México no sólo es el némesis discográfico de artistas como el compositor, saxofonista y firma rentable en docenas de proyectos musicales casi impensables, John Zorn, que funcionan muy bien en el mundo (donde podría cargar con el San Benito de Superstar de lo ecléctico y arriesgadamente imposible, vuelto realidad sonora) menos por supuesto en nuestra Ciudad de México, en la que la industria no se arriesga con nada que no sea conocido, agachando la cabeza y respondiendo con un “sí señor”, a los mandamases del disco en el mundo.

Ninguna compañía, llámese Warner, Universal o Sony, ha sacado aquí ningún disco de este judío neoyorquino nacido en Queens, en 1953, que lo mismo puede con el jazz que con el rock, el pop, la música progresiva y otros sonidos multiculturales; los combina a su antojo y que, por lo general, logra obras maestras inclasificables que fascinan el oído de los que andan en busca de nuevos sonidos. Muchos de sus discos, que sobrepasan los 200, se han dado a conocer en copias clandestinas, ediciones especiales para coleccionistas y plataformas digitales.

Sin embargo, si uno quiere adentrase en las audaces propuestas de este modelo descontinuado de hiperactividad humana, basta agenciarse de una parte fundamental de su música (que según Zorn: se escribe sola y sólo basta con no interponerse a sus designios) en 13 discos compactos de formato mp3, con una eternidad de temas, la mayoría sorprendentes para el oído convencional en referencia a lo que se gesta en la vanguardia neoyorquina en la ruta del virtuosismo, la inventiva desbocada y las propuestas más que audaces al estilo de digamos, Frank Zappa, en vida.

Pese a su gran fama en el terreno de la improvisación, a Zorn se le conoce aquí porque se ha atrevido a ser mentor y productor de grupos mexicanos como Klezmerson (inspirados en sus discos de Masada), luego de aplicarles la prueba de virtuosismo, honestidad, imaginación, disciplina y mente abierta que se requiere para trabajar con él. Hace cinco años, Zorn se paseó por México, invitando a los integrantes de Klezmerson (que forman parte de la Radical Jewich Culture) a compartir escenario con él.

Su modelo de desarrollo para la comercialización de su arte se basa en dos vertientes: The Stone, que garantiza su desarrollo creativo y el sello discográfico alternativo: Tzadik, para la publicación de obras propias y de sus asociados. Aunque siempre lo ha tentado el revival del vinilo que vitorean los coleccionistas, ni eso, ni plataformas como Spotify (donde apenas se puede encontrar una probada de su talento) lo convencen, lo mismo que el streaming.

Sus prioridades musicales se organizan y graban en diferentes proyectos. Por eso, no es casualidad que en un solo periodo de tiempo, digamos, un año, salgan de cuatro a seis discos. Hasta el momento, su proyecto más reconocido es el Cuarteto Masada, una especie de supergrupo que aglutina y experimenta en diferentes estilos como el jazz y la música klesmer.

Parte mínima de sus discos en formato de CD se vende alternativamente por debajo de la mesa como preciados tesoros para encontrarse con la sorpresa de una música excepcionalmente original que aquí, desgraciadamente, no oyen los directivos de las disqueras, más acostumbrados a lo desechable, que a la perdurabilidad del arte.

pepenavar60 gmail.com

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