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El Sistema Cutzamala tuvo un paro total por cinco días, debido a labores de mantenimiento y a la adecuación del acueducto que próximamente contará con una línea más de conducción, además de las dos existentes. Esta obra permitirá que en los paros futuros las molestias disminuyan porque tendremos dos ductos en operación y otro más de reserva o mantenimiento.
Me sorprendió el grado de alarma que produjo la noticia, lo que llevó incluso a muchos capitalinos a aprovechar el puente de Día de Muertos desde el miércoles para salir de la Ciudad de México. También, el hecho de que muchas familias tomaron previsiones reparando fugas, almacenando agua en tambos y además adoptando medidas de cuidado para evitar desperdicio, lo cual es muy positivo porque va induciendo una conducta que debe ser habitual.
La preocupación por la carencia de agua genera conciencia en la importancia de su cuidado. Una crisis severa de abastecimiento de agua en Monterrey generó que el organismo operador hoy sea uno de los más eficientes en el país.
Los paros en Cutzamala para mantenimiento son necesarios y positivos porque garantizan la sustentabilidad del sistema. Pero lo que realmente debería de preocuparnos no es el paro del Cutzamala, sino la situación crítica de los acuíferos en el Valle de México.
Mucha gente piensa erróneamente que la fuente principal de abastecimiento de la Ciudad de México es el Sistema Cutzamala, que transporta el agua muchos kilómetros desde Michoacán y la eleva mediante seis grandes plantas de bombeo hasta mil 100 metros de altura. Pero en realidad este importante complejo de lagunas, canales, ductos y bombas, sólo representa 25% del consumo en el Valle de México.
El 70% de nuestro consumo proviene de los acuíferos; es decir, de agua subterránea que actualmente se encuentra en una situación crítica de sobreexplotación. Los especialistas en hidrogeología a nivel mundial confirman que no se debe extraer por arriba de 40% de la capacidad estimada de recarga de un acuífero. En la cuenca del Valle de México el agua subterránea se distribuye geológicamente en siete acuíferos, el que corresponde a la Zona Metropolitana tiene una extracción estimada de mil 248 millones de metros cúbicos al año y una recarga de tan sólo 279 millones de metros cúbicos al año. Esto significa que la extracción es cuatro a uno, lo que representa más de 400% de su recarga. Casi siempre la sobreexplotación está asociada a autorizaciones de cambio de uso de suelo ilegales, donde se ha permitido la construcción de grandes zonas habitacionales, sin consultar la disponibilidad de agua a las autoridades federales.
A principios del siglo XX, cuando inició la explotación de agua del subsuelo por medio de pozos profundos, el agua se encontraba a muy poca profundidad, pero hoy los niveles estáticos de la mayoría de los pozos existentes se encuentran entre 300 y 400 metros de profundidad. Esto significa que estamos acabando con el agua del subsuelo. Una reserva estratégica que si se pierde, pone en riesgo el futuro de la Zona Metropolitana.
Cuando abrimos la llave y disfrutamos del agua, no pensamos que la fuente principal de abastecimiento se está agotando. Si al girar la llave no saliera este líquido, estaríamos en problemas y si la situación se prolongara en el tiempo, entonces viviríamos una verdadera crisis. Lamentablemente, este escenario no deseado es altamente probable en la metrópoli, donde debemos reconocer que no cuidamos el agua. El 40% del volumen total ya potabilizado se pierde en fugas y la eficiencia de los organismos operadores municipales y de la Ciudad de México son bajísimos. Necesitamos urgentemente políticas y campañas que garanticen un uso más eficiente.
Mucha gente pregunta lo que se puede hacer y la respuesta es relativamente simple: tenemos que reducir drásticamente la extracción, propiciar la recarga natural ampliando y recuperando áreas verdes de filtración, agrícolas y de parques naturales; por ningún motivo permitir la pérdida de zonas arboladas y bosques; propiciar la recarga artificial mediante pozos de absorción de agua de lluvia; tratar y reusar aguas negras y una parte con procesos terciarios de mayor purificación reinyectarla directamente al acuífero.
Se requiere una autoridad comprometida, muchos recursos económicos, la participación de la sociedad y una mayor cantidad de mecanismos público–privados que permitan detonar grandes proyectos de inversión. Hay solución si actuamos inmediatamente, con fuerza y convicción; si no lo hacemos, la naturaleza nos va a endosar una factura muy costosa.
Felicito a la Conagua y a sus técnicos por el éxito en los trabajos de reparación y por contribuir al sostenimiento de un sistema gigantesco y muy complejo que es Cutzamala.