidación de democracias, pueden ser proclives a la anulación de pesos y equilibrios republicanos, tienen poca vocación de moderación o sentido de tolerancia mutua (a modo del reconocimiento de que los adversarios son también legítimos), por lo que debe sortearse el proceso silencioso, de desmantelamiento institucional, por el cual las democracias pueden colapsar: “las democracias mueren, entonces, en manos de las propias instituciones llamadas a protegerla” [Levitsky, Steven y Daniel Ziblatt, Cómo mueren las democracias, Ariel, Barcelona, 2018].

Las bases y el futuro democrático de naciones como Venezuela y Brasil están cada vez más asociadas a la capacidad de legitimación del liderazgo de sus élites, la estabilidad de sus gobiernos presidenciales, la viabilidad de sus políticas reformistas y de posicionamiento de sus enmiendas constitucionales: para Maduro el reloj de un proyecto alternativo anti neoliberal encuentra un encono social interno cada vez más robusto, lo que puede allanar el camino a nuevas mayorías opositoras o nuevas elecciones.

La elección de personajes como Bolsonaro, Duque y López Obrador implica reconocer el desencanto democrático de electores y rechazo a lo conocido, sino también la decisión pragmática a favor de un cambio ávido de resultados por una preocupación latente y cotidiana: seguridad pública. Una demanda que no ha de ser demeritada en la agenda pública, condición delicada para ciudades y comunidades representativas de Brasil, Colombia y México.

¿Tiene futuro la democracia en América Latina? ¿Deben seguir invirtiendo en sus democracias las transnacionales poderosas?

Actualmente, México posee la confianza del capital internacional y hay expectativas favorables centradas en su vinculación estable con Washington. Venezuela atraviesa por un momento geopolítico desafiante y pone en duda la estabilidad de su régimen y la viabilidad de su proyecto económico alternativo. Colombia mantiene el acoso de la polarización política e inestabilidad institucional por su guerrilla y grupos paramilitares. En Brasil -franco competidor de México-, el proyecto neoliberal triunfante se renueva en la actual presidencia, pero atraviesa ya la prueba de ácido de una opinión pública cambiante y un electorado cada vez más exigente de resultados.

Ante los actuales desafíos nacionales y regionales y la necesidad objetiva de la mano de inversiones de Estados Unidos de América, las potencias mundiales y países aliados, las democracias latinas deben pervivir.

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