Luego de cinco reconocimientos en los Arieles, Los crímenes de Mar del Norte, la película de Pepe Buil con más nominaciones, 11, lo que ya es ganancia, en la 47 Entrega de las Diosas de Plata de Pecime, se llevó dos estatuillas: Edición con Carlos Espinosa y Coactuación Femenina: Vico Escorcia, de las muchas que se repartieron juiciosa y equitativamente en el teatro Metropólitan, para que la Asociación de periodistas cinematográficos de Pecime quedara bien con todo mundo en una vistosa ceremonia donde también se homenajeo la trayectoria de la actriz Christiane Martel y los Oscar ganados en campaña de Guillermo del Toro, con música de fondo de Pérez Prado.
Gregorio Goyo Cárdenas, el formalmente primer asesino serial mexicano que tenía su panteoncito particular en la calle de Mar del Norte 20, en los confines de Tacuba, alejado de las frivolidades de la alfombra roja, va a tener muy pronto su estreno serio en algunas pantallas grandes y tal vez algo más; como por ejemplo: una serie televisiva (¡Ojo Netflix!) que el polémico y mediático personaje se merece, si es que los voraces distribuidores y exhibidores ven lo que realmente es la película como tal: un thriller de época, basado en hechos reales de sangre enfermiza y atmósferas mórbidas en un México inolvidable que, paradójicamente, muchos quieren olvidar.
Miren que negarle la herencia y patrimonio cultural, el ascenso y mitificación criminal en las páginas de la Nota Roja de los años 40 al que no mató a muchas (cuatro: tres prostitutas y a su novia), pero que procedió con estilo estremeciendo a una época, no es cosa del azar. Cárdenas Hernández se forjó una intrépida trayectoria –estudiante de química, asesino relámpago, tránsfuga del manicomio de La Castañeda, socio distinguido de Lecumeberri, donde hizo oficio y beneficio, desde tener su tiendita propia hasta volverse escritor y defensor de otros reos (porque estudio Leyes) que culminó con un prolongado aplauso a rabiar en la Cámara de Diputados orquestado por Moya Palencia, solapado por Echeverría en uno de los mayores desatinos de la historia de México, que puso de malas al doctor Alfonso Quiroz Cuarón, que atendió en su momento al “Estrangulador de Tacuba”.
Veinte años pasó Goyo sin auto de formal prisión, lo que se tradujo en 32 años de vida palaciega en Lecumberri, hasta que en 1976 lo ponen de patitas en la calle y no sabe qué hacer con el tiempo perdido. Hasta que se pregunta y se responde: Pero si soy Goyo y soy una celebridad y comienza una vida paralela de superstar de bajo perfil, demostrando que, a la larga, el crimen sí paga. Verse fuera de la cárcel y preguntarse ¿Ahora qué hago? es el arranque de otra historia (la serie, por ejemplo) y pensado guión de Buil que le debe financiar, por ejemplo, Carlos Slim, que asistió a la entrega de las Diosas acompañando a Miguel Alemán Velasco (esposo de la Martell) porque, la verdad, es fan del que tan sólo con cuatro muertas a sus espaldas se volvió un fenómeno mediático de la época, símbolo del mal de Tacuba y del mundo.
La película de Buil, autor también del guión con fotografía nostálgica en blanco y negro de Claudio Rocha, nos remite a los olores de los cuerpos en descomposición de las víctimas de Goyo, ante los cuales se regodea el zumbido de moscas.