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Ya lo andan matando entes de tiempo pero, como dijera El Innombrable (Salinas): no se hagan bolas. El CD no va a desaparecer de la noche a la mañana. Es más: no va esfumarse porque entonces ya estarían pensando en el suicidio colectivo Mixup y tiendas departamentales; aparte de que la transición va a durar casi el paso que dio el VHS al DVD y de éste al Blu-ray. De modo que, los que se quieran proteger para la modernidad tecnológica que suponen los discos duros y las memorias USB, lo pueden hacer.
Sin embargo quienes aman la alta fidelidad y el sonido estéreo, incluso el del ya desaparecido sonido cuadrafónico, aparte de que les gusta el formato de CD, Digipac y anexas y la nueva modalidad extendida, placer mediante, de la réplica venida de Japón, desarrollada en Italia y perfeccionada en México en mini LP por varios emprendedores y revalorizadores del rock en todas sus variantes, seguirán por largo rato consumiendo los compactos y oyéndolos como se debe: en un buen equipo de alta fidelidad, a pesar del bluetoth, celulares y MP3, disqueras zombis y banderas ya traqueteadas en materia de sonido de la generación millennial.
Por si fuera poco, la oferta de rock en casi todas sus modalidades que parece que no saben lo que es las disqueras establecidas, radica en un catálogo corregido y aumentado por artista provisto de muchos bonus que, en su momento, se quedaron fuera de los LP originales, y que hoy resurgen para fans y recién iniciados en la “música con historia” y no como la basura que se graba hoy, desechable y con el peor gusto. Rolas que nadie, en sus cinco, volverá a oír.
Para colmo, si no fuera por los que copian y bajan, sin discriminar y a pedido del cliente, estaríamos no sólo desinformados musicalmente de lo que ocurre alternativamente en cualquier género sino jodidos y a merced de mafufadas como el reggaetón, y no bajo la seducción y la sorpresa de discos y álbumes doble o triples como los Italians covers de The Rolling Stones, con la crema del rock italiano; las grabaciones (The complete dunhill/ABC singles) de The Grass Roots, el Happening live de The Outsiders, o el Black
Velvet de Alannah Myles.
Sin embargo lo que más le llama la atención al coleccionista que sabe por lo que está dispuesto a pagar, son las cajas antológicas o los Boxets de santones del rock que siguen perdurando como ejemplos no sólo de buena música y sentido común, en la música. Así, es muy fácil y por poco dinero, hacerse de, por ejemplo, la McCartneymanía en pleno, incluyendo hasta su reciente concierto en el Estadio Azteca, o las mil y una cajas –es un decir— de deidades como Thin Lizzy, Neil Young, Grand Funk, Jimi Hendrix, The Doors y representantes selectos de lo mejor de la era psicodélica.
Y para no ser acusado de solamente ir por el camino internacional, hay que señalar que aquí en México se cuecen también más y mejores habas, con grupos que merecerían mejores oportunidades, que las que por regla general siempre les niegan las disqueras establecidas, a menos que suceda un milagro por parte de los jumentos profesionales y ladrones que las manejan.
Los ejemplos suelen abundar en trabajos independientes como el disco de Silva de Alegría, Yeka, de la Murga Xicohtl o el mini LP de Ralf Destino. Mucha tela de dónde cortar.