Harían mal si la cerraran, sobre todo si han sido series de tv de paga no sólo exitosas, aparte de adictivas. De esas, que la gente está esperando los finales de temporada, que parece que nunca terminan mientras los ojos del cuerpo aguanten.
Las hay de varias calañas, desde biopics hasta los insondables casos proporcionados por el crimen organizado y corporativo, la muerte inesperada, las fantasías tecnológicas desatadas, el espionaje cibernético, los archivos tormentosos del pasado y más que no se ha explotado.
Un reporte de actividades seriales en las plataformas digitales estables, desde las ultras pudientes como Netflix, hasta las de nuevo ingreso como Amazon, pasando por programaciones timoratas y poco atractivas como las de Izzi (defendidas a ultranza con comerciales chafísimas de Timbiriche), que sólo los temerarios se atreven a ver cuándo hay algún pitazo. Eso, descontando una nueva bocanada de aire pirata fresco, que se ofrece con títulos como La ley del revólver y sus más de 500 episodios, subtitulados, sacados de quién sabe dónde.
Por lo pronto, un reporte de actividades iniciales vaticina no uno sino varios descalabros de series que comienzan bien y acaban descarrilando como Un extraño enemigo del hijo de Arturo Ripstein, Gabriel, en donde todo es pachanga, desde un consejo de huelga de risa, hasta con los nombres propios que se manejan, en donde sí es válido decir Gustavo Díaz Ordaz, Echeverría y Alfonso Corona del Rosal, pero no Fernando Gutiérrez Barrios, el que fuera jefe de la Policía Secreta en México y luego “El hombre mejor Informado” (al que llaman “Fernando Barrientos” los irresponsables que elaboraron un guión poco creíble con producción de Televisa en el orden de lo pobre).
Mientras, David Lynch se plantea la posibilidad de extender el misterio de Twin Peacks en una cuarta temporada, luego del trance en que quedaron sus fans con la tercera y los fundamentalistas del rock que quieren saber qué grupos retorcidos de lo alternativo estarán en el café cantante de la carretera que aparece cerrando cada episodio, propiedad, suponemos, del director de “Cabeza Borradora”.
En otro reporte, parece que Raymond Reddington, el de La Lista Negra, no es como lo pintan. Al final de la quinta temporada, hay más revelaciones de su origen, negocios turbios elegantes, gusto gourmet selecto y negras intenciones de permanecer callado (hasta que no aparezca su abogado), que de revelar el porqué de sus acciones, sobre todo del índole familiar. En este caso, por supuesto, que habrá una sexta temporada en donde el FBI puede salir más raspado de lo que ya está, a pesar de haber resuelto la mayoría de los casos numerados de la lista, utilizada por el propio Thomas Raymond Reddington para extender sus negocios.
Lo que sigue teniendo gran demanda en las plataformas digitales son las historias criminales sin resolver (Genio del mal, con vertientes aún no resueltas por las ineptas colaboraciones entre policías locales, federales y el FBI), las tendientes a desentrañar los misterios de las sectas y religiones con obtusas intenciones de enriquecimiento del tipo del Swami Pachandas (el gurú hindú Bhagwan, líder de la secta Rajnnesh, que se apoderó de la población de Antílope, en Oregon, para construir una ciudad utópica y sacar dinero para comprarse su Rolls Royce 21, y complacer así a su nutrido grupo de fanáticos (incluido el famoso “Grupo Hollywood”) que le dejaron millones, y que nadie sabe a dónde fueron a parar.
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