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El triunfo de la selección estadounidense femenil en Francia, en la que es ya su cuarta Copa del Mundo, es producto de una creciente fascinación con el futbol. En Estados Unidos, el paisaje urbano de fin de semana está lleno de juegos con niños y niñas de todas edades aprendiendo a patear la pelota. Entre las mujeres, el fenómeno es impresionante. Su cultura futbolística —el conocimiento y gusto por el juego— es de verdad notable. El equipo estadounidense es la consecuencia natural de un sistema que se nutre, por ejemplo, del robusto andamiaje deportivo de las universidades. Pero va más allá. La selección que ganó en Francia se ha vuelto también un referente cultural. Su influencia rebasa la cancha y los logros deportivos. Como de pronto ocurre con los iconos deportivos, las jugadoras de Estados Unidos tienen la posibilidad de cambiar la discusión sobre la equidad de género y, de manera crucial, incidir en el futuro político de su país.
Varios días antes de la final en Lyon, Megan Rapinoe, la elocuente capitana del equipo estadounidense dejó claro que, de ganar el torneo, no asistiría a una hipotética visita a la Casa Blanca de Donald Trump. Conocida activista defensora de los derechos de la comunidad LGBTQ, Rapinoe ha abierto una discusión fascinante desde su creciente presencia mediática. “El país fue fundado sobre grandes ideales, pero también sobre la esclavitud”, dijo Rapinoe. “Necesitamos ser muy honestos para encontrar una reconciliación y mejorar al país para todos”. Después de ganar el Mundial, la voz de Rapinoe y del equipo en general ganará relevancia y peso simbólico. En los primeros días desfilarán por Nueva York y visitarán todos los programas de entrevistas de la televisión en Estados Unidos. Dominarán la conversación por un buen tiempo. Evidentemente, su mensaje de igualdad y empoderamiento es valioso por sí mismo, sin ninguna lectura política adicional. Pero este momento es singular. El equipo de futbol femenil estadounidense tiene el potencial de cambiar el rumbo de la elección presidencial del año que viene.
Me explico.
En el 2016, la mayoría de los hombres en Estados Unidos votaron por Donald Trump. Entre las mujeres ocurrió lo contrario. Las votantes estadounidenses favorecieron a Hillary Clinton de manera abrumadora. Esa diferencia de género en el voto se ha ampliado. En el último par de años, Donald Trump se ha vuelto cada vez más impopular con las estadounidenses, incluso entre las mujeres blancas, el único demográfico del voto femenino que lo respaldó en 2016. 64% de las mujeres en Estados Unidos tiene una mala opinión de Trump, diecisiete puntos más que su índice de desaprobación entre los hombres. Los números del presidente de Estados Unidos son mucho peores entre las jóvenes estadounidenses y las votantes independientes, dos grupos que serán fundamentales en la elección del año que viene. En general, además, el número de mujeres que se identifican como republicanas ha disminuido.
En suma, Trump tiene un problema.
El año que viene, el partido demócrata tendrá que estimular el voto de las minorías, los jóvenes y, de manera absolutamente crucial, esas mujeres que hoy se oponen a Trump. Es muy probable, por supuesto, que el partido elija a una mujer como parte de la dupla que aspirará a la presidencia y vicepresidencia. Pero puede no ser suficiente para alentar el voto de los demográficos cruciales. Es ahí, en el entusiasmo por la participación política, que Megan Rapinoe y sus compañeras pueden hacer la diferencia. Si Rapinoe decide continuar en el camino de la confrontación pública y abierta con Trump, la estrella de las campeonas del mundo podría convertirse en un catalizador más de la de por sí creciente presencia femenina en la vida política de Estados Unidos, donde figuras como Nancy Pelosi, Alexandria Ocasio-Cortez o Kamala Harris ya dominan la discusión. La primera decisión para Rapinoe y sus compañeras será esa hipotética visita a la Casa Blanca. Si optan por no presentarse, será un acto de protesta cuya potencia podría tener consecuencias mucho más relevantes que un triunfo en un estadio de futbol. Ya son ejemplo de coraje deportivo para millones de mujeres (y hombres) en Estados Unidos. Podrían convertirse en mucho más.