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Todavía persiste el recuerdo de ciertos imitadores que pretendían parodiar a un escritor que se había vuelto, en los años 70, un personaje peculiar de televisión, que era inconfundible por su propensión a la teatralidad, que hacía un espectáculo de la palabra y la digresión, que era un excéntrico natural cuya erudición desconcertante lo inducía a hablar coloquialmente de Lope de Vega y Quevedo, de Ronsard y François Villon, de Leonardo da Vinci y Aldo Manuzio, de José Clemente Orozco y Chucho Reyes, de Zapotlán y Louis Jouvet, de ajedrez, de vinos, de ping pong, de tenis y siempre de literatura. Tenía el pelo ensortijado y revuelto y acostumbraba una capa española. En una imagen memorable recorría la Plaza de Armas de Zapotlán vestido de levita, con la cabeza cubierta por un sombrero de copa, manejando una motoneta; ese hombre era Juan José Arreola.
No fue el primer escritor que se atrevió a salir en televisión. En TVUNAM se ha vuelto a transmitir Charlas mexicanas con José Vasconcelos, una serie de cinco programas patrocinados en 1957 por la Casa Madero, la cual consideraba que esos programas eran como el brandy Evaristo I (que, por cierto, bebe Juan Orol en El reino de los gangsters) porque “cuando se brinda con Evaristo I, el brindis tiene su privilegio: el de la calidad y el buen gusto”. En ellos, Vasconcelos hablaba con Alfonso Junco, Jorge Carrión y Andrés Henestrosa acerca de México, de Cortés, del virreinato, de Porfirio Díaz, del petróleo.
También Salvador Novo ensayó en ese tiempo una forma de Telecomedia y en los años 60 su presencia en televisión se convirtió en una de sus provocaciones.
No sin euforia, Juan José Arreola recordaba que de niño era conocido en Zapotlán como “Juanito el recitador”, que había aprendido a leer “de oídas” y de corrido sin pasar por la etepa del “eme-a, ma; eme-a-eme-a, mamá”. Tenía tres años cuando sus hermanos lo llevaban a la escuela de “oyente”. Según le refirió a Fernando del Paso, “circulaba por todos los salones de la escuela y en la que me aprendí ‘El Cristo de Temaca’, a pesar de que un frenillo me impedía hablar con libertad, pero al vecindario le gustaba oírme”.
Arreola viajó el último día del año 1936 al Distrito Federal, para lo cual, según confesó en El último juglar, las memorias que conformó su hijo Orso, “vendí mi único patrimonio: la máquina de escribir Oliver que me regaló mi padre cuando cumplí catorce años y la escopeta de retrocarga calibre 24 que le compré a Daniel Zúñiga”. Se proponía ser actor por lo que se inscribió en la escuela de teatro del INBA que entonces dirigía Fernando Wagner. Sus estudios teatrales no sólo propiciaron que actuara en obras como Nuestra Natacha, de Alejandro Casona; Anatol y A la cacatúa verde, de Arthur Schnitzler, sino que lo indujeron a trabajar en la estación de radio del Departamento Autónomo de Publicidad y Propaganda de la Secretaría de Educación Pública, donde conoció a Salvador Carrasco, el Monje Loco, que lo recomendó como locutor en la XEJP, ubicada en la calle Ernesto Pugibet, y luego en la XEW. “Rafael Pérez me recomendó en la W para que me hicieran un examen como actor y locutor. Lo pasé y pronto empecé a trabajar en los estudios haciendo papeles de galán por mi buena voz y mis estudios de teatro. Meses más tarde, ingresé a la XEQ en la que me desempeñé de una forma más profesional haciendo diversos papeles para todas las radionovelas de la estación al lado de la famosa actriz Blanca Estela Pavón, en el programa El rancho del edén, que era una producción de Pedro Camacho Vega, conocido como Pedro de Urdimalas”.
No sólo por su histrionismo natural, que lo convertía en un espectáculo en las calles de Zapotlán y de Guadalajara y en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, no resulta insólito que Arreola haya intervenido en distintos canales de televisión con invenciones varias: comentando juegos de tenis o hablando de ajedrez en el Canal 13, disertando en un largo viaje por México y España, aventurando digresiones o incomodando a una cantante actriz en el Canal 2, dialogando inagotablemente con Antonio Alatorre en el Canal Once. Uno de esos programas, Arreola y su mundo, que hacía con Claudia Gómez Haro en Cablevisión, derivó en un libro asombroso. Como lo reconocía Arreola, que volvió a hacer radio con Tere Vale: “Yo soy el actor de mí mismo, inventé mi propio personaje y me moriré con él, yo soy el otro que nunca ha estado contento consigo mismo, soy el que se quedó en el espejo mirándose el rostro y ya no pudo salir de él, ha sido para bien o para mal mi propio espectáculo”.