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Si nos atenemos a las más recientes encuestas, la verdad que en México el pragmatismo le gana al humanismo. Está claro que, por lo menos a estas alturas, la política migratoria mexicana no es uno de los temas que más afecten la imagen del presidente López Obrador y a su gabinete. Aunque nadie puede negar que hay una contradicción y un giro de 180 grados entre el discurso inaugural presidencial de puertas abiertas a los inmigrantes (especialmente los centroamericanos), y la aceptación de diseñar una política de contención mandatada por Trump, la realidad es que una vez en marcha, el tema tomó su cauce y mostró que frente a temas como la economía, la corrupción, la violencia y la inseguridad, la migración, lamento decirlo, se percibe como tema de segunda importancia para los mexicanos. Además, el hecho de que Donald Trump no acaba de imponer una medida draconiana cuando ya esta imponiendo otra, solo ha fortalecido la imagen del presidente mexicano como persona sensata ante un insolente.
El anuncio del gobierno estadounidense de llevar a cabo redadas por varias ciudades de ese país para ubicar a 2 mil indocumentados que tienen orden de deportación, tuvo el impacto que buscaba: ser la nota principal en todos los medios al generar miedo extremo y terror colectivo. Imponer ese clima político es parte de la estrategia hacia la reelección de Trump, pues busca polarizar al extremo y mostrarlo como el dueño de la última palabra. A esto se suma la aún más reciente nueva medida unilateral anunciada, de que Estados Unidos ya no aceptará solicitudes de asilo de quienes lleguen a su país, si antes pasaron por territorio mexicano (o canadiense), y no buscaron primero obtener ahí, la protección internacional. Obviamente esto impacta de manera directa a México y a nuestro debilitado sistema migratorio convertido en guardián y policía, porque para quienes van en camino rumbo a Estados Unidos, ese destino ya no es una opción y presumiblemente se quedarán aquí.
¿Esto nos hace un “tercer país seguro”? Muchos insisten en la metáfora del pato, si camina, vuela y hace ruidos como pato, entonces no puede ser un cisne. Sin embargo, se equivocan. La condición de “tercer país seguro” es una categoría legal y no basta con parecer serlo. En la medida en la que el gobierno mexicano resista y no firme ningún compromiso que nos obligue formalmente a aceptar las condiciones que trae consigo este tipo de estatus de carácter internacional, México puede sortear la tormenta y apostar por que la estrategia electoral de Trump le genere aún más enemigos en su propio país, y que el electorado indeciso prefiera volver a ser el guardián del mundo, pero con un perfil aparentemente más amistoso y no con un perro doberman como presidente ladrándole a todos.
Formalizar un acuerdo de “tercer país seguro” obligaría a México más allá de Trump e implicaría, aceptar condiciones que a la larga permitirían que ese país, no importa quien lo gobierne en un futuro, se ostente como el capataz y auditor de la política migratoria mexicana. Alguien podrá decir que Estados Unidos ya ordena en el tema y en cierta forma es verdad, pero lo hace a la brava, imponiendo y rompiendo compromisos, lo cual, paradójicamente, puede acabar siendo parte de un búmeran electoral que se le revierta a Trump y para el gobierno mexicano, se convierta en una ficha que jugar en un escenario de geopolítica donde, para llevar a cabo la propuesta de desarrollo en la región mesoamericana que ha planteado México, lo que más se necesitan son aliados.
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