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En algún momento de la trama de ¡Vámonos con Pancho Villa!, la película que dirigió Fernando de Fuentes, un grupo de amigos campiranos que se hacen llamar Los Leones de San Pablo (“como equipo de beisbol”, comenta García Riera) porque proceden de San Pablo y que se han unido a la Revolución, le informan a Pancho Villa que han apresado a una banda de música. Villa les pregunta si esos músicos pueden servir para algo. Le responden que no, por lo que Villa ordena con naturalidad que los fusilen.
El film, se sabe, procede de un libro de Rafael F. Muñoz adaptado por Fernando de Fuentes y Xavier Villaurrutia. Uno de los personajes, Martín Espinosa, que muere al arriesgarse a lanzar granadas a un fortín, es interpretado por el autor del libro: Rafael F. Muñoz.
Durante una celebración revolucionaria en una cantina de Torreón, en una secuencia muy recordada y comentada coloquialmente del film (al menos entre mis conocidos), uno de los concurrentes empieza a disparar su pistola de felicidad. El pianista del local se interrumpe un instante para colocar un letrero en el que ha escrito: “Se suplica no tirarle al pianista”. Se ven las manos carnosas del pianista otorgándole sentido al teclado y su rostro voltea por un momento a cámara como para ver cómo va la celebración del pistolero. Quizá algún espectador reconoció a uno de los músicos que, hacia finales de 1916, acaso trabajaba tres veces por semana en el cine Cartagena de Tacubaya; se trataba del autor de la partitura cinematográfica de esa película, de un compositor que había nacido el último día del siglo XIX: Silvestre Revueltas.
Como algunos de sus hermanos, sin proponérselo, Silvestre Revueltas se ha convertido en un personaje legendario que ha propiciado diversos mitos no siempre afortunados. En el fragmento de una carta sin fecha, destinada a su padre hacia 1916, se preguntaba: “¿Soy un loco verdaderamente? Con razón me dicen que de ello tengo la cara; seguramente mi cabello en desorden, al que nunca olvido de peinar; mi ceño, continuamente fruncido y mi desarreglado modo de vestir me dan la apariencia de tal. A veces me ridiculizan, pero yo no hago caso. Altivo, no pido ni que me quieran ni que me admiren. Verdaderamente soy un loco, pero mi extraña locura no es comprensible para ellos, que son cuerdos”. Recordaba que “era muy pequeño —tres años, me cuenta ella (su madre)— cuando por primera vez oí música. Era una orquestita de pueblo que tocaba la serenata en la plaza. Yo estuve de pie escuchando largo tiempo y seguramente con una atención desmedida, pues me quedé bizco ante los músicos. Y bizco estuve por tres o cuatro días. (Ahora, ¡desgracia mía! ya no me quedo bizco ante los músicos.) De niño (¿también de hombre?) preferí siempre dar tamborazos en una tina de baño y soñar cuentos, que hacer algo útil, y así pasaba los días imitando con la voz diversos instrumentos, improvisando orquestas y canciones y acompañándome con la tina de baño. Esas redondas tinas de baño que siempre me gustaron más para tamboras que para baño”.
Quizá la peculiar despreocupación cotidiana con la que aparentemente vivía y que acaso contribuyó a convertirlo en un personaje legendario ha propiciado la leyenda, ya en tiempos de Revueltas, que supone que se trataba de un compositor poco riguroso, lo cual parecía no importarle. Sin embargo, era un hombre obsesionado con la música, que inexorablemente pretendía dedicarse todo el tiempo a componer. Algo de su sentido del humor también puede advertirse en su obra.
Aunque Paul Strand había pensado en Carlos Chávez para que escribiera la música del film Redes, que originalmente se llamaba Pescados, el cual le había sido encomendado a Strand por Chávez, en 1934, cuando la película se terminaba de filmar, la partitura cinematográfica se le encargó a Silvestre Revueltas. En Silvestre Revueltas en escena y en pantalla, Eduardo Contreras Soto refiere profusamente la historia de esas partituras dedicadas, el domingo 21 de octubre de 1934 en Alvarado, Veracruz, donde se rodó la película, “a la memoria de Natalia”, su hija que había muerto recientemente, y, en otra versión, fechada el 4 de diciembre de 1935, también al Dr. Manuel Guevara Oropeza. Contreras Soto sostiene que Revueltas era muy cuidadoso al “escribir las primeras versiones de tantas obras suyas y de distinguirlas de sus versiones definitivas y estrenadas”.
Transformada en una suite, la partitura de Redes se interpretó por primera vez el martes 12 de mayo de 1936, antes del estreno del film, en el Palacio de Bellas Artes, en el primer concierto de Silvestre Revueltas como director titular de la Orquesta Sinfónica Nacional. Un trabajo en una película le deparó a Revueltas la creación de una obra personal que no ha dejado de interpretarse en las salas de concierto. Poco antes, en 1930, Arnold Schönberg comprendió que la música para cine podía importar un género musical y, no sin ironía, escribió Música para acompañar una escena de una película. No sé de ningún director, ni Alexander Kluge, que se haya atrevido a filmar esa escena posible.