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El deporte gobierna intereses económicos, y el futbol y la FIFA no están exentos. El organismo deportivo más poderoso del planeta es una de las entidades económicas más influyentes. Mientras que para unos el futbol es una filosofía y religión, un juego o un modo de vida, para algunos otros es todo un negocio.
La Copa del Mundo se acerca, los derechos de transmisión se han entregado y la venta de licencias ya fue realizada, las 32 selecciones participantes conocen a sus rivales y llegó el momento de que el flujo de efectivo inicie.
Las cosas no han sido fáciles para la FIFA en los últimos Mundiales, los actos de corrupción en los que el organismo y varios de sus miembros se vieron envueltos, generaron riesgo de mala reputación para los patrocinadores, que pensaron fríamente si era redituable mantenerse ligados a un ente con un pésima imagen, misma que no sólo circunscribía a la FIFA, sino a los países anfitriones y sedes de los próximos compromisos mundialistas; Rusia y Qatar no tienen una marca-país bien vista, al contrario, son gobernados por regímenes autoritarios, antidemocráticos, opresores de minorías y ajenos al respeto de los Derechos Humanos, entre muchos otros defectos que les atañen como nación.
Rusia y Qatar resolvieron sus candidaturas con un lobbying sustentado en el billetazo y probablemente mediante vías poco honestas y corruptas, cuando el único driver para determinar una decisión como una sede mundialista es el económico, te puedes enfrentar a la ironía que nos otorga que “el negocio” es rentable.
El futbol ya no es para todas las naciones, pocos pueden albergar un campeonato mundial, es así como a pesar de todo lo sucedido hoy Rusia, sin bombos ni platillos, se pretende hacer olvidar su poca objetividad social y esconder tras la pelota el fantasma del dopaje junto a su situación política-económica actual.