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Fundación Reintegra nació hace 35 años, cuando acusan a uno de nuestros fundadores de un delito que no había cometido y por el cual pasa 72 horas detenido.
En la cárcel conoce a varias personas, algunas llevaban años detenidas sin haber sido juzgadas, otras a quienes sin pruebas les dictaron sentencias condenatorias y así conoció muchas historias que le hicieron darse cuenta que estaban en prisión por el delito de ser pobres.
Han pasado 35 años y nuestro sistema penal ha mejorado, sin embargo, las cárceles siguen llenas de pobres. Cuando eres pobre la justicia es algo con lo que solo puedes soñar, como víctima y como acusado.
Pero lo que no ha cambiado es que después de 35 años nuestra sociedad sigue buscando venganza. Creemos que si alguien “paga” pasando un tiempo en la cárcel ya se hizo justicia y no existe nada más lejano que eso a la realidad. La cárcel contamina a la persona detenida y a toda su familia, lejos de prevenir el delito en muchas ocasiones lo incentiva.
No nos damos cuenta que muchas veces ni siquiera es el victimario quien “paga” ese tiempo, si no alguien que estuvo en el lugar incorrecto en el momento incorrecto.
Otras veces, en efecto, es la persona que cometió el delito, pero una vez más estuvo en el lugar y momento equivocado, con esto no me refiero al instante en que cometió el delito, por el cual debe ser juzgado y debe tener una consecuencia, sino más bien a que en la mayoría de los casos nació en un lugar específico que por su naturaleza social puede incentivar los actos delictivos, y esta no fue su decisión, simplemente sucedió.
Nació en una familia y en una comunidad donde la violencia y el delito están normalizados, donde no hay oportunidades para salir adelante a menos que sea a través de la ilegalidad y más grave aún, en estos espacios muchas veces ni siquiera ellos identifican esas conductas como ilegales.
Juzgamos a nuestras niñas, niños y jóvenes; los vemos como parte del problema y no nos damos cuenta que el problema somos los adultos que los hemos abandonado y que por no sentirnos culpables ignoramos la realidad que viven. Por ello, cuando cometen un delito pensamos que “olvidándolos” en la cárcel se resuelve el problema.
Sin embargo sucede todo lo contrario, cuando un adolescente es privado de su libertad el daño que se genera es enorme, ya que es justo en ese periodo de la vida en el que aprenden a relacionarse con los demás y con su entorno. Y bueno, claramente el entorno de prisión no es el idóneo para entablar relaciones sanas. Sobre todo si pensamos en las violaciones a derechos humanos, la violencia a las que son sometidos y las influencias negativas que pueden recibir.
Los jóvenes con los que trabajamos en Reintegra tienen algo en común: están buscando oportunidades y un mejor futuro. Ciertamente no lo habían hecho de la mejor forma, pero sí de la única que habían encontrado. Reintegra les ofrece un camino diferente porque cada vez que perdemos a uno de estos jóvenes, se va con él la voluntad para lograr un cambio. Nuestro objetivo es trabajar con él para que esa misma determinación la utilice para ser un agente de paz.
Pero cuando uno de estos jóvenes desiste, perdemos todos, su familia, su comunidad y nuestro país. Si verdaderamente queremos lograr un México más justo y más seguro necesitamos empezar por buscar justicia y no venganza .