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Deberían tener reconocimiento eterno por parte del rocanrol (de hecho lo tienen en territorio estadounidense pero no mundial, salvo algunas excepciones). No se sabe qué derroteros hubiera tenido el rock si aquel 3 de febrero de 1950 no se matan en un avionazo Richie Valens, de 17; The Big Boper, de 29, y el célebre Buddy Holly, de 22. Todos iban en una pequeña avioneta Beechcraft y luego de la tragedia, alguien exclamo: “Fue el día que murió la música”.
Pero he aquí que el destino de sus grabaciones les tenía reservado un seguro de gastos musicales que aún tiene vigencia hasta nuestros días y repercusiones contractuales en el cheque mensual que reciben puntualmente sus familias, ya sea en forma de regalías, bonus o contante por nuevas reediciones de sus discos. No les va nada mal para estar muertos desde hace más de 50 años.
Su material discográfico, corregido y aumentado con docenas de tracks desechados en su momento, sigue compitiendo en lo que queda del negocio de la industria del disco, tan venida a menos o muerta para los conocedores, en lo que respecta al reciclaje de la nostalgia de tiempos pasados. Valens, Booper y Holly siguen dando buenos dividendos y no sólo eso sino que muchas de sus versiones, retomadas en su momento por artistas de la talla de Los Beatles, les han dejado buena plata a sus descendientes.
Eddie Cochran, convertido en una leyenda musical a los 21, tuvo su ingreso al Panteón de la Fama del Rock con dos grabaciones que se acompañaron de una guitarra Gretsh, nuevo peinado para la época (1957) y fichaje discográfico con LIberty Records. Elvis, primero y Gene Vincent, tuvieron que ver con el muchacho que se subió a un coche y ofrendó su temprana carrera al rock. Los discos que de él se consiguen ahora, y los covers y compilaciones que se siguen haciendo de sus rolas, lo han vuelto un imprescindible.
Otros más discretos –Stuart Sutclife— aunque sin canciones propias se puede ubicar en el Panteón de la Famas de Rock, aun sin haber cantado ni haber tenido lo que se dice un hit. Tal es el caso de este ex Beatle que pocos conocen en cierto periodo del cuarteto de Liverpool, que se fue por hemorragia cerebral a los 21, luego de haber tocado el bajo con ellos casi en las sombras, un 10 de abril de 1961.
Muchas veces estos personajes no mueren porque sí. Algunos reciben, con o sin merecerlo, cantidades de plomo no prescrito, como cuando estaban en plena creatividad y futuro promisorio. Tal es el caso de Sam Cook, que el 10 de abril de 1964 fue baleado por una mujer que se tomó a pecho eso de que: “Si tienes mujer, atiéndela, y no andes con desconocidas buenonas, que a la postre te meterán en problemas”. Sam se metió en un motel con quien no debía y terminó con tres balas del Winchester que le recetó una tal Bertha Franklin. El hecho propició que sus canciones que hablan de religiosidad y desdichas amorosas, sigan vendiendo bien.
Otro de primera división muerto por subirse al avión que no debía, es el aún llorado Otis Redding que, tres días antes del avionazo, graba “Siting on the dook of the bay”, que luego sería número uno y recibiría por el dos Grammy. Todavía sonando las versiones de muchas de las rolas de la llamada “Mejor voz de soul de todos los tiempos”, covereados por talentos excelsos como Bryan Ferry de Roxy Music, y muchos más.